generación

Pues bien, que cada uno se atenga a cualquiera de las dos doctrinas. No le será difícil descubrir cómo no están en desacuerdo. La doctrina que atribuye al alma la impecabilidad concibe el alma como una entidad una absolutamente simple, identificando el alma con la esencia del alma, mientras que la que admite que peca le enlaza y le añade la «otra especie de alma», la que está sujeta a «pasiones terribles». De este modo el alma misma se convierte en compuesta y en el resultado de todos los componentes. Está, pues, sujeta a pasiones en su conjunto, y el «compuesto» es quien peca y quien sufre el castigo según Platón, y no aquélla. Por eso dice: «Hemos considerado el alma como los que ven al marino Glauco», pero si uno desea «ver – dice – su naturaleza», es preciso «sacudirle» las adherencias y «ver su amor a la sabiduría, las cosas con las que está en contacto y por estar emparentada con cuáles» es lo que es. Hay, pues, en ella otra vida y otras actividades, y el castigado es distinto. Y el apartamiento y la separación no es sólo lejos de este cuerpo, sino también de todo lo que se le ha añadido. Y es que la añadidura se produce en la generación. O mejor, la generación es propia enteramente de la «otra especie de alma». El cómo de la generación ya lo hemos explicado: se produce con la bajada del alma, siendo otra cosa, derivada del alma, la que baja al inclinarse aquélla. ENÉADA: I 1 (53) 12

Estamos aquí en el terreno de la imagen material. Porque, en lo que atañe a los otros seres inextensos, esto es, a las formas definidas, no nos proporcionan la idea de la masa. Existe, sin embargo, la materia indeterminada, que no es estable por sí misma y se mueve hacia toda forma, dejándose conducir fácilmente hacia ella. Esta materia se hace múltiple al verse llevada a todas partes en una generación incesante; tiene, por eso, de algún modo, la naturaleza misma de la masa. ENÉADA: II 4 (12) 11

En general, se equivocan en el modo de concebir la creación y en muchas otras cosas, y llevan por el lado peor las doctrinas de Platón, corno si ellos mismos hubiesen comprendido la naturaleza inteligible, cosa que aparecería vedada tanto a Platón como a los demás hombres divinos. Al enumerar una gran cantidad de inteligibles, piensan que podrá creerse que acaban de descubrir al fin la más rigurosa de las verdades. Sin embargo, con esta misma cantidad de inteligibles hacen que la naturaleza inteligible se parezca a la naturaleza sensible e inferior; cuando lo que realmente conviene en el mundo inteligible es perseguir el menor número posible de seres. Todos ellos habrá que atribuirlos a la Inteligencia que se sitúa a continuación del Primero, para liberarse así del número; en ella se dan todos los seres, y ella es también la primera inteligencia, la esencia y todo lo que hay de hermoso luego de la primera naturaleza. En el tercer rango colocaremos al alma, cuidando de descubrir en sus pasiones y en su naturaleza las diferencias que las almas ofrecen. Es claro que no debemos ridiculizar a esos hombres divinos, sino recibir con benevolencia sus opiniones, como hombres antiguos que son. Habremos de aceptar entonces todo lo que ellos califican rectamente: la inmortalidad del alma, el mundo inteligible, el primer Dios, la necesidad que siente el alma de huir de su trato con el cuerpo, la separación de una y de otro, que consiste en liberarse de la generación para dirigirse a la esencia. Hacen bien, desde luego, cuando emplean un lenguaje tan claro como el de Platón. No implica, sin embargo, malevolencia contra los que están en desacuerdo el decirles que no necesitan ridiculizar e injuriar a los griegos para lograr que arraiguen sus afirmaciones en el espíritu de sus oyentes; pues muy al contrario, tendrán que mostrar la rectitud de éstas en relación con las formuladas por los antiguos, y las opiniones de estos hombres, acogidas con solicitud y disposición filosófica, serán entonces expuestas en parangón con las opiniones propias, incluso, como es justo, si están en contradicción con ellas. Habrán de mirar a la verdad y no tratar de aumentar su honra con la reprobación de unos hombres que ya desde la antigüedad han sido distinguidos, y considerados como superiores, por otros hombres que no son realmente despreciables. Porque las doctrinas formuladas por los antiguos sobre los seres inteligibles son muy superiores a las de éstos; se las reconocerá como doctrinas sabias por todos aquellos que no han sido víctimas del error, tan fácilmente extendido entre los hombres. De aquellos han tomado las más de las cosas todos los que han venido después, limitándose a adiciones nada convenientes, con las que quisieron contradecirles. Para ello introdujeron en la naturaleza inteligible generaciones y corrupciones de todas clases, llenando de reproches el universo sensible, censurando la relación del alma con el cuerpo y vituperando al ser que gobierna el universo. Llegan en este aspecto a identificar el demiurgo con el alma, atribuyéndole las mismas pasiones que se dan en las almas. ENÉADA: II 9 (33) 6

