Igal: Tratado 8 (IV, 9) — SOBRE SI TODAS LAS ALMAS SON UNA SOLA

1. Decimos que el alma de cada ser es única porque se encuentra presente toda ella en cualquier parte del cuerpo. Es, por tanto, realmente única, porque no tiene una parte en un lugar del cuerpo y otra en otro. Así, el alma sensitiva en los seres sensibles y el alma vegetativa en las plantas se encuentra toda ella en todo el cuerpo y, a la vez, en cada parte de él. ¿Pero es que, de igual manera, mi alma, la tuya y todas las demás almas constituyen un alma única? ¿Y es que hay, asimismo, en el universo un alma única, que no es divisible según la masa sino que se manifiesta idéntica en todas partes? Pues, ¿por qué si mi alma es única, no ha de serlo también el alma del universo? Ahí no se da ciertamente ni masa material ni cuerpo alguno. Por lo cual, si mi alma y la tuya provienen del alma del universo, convendrá que todas las almas sean una sola. Pero, ¿qué es entonces esa alma? Hemos de precisar antes de nada si hablamos con propiedad al decir que todas las almas son una sola, como cuando afirmamos, por ejemplo, que el alma de cada uno es única. Porque resulta absurdo que mi alma y la de un ser cualquiera sean un alma única. Sería preciso, en ese caso, que cuando yo experimento una sensación la experimentase igualmente ese ser, y que, cuando yo soy bueno, lo sea también él, sin mengua de que pueda desear cuando yo deseo y de que, en general, uno y otro, e incluso el universo, tengamos las mismas impresiones, de modo que la impresión que yo sufra la experimente conmigo el universo. Si en realidad no hay más que un alma, ¿cómo podremos hablar de un alma racional y de otra irracional, o de las almas que se dan en los animales y en las plantas? Si de nuevo no admitimos esto, no existirá la unidad del universo y no podremos encontrar un principio único para las almas.

2. En primer lugar, si mi alma y el alma de otro constituyen una sola alma, no por ello es verdad que el compuesto de alma y cuerpo sea idéntico en ambos. Una misma alma en cuerpos diferentes no tiene por qué experimentar las mismas impresiones en cada uno de ellos. Ocurre aquí como con el hombre, que se mueve en mí si yo me muevo, y está inmóvil en ti si tú lo estás. No resulta, pues, absurdo ni realmente paradójico que el alma sea idéntica en mí y en ti, ni es necesario tampoco que, si yo siento, otro ser experimente también la misma impresión. Ni siquiera en un cuerpo único la impresión que experimenta una mano es experimentada por la otra mano, sino por el alma que se da en el conjunto. Por tanto, si tú has de conocer mis impresiones, habrá necesidad de un cuerpo único en el que se unan los dos nuestros; unidas así sus dos almas tendrán también las mismas sensaciones.

Sin embargo, conviene pensar que muchas cosas que acontecen en un cuerpo se ocultan a la realidad del todo, y tanto más cuanto más grande sea ese cuerpo. Traeríamos aquí a colación lo que se dice de los monstruos marinos, en los que el ser total no tiene sensación alguna de lo que experimenta una parte del cuerpo, cuando esta sensación es demasiado débil. De manera que no es necesario que la sensación sea perfectamente clara para el ser total cuando sólo es afectada una parte de su cuerpo. Pero, aun en este caso, no es ilógico admitir una simpatía en el conjunto, ni menos deberá desconocérsela, aunque no se produzca necesariamente la impresión sensitiva. Tampoco resulta absurdo que la virtud se dé en mí y el vicio se dé en otro ser, puesto que no es imposible que una misma cosa se encuentre en movimiento en un ser e inmóvil en otro. El hecho de que afirmemos que el alma es única no quiere decir de ningún modo que no participe en la pluralidad — esto, por ejemplo, habrá que concederlo a una naturaleza superior — , pues lo que indicamos en esa afirmación es no sólo que es una y múltiple sino que participa “de la naturaleza divisible en los cuerpos y, asimismo, de la naturaleza indivisible”; de modo que se trata de nuevo de un alma única. Y lo mismo que en mí la impresión producida en una parte del cuerpo no domina necesariamente su conjunto, sino que lo que acontece en la parte principal se proyecta luego sobre las otras partes, así también los efectos del universo sobre cada uno de los seres se hacen verdaderamente muy claros por la simpatía de todos los seres con el todo, aunque no resulte de toda evidencia si los efectos provenientes de nosotros mismos aprovechan realmente al todo.