Y si permanece en sí misma e ilumina sin tener que realizar ninguna acción, ¿por qué es ella sola la que ilumina y no lo hacen, en cambio, otros seres más poderosos que ella? Por otra parte, si ha podido iluminar únicamente con el pensamiento del mundo y como consecuencia de él, ¿por qué no produjo el mundo a la vez que lo iluminaba? ¿Por qué hubo de esperar a la generación de las imágenes? Y, además, ¿cómo este pensamiento del mundo, esta llamada por ellos “tierra extraña”, producida, como dicen, por seres superiores, no forzó a inclinarse a los que la han producido? Habría que preguntarse también cómo es que la materia, una vez iluminada, produce destellos animados y no naturalezas corpóreas. La imagen de un alma no necesita para nada de las tinieblas ni de la materia, sino que, una vez producida, sigue de cerca a la causa que la produce y permanece unida a ella. Pero, además, ¿es esa imagen una sustancia o, como ellos dicen, un pensamiento? Porque si realmente es una sustancia, ¿qué diferencia manifiesta con el ser del cual proviene? Si se trata de otra especie de alma, y si la primera es un alma razonable, la imagen de que hablamos es un alma vegetativa o generadora. Y si es así, ¿cómo ha creado el demiurgo: para ser honrado, o por simple jactancia y atrevimiento? Con esto se le priva de su acción imaginativa y, aun más, de la facultad de razonar; pero, ¿por qué entonces habría de hacer el mundo de una materia y de una imagen? Si se trata de un pensamiento, convendrá indicar primero de dónde le viene ese nombre; luego, cómo es realmente, si no otorgamos el poder de producir a una simple noción mental. Pero, ¿de qué modo concebir la producción tratándose de una mera imagen? Hablar primero de un ser, luego de otro, que viene después de éste, resulta algo arbitrario. ¿Por qué ha de ser el fuego el primer ser? ENÉADA: II 9 (33) 11

Algunos acontecimientos nos hacen pensar en las artes; por ejemplo, (la causa) del restablecimiento de la salud es la medicina y el médico; y la causa del enriquecimiento puede ser el descubrimiento de un tesoro, o un legado, o las ganancias derivadas del trabajo o de una profesión. También la causa del hijo es el padre, junto con las demás circunstancias externas concurrentes a la procreación: así, una determinada alimentación y, un poco después, el contar con la aptitud para la generación y con una mujer adecuada para ella. Todas estas cosas se refieren en general a la naturaleza. ENÉADA: III 1 (3) 1

Todo esto se dice de las cosas consideradas en sí mismas. Pero se da una trabazón de todas ellas, bien en aquellas cosas que ya fueron engendradas, bien en las que se engendran a cada instante, con lo que se originan obstáculos y dificultades. Comprobamos que los animales se devoran unos a otros y que los hombres se atacan entre sí; la guerra, por ejemplo, es algo siempre continuo, que no conoce el descanso ni la tregua. Si, sobre todo, la razón hizo así las cosas, ¿cómo no ha de afirmarse que están bien hechas? No ayuda, sin embargo, a los que así argumentan el afirmar que todo resulta lo mejor posible, que la materia es causa de que las cosas sean inferiores, que el mal no puede ser destruido si las cosas tienen que ser como son y realmente están bien así, que la materia no se presenta como dominadora, sino que ha sido traída a las cosas para que éstas sean lo que son y que, en fin, la razón misma se aparece en mayor grado como la causa de que la materia sea tal cual es. Para esta manera de decir, la razón es un principio y, en realidad, lo es todo, pues todo también, en el proceso de la generación, acontece y se ordena conforme a la razón. Pero, ¿cómo se explica entonces la necesidad de esa guerra implacable que subsiste entre los animales y los hombres? Ese devorarse mutuamente los animales es como una especie de compensación, ciertamente necesaria, entre unos seres que, aunque no se les matase, no podrían durar eternamente. Si en el momento en que deben dejar la; vida, su muerte puede reportar utilidad a otros animales, ¿por qué mirar esto con malos ojos? ¿No comprobamos que nacen de un nuevo modo, cuando son devorados por otros? Ocurre aquí como con el autor muerto en la escena, que, cambiando su apariencia exterior, vuelve a aparecer en otro papel, lo cual significa que no había muerto realmente. Si la muerte, pues, no representa otra cosa que un cambio de cuerpo, cambio análogo al del actor que muda de ropa, o si, incluso, puede representar algunas veces el abandono absoluto del cuerpo, a semejanza del actor que sale definitivamente de la escena para no volver ya más a ella, ¿qué de terrible tiene este intercambio que verifican los animales? ¿No es ello aún mejor que el no haber tenido principio? Porque la privación de la vida les traería consigo la imposibilidad de atender a otros. Mas es claro que se da en el universo una vida múltiple, productora y cinceladora de todos los seres, que no cesa de conformar continuamente unos juguetes, como son los seres vivos, realmente hermosos y de buen ver. Y si los hombres toman las armas unos contra otros, recordemos que son seres mortales y que, luchando en un orden conveniente, nos dan a entender con claridad que las grandes empresas no son otra cosa que juegos con lo cual nos declaran también que la muerte no es algo terrible, y que morir en las guerras y en los combates es adelantar un poco en el tránsito a la vejez o acaso partir mas rápidamente para retornar antes. Si se ven privados de la vida y de las riquezas, conocerán que estas cosas no les pertenecían y, entonces, resultará ridícula esta posesión para sus mismos raptores, que podrán verse desposeídos a su vez por otros; pues, para quienes no se materialice la privación, peor resultará aún la conservación que la pérdida. ENÉADA: III 2 (47) 15

¿Quién es entonces el sabio? El que actúa por su mejor parte. No sería verdaderamente un sabio si el demonio trabajase en colaboración con él. Es, pues, su inteligencia la que actúa. De ahí que el sabio sea ya un demonio, o bien actúe según un demonio que, para él, constituye un dios. Porque, ¿podría haber un demonio por encima de la inteligencia? Sin duda, ya que la realidad que está por encima de la inteligencia es para él un demonio. ¿Por qué, sin embargo, no dispone desde un principio de la sabiduría? Atribuyámoslo a la confusión propia de la generación. No obstante, aun antes de ejercitar su razón, desarrolla un movimiento interno que tiende a lo que le es propio. Así pues, ¿le dirige su demonio completamente? No le dirige completamente si el alma tiene una constitución tal que, en esas circunstancias y con su manera de ser, disponga también de tal vida y de tal voluntad. ENÉADA: III 4 (15) 6