3. Ciertamente, otro razonamiento nos dice, por el contrario, que mantenemos unos con otros una simpatía reciproca, que ante algo que ven nuestros ojos compartimos con los demás nuestros sufrimientos y alegrías, y que, igualmente, nos vemos arrastrados de manera natural hacia el sentimiento de la amistad. Y no hay duda de que la amistad descansa en esa misma simpatía. Pues si los conjuros y, en general, las artes mágicas nos aproximan y nos hacen sentir las mismas cosas a grandes distancias, ello habrá de atribuirse por entero a la unidad del alma. Y así, una frase pronunciada levemente puede ejercer un efecto lejano e incluso dejarse oír a distancias inmensas, de todo lo cual se deduce la unidad de todas las cosas, que es resultado de la unidad del alma.

Ahora bien, si existe una sola alma, ¿cómo pueden darse un alma racional, un alma irracional y un alma vegetativa? Sin duda, porque la esencia indivisible del alma, que no se divide en los cuerpos, aparece ordenada según la razón, en tanto la esencia que se divide en los cuerpos y que, a pesar de todo, es una y la misma, produce en todas partes la facultad de sentir, como consecuencia de esa división. Esa será precisamente la primera facultad, y la segunda la capacidad que aquella esencia tiene para modelar y producir los cuerpos. Pero no porque tenga varias facultades deberá dejar de ser una. Porque en la simiente hay también más de una potencia, que es, sin embargo, una, aunque de esta unidad provenga una multiplicidad. Pero, si es así, ¿cómo no se dan todas las facultades en cualquier ser? Si nos fijamos en el alma individual que, según se dice, se encuentra en todas partes, comprobamos que la facultad de sentir no es la misma en todas ellas, y también que la razón no se halla en todo el cuerpo. En cuanto a la facultad vegetativa, se aparece en partes que no experimentan la sensación, aunque ello no impide que vuelva de nuevo a la unidad una vez que el cuerpo ha desaparecido. Pero si el alma tiene del universo la facultad vegetativa, también la tendrá del alma universal. ¿Por qué, entonces, esta facultad no puede proceder de nuestra alma? Pues sabido es que la facultad vegetativa del universo es la que sufre la sensación, en tanto en cada uno de nosotros la facultad de sentir, ayudada por la inteligencia, juzga de los objetos, pero en nada ayuda al poder de modelar el cuerpo que el alma recibe del universo. Y, ciertamente, podría hacerlo, si esta facultad no hubiera de encontrarse en el universo.