En cuanto a las almas del mundo sensible se hallan por encima de la naturaleza demoníaca y han remontado ya, en tanto se encuentran en este mundo, todo el destino de la generación y el orden total de lo que vemos. Llevan con ellas, por decirlo así, la esencia que desea la generación a la cual se califica rectamente de “esencia divisible en los cuerpos”, tanto por multiplicarse como por dividirse con ellos. Pero no se divide en masas de gran volumen, sino que es la misma en todas las partes de los cuerpos, en los que está toda entera y una. Cuando un animal origina otros muchos, se divide como decimos, igual que ocurre con las plantas, porque es claro que esta esencia se divide en los cuerpos. Unas veces el alma una origina esas vidas sin dejar para nada el cuerpo: tal es el caso de las plantas. Otras veces las produce luego de haber dejado a aquél, aunque en este caso mejor será decir antes de partir: tal acontece con los esquejes de las plantas o con los animales ya muertos que, de resultas de la putrefacción, dan origen a múltiples vidas. En ello colabora una potencia análoga a la del universo, que es la misma aquí y en todas partes. ENÉADA: III 4 (15) 6

Si se trata de hombres prudentes, el apego a la belleza de este mundo no constituye una falta; pero sí lo es, en cambio, la caída en el placer sexual. Para quien ama la belleza pura hay suficiente con ella, tenga o no el recuerdo de la belleza de lo alto; para quien mezcla a su amor el deseo de la inmortalidad en su naturaleza mortal, la búsqueda de lo bello ha de cifrarse en la eterna generación; y así, fecundará y engendrará en lo bello según la naturaleza, lo primero para la continuidad de la generación, lo segundo por su misma afinidad con la belleza. Porque es claro que la eternidad es afín a la belleza, y siendo la naturaleza eterna la belleza primitiva, también será bello lo que de ella procede. Para quien no desea engendrar, hay más que suficiente con la belleza, pues el deseo de producir la belleza se origina por indigencia e insatisfacción y porque se piensa en el ser al producir y engendrar aquélla. En cuanto a los que quieren engendrar contra las leyes y contra la naturaleza, han cumplido al principio con el camino natural, pero, una vez apartados de él, permanecen alejados de este camino y caen sin haber visto a dónde les lleva el amor, y sin haber conocido el deseo de engendrar, ni el uso de las imágenes de la belleza, y ni siquiera lo que es la belleza misma. Así, en tanto unos aman los cuerpos hermosos, no para unirse a ellos sino porque son bellos, otros, en cambio, buscan el amor sexual y la convivencia con las mujeres, para perpetuar así la especie. Unos y otros son prudentes, siempre que no se aparten de este fin; sin embargo, los primeros resultan ser superiores. Pues mientras aquellos veneran la belleza de este mundo y tienen bastante con ella, los otros mantienen el recuerdo de la belleza primitiva, sin desdeñar por esto la belleza de este mundo como cumplimiento y representación de la primera. Unos van a la belleza sin vergüenza alguna, otros, por la misma belleza, caen en la deshonra; porque el mismo deseo del bien hace muchas veces caer en el mal. He aquí lo que acontece con las pasiones del alma. ENÉADA: III 5 (50) 1

Pero, ¿cómo serán los recuerdos cuando las almas han descendido del mundo inteligible? Despertarán también su memoria, aunque en un grado menor que para las otras almas, porque tendrán otras muchas cosas de que recordarse. Las habrá hecho completamente olvidadizas el largo tiempo de permanencia (fuera del cielo). Más, ¿qué será de sus recuerdos una vez que caigan en el mundo sensible, donde tienen lugar los nacimientos? No es necesario en modo alguno que caigan hasta el fondo del mundo, porque, si realmente se han puesto en movimiento, también pueden detenerse en su avance. Nada impide, desde luego, que se despojen nuevamente de sus cuerpos antes de que lleguen al límite extremo en el mundo de la generación. ENÉADA: IV 4 (28) 5