4. Todo lo que se ha dicho hasta ahora nos induce a no admirarnos respecto a la unidad de las almas. Pero esa misma razón nos exige que investiguemos cómo todas ellas forman una sola alma. ¿Acaso ocurre así porque todas las almas provienen de una sola? En ese caso, ¿es esa alma única la que se divide para dar lugar a las otras almas, o bien permaneciendo tal cual se produce, sin embargo, por sí misma la pluralidad de las demás almas? Pero, si permaneciese tal cual es, ¿cómo podría sacar de sí una pluralidad de seres? Tendremos que invocar en nuestra ayuda la autoridad de un dios para poder mostrar que, si hay muchas sustancias, hubo de existir antes una sustancia única, de la que necesariamente han de provenir aquéllas. Si esta alma única fuese un cuerpo, la multiplicidad de las otras almas provendría necesariamente de la división de este cuerpo en partes. Entonces el alma única sería la sustancia total que daría origen a las demás almas. Siendo ella homogénea, todas las demás almas tendrían que serlo también, debiendo contar en totalidad con una sola y única esencia, lo cual haría que se diferenciasen tan sólo por su masa. Si las almas son tales almas por razón de sus masas, no hay duda alguna de que unas y otras son diferentes; si, en cambio, son lo que son gracias a su esencia, entonces componen todas una sola alma. O, lo que es igual, en los cuerpos múltiples se da una misma y única alma. Pero, antes de que esta alma se extienda por la multiplicidad de los cuerpos, otra alma existe fuera de ellos. Y, precisamente, el alma que se encuentra en los cuerpos múltiples es como una imagen que proviene de aquélla, cual reflejo multiplicado de un alma que sigue siendo una. No otra cosa ocurriría con varios trozos de cera que recibiesen la misma huella. De ser cierta la primera hipótesis, el alma se consumiría en múltiples puntos; de serlo, por el contrario, la segunda, el alma carecería de cuerpo y sería, todo lo más, la afección de un cuerpo, sin que debiese sorprendernos que esta cualidad única, proveniente de un cuerpo, existiese luego en muchos otros. Pero el alma podría ser también tal alma por una y otra causa, esto es, en razón de su masa y de su esencia; entonces, claro es, su división no podría resultarnos extraña. Sin embargo, nosotros hablábamos del alma como de una sustancia incorpórea.

5. Pero, ¿cómo una sustancia única puede encontrarse en muchas otras? Porque, o bien se encuentra toda ella en todas las demás sustancias, o permaneciendo en su lugar, y sin dejar de ser una misma, da origen a toda la multiplicidad de los seres. Convengamos en que se trata de una sustancia única, a la cual se reducen todas las demás; de modo que es ella la que se da a las otras sustancias, sin que éstas tengan que devolverle nada. Basta, pues, con que se ofrezca a las demás sustancias, aunque continúe permaneciendo en su lugar y como tal sustancia única. Porque es lo cierto que penetra a la vez en todas las cosas y no se la puede separar de ninguna. Y es, por tanto, un mismo ser radicado en muchos otros.

Pero que nadie se asombre de esto. Porque la ciencia total tiene también sus partes, lo que no obsta para que permanezca tal cual aunque esas mismas partes se deriven de ella. Y en cuanto a la razón seminal, constituye un todo del que provienen las distintas partes en que por naturaleza se diversifica; ello, claro es, aunque cada razón subsista como un todo y no se vea disminuida en nada. Pero es la materia la que divide y todas sus partes componen un solo ser. Sin embargo, podría argüirse, en una ciencia la parte no constituye el todo. Y, en efecto, se tiene siempre a mano esa parte de la ciencia de la que hay necesidad, parte que se sitúa en primera fila para que vengan a continuación esas otras partes que ella mantenía ocultas y en potencia. No hay duda, pues, de que toda la ciencia se encuentra en aquella parte.

Así se habla, tal vez, en la ciencia del todo y de la parte. Ahora bien, en la ciencia del mundo inteligible todo se encuentra al mismo tiempo en acto; todo está dispuesto, pues, para que cumpláis vuestros deseos, porque en cada parte se ha visto realizado el todo, y la parte, a su vez, ha sacado fuerzas de su vecindad con él. No podemos creer que un teorema de una ciencia permanezca aislado de los demás; ya que, si así fuese, no tendría valor técnico ni científico y habría que considerarlo como las palabras de un niño. Si de verdad posee valor científico, contendrá en potencia todos los demás teoremas, pues el hombre que sabe introduce en él todos los otros a manera de consecuencia. Esto es lo que hace el geómetra en el análisis, donde muestra que un teorema contiene todos los demás por los que se verifica el análisis, así como aquellos otros que son su consecuencia y que provienen de él.

Si todo esto resulta increíble para nosotros, atribuyámoslo a nuestra debilidad y a la sombra que origina nuestro cuerpo. Pero en el mundo inteligible todas y cada una de las cosas aparecen radiantes de luz.