Si quisiésemos recordar nuestros supuestos, éstos quedarían así: el mundo como un ser animado único, por lo cual ha de estar necesariamente en simpatía consigo mismo; el curso de su vida, si es conforme a la razón, ha de ser también armónico consigo mismo; por otra parte, nada en su vida quedará fiado al azar, sino que se encuadrará en una armonía y un orden únicos; sus esquemas se ajustarán asimismo a la razón, de tal modo que cada una de las partes que intervienen en la danza se interpreten numéricamente. Dos cosas hemos de poner aquí de acuerdo: la actividad misma del universo, con las figuras que se forman en él, y las partes que resultan de estas figuras, con todo lo que de ellas se deriva. De este modo podrá explicarse la vida del universo. Sus potencias contribuirán a ella, en la medida que deben su existencia a la acción de un agente racional. Estas figuras son como las razones, los intervalos, las disposiciones simétricas y las formas mismas, conforme a razón, del ser animado universal; los seres así separados y que componen estas figuras son como otros miembros del mismo animal. Pero éste, a su vez, cuenta con potencias independientes de su voluntad, aunque sean justamente partes suyas, puesto que lo que proviene de la voluntad queda fuera de estas partes y no contribuye ciertamente a la naturaleza del animal. La voluntad de un animal único tiene necesariamente que ser una; pero si ese animal tiene potencias múltiples, nada impedirá que cada una de ellas tienda a un fin distinto. Sin embargo, todas las voluntades contenidas en el animal universal se dirigirán siempre a una misma cosa, como fin exclusivo de la voluntad única del universo. Existirá el deseo de una parte hacia otra, porque alguna de ellas querrá apropiarse de la otra si de ésta tiene necesidad: así, la cólera hacia otro será motivada por la aflicción, en tanto el crecimiento se hará también a expensas de otro ser y la generación, por su parte, nos traerá siempre algo distinto. Pero el universo, que produce en los seres todas estas cosas, busca él mismo el Bien y, aún mejor, lo contempla. Eso mismo hace también la voluntad recta, situada sobre las pasiones, colaborando en tal sentido con la voluntad universal. De este modo, los que trabajan a sueldo de otro realizan muchas cosas ordenadas por sus dueños, pero, no obstante, el deseo del bien les conduce al mismo fin que a ellos. ENÉADA: IV 4 (28) 35

Todo lo que es provechoso a la vida o proporciona alguna utilidad debe ser considerado como una donación, que va precisamente de las partes mayores a las más pequeñas. Cuando se dice que (los astros) tienen una influencia perniciosa en la generación de los animales, es porque el sujeto no ha podido recibir el bien que le fue dado. Porque un ser animado no nace simplemente: nace para un fin y en un determinado lugar, y conviene que sufra la influencia adecuada a su naturaleza. Las mezclas, además hacen también mucho, dado que cada (astro) ofrece algo beneficioso para la vida. Aunque podría ocurrir, en algún caso, que lo que es naturalmente ventajoso, no lo fuese en la realidad, ya que el orden del universo no da siempre a los seres lo que cada uno de ellos quiere. Nosotros mismos añadimos muchas cosas a los dones que se nos otorgan. ENÉADA: IV 4 (28) 38

El ser del alma no consiste, por tanto, en ser la forma de un cuerpo, sino que el alma es en realidad una sustancia que no recibe su ser por hallarse instalada en un cuerpo; muy al contrario, existe ya antes de llegar a convertirse en el alma de un determinado animal, cuyo cuerpo ella misma engendrará. ¿Cuál es, entonces, su esencia? Porque si no es un cuerpo, ni afección de un cuerpo, sino acción y creación, y si, por otra parte, muchas de las cosas están en ella y provienen de ella, y, además, ella misma es una sustancia fuera del cuerpo, ¿qué habrá de ser, en definitiva? Será, sin duda alguna, lo que nosotros llamamos una verdadera sustancia. Todo ser corpóreo está sujeto a la generación y no es una sustancia; esto es, se dice que nace y que perece y que no es nunca verdaderamente ; si se conserva, se conservará precisamente por su participación en el ser y en tanto dure esta participación. ENÉADA: IV 7 (2) 8

En cuanto a las almas de los otros animales, almas caídas que han llegado a los cuerpos de las bestias, serán también necesariamente inmortales. Y si existiese otra clase de almas, no podría venir de otro lugar que de la naturaleza viva, causa verdadera de la vida para los demás animales, incluyendo aquí el alma de las plantas. Porque todas han salido del mismo principio y tienen una vida propia, siendo incorpóreas, indivisibles y, en definitiva, sustancias. Podría aducirse que el alma, como ser compuesto de tres partes, tendrá que disolverse; pero a esto contestaríamos nosotros que las almas puras y liberadas del cuerpo abandonaran todo lo que han recibido en el curso de la generación, mientras las otras almas seguirán conviviendo con ello aún por mucho tiempo. Sin embargo, este elemento inferior no llegará a perecer, a pesar de su abandono, en tanto pueda permanecer allí donde se encuentra su principio. Porque es claro que ningún ser perecerá. ENÉADA: IV 7 (2) 14

Ninguna diferencia existe entre estas expresiones: la siembra de las almas para la generación, su descenso para la conclusión del universo, el castigo, la caverna, la necesidad y la libertad, puesto que la una exige a la otra, el ser en el cuerpo como en algo malo, con todo lo que dice Empédocles cuando habla de la huida que la aparta de Dios, de su vagabundaje o de su falta, o incluso con las fórmulas de Heráclito como el descenso en su huida, o, en general, con la libertad de su descenso, que no se contradice con la necesidad. Porque todo marcha de manera involuntaria hacia lo peor, aunque sea llevado por su movimiento propio y esto mismo nos haga decir que se sufre el castigo por lo que se ha hecho. Y además, cuando todo se sufre y se hace necesariamente por una ley eterna de la naturaleza y el ser que se une al cuerpo, descendiendo para ello de la región superior, viene con su mismo avance a prestar un servicio a otro ser, nadie podrá mostrarse disconforme ni con la verdad ni consigo mismo si afirma que es Dios el que la ha enviado. Pues todo lo que proviene de un principio se refiere siempre al principio del que salió, incluso en el caso de que existan muchos intermediarios. La falta del alma es en este sentido doble, ya que, por una parte, se la acusa de su descenso, y por otra, de las malas acciones que comete en este mundo. En el primer caso, cuenta la realidad de su descenso, pero en el otro, si realmente profundizó menos en el cuerpo y se retiró antes de él, habrá que enjuiciarla según sus méritos – entendiendo con la palabra juicio que todo esto depende de una ley divina – , haciéndose acreedor el vicio desmedido a un castigo mucho mayor, que habrá de estar al cuidado de los demonios vengadores. ENÉADA: IV 8 (6) 5

¿Cómo podremos explicar que las almas hayan olvidado a Dios, su padre, y que, siendo como son partes de él y que a él pertenecen por entero, se ignoren a sí mismas y le ignoren a él? Digamos que el principio del mal es para ellas la audacia, la generación, la diferenciación primera y el deseo de ser ellas mismas. Pues queriendo gozar de su independencia, se sirven del movimiento que ellas poseen para dirigirse al lugar contrario al que ocupa la divinidad. Llegadas a este punto, desconocen ya por completo de dónde provienen y, al igual que unos hijos arrancados a sus padres y educados por largo tiempo lejos de ellos, se ignoran verdaderamente a sí mismas e ignoran a quienes les dieron el ser. Como no ven (a Dios), ni siquiera se ven a sí mismas, estas almas se menosprecian por desconocimiento de su linaje. Estiman, por el contrario, todo lo demás y nada les llena en mayor grado que la admiración de sí mismas. Se dejan llevar de la admiración y de la pasión hacia todas las otras cosas, suspendidas como están de ellas, y, naturalmente, en cuanto les es posible rompen con todo aquello de lo que se alejaron en virtud de su menosprecio. De modo que acontece en realidad que la causa de su total desconocimiento de Dios es su misma estima de las cosas de aquí y su desdén por ellas mismas. Porque perseguir y admirar una cosa es, para el que la persigue y la admira, sentirse en todo inferior a ella. Y así, quien se sitúa por debajo de lo sujeto a generación y destrucción, por estimarse la cosa más despreciable y mortal de cuantas él distingue, no puede nunca imaginar en su espíritu cuál sea realmente la naturaleza y el poder de Dios. De ahí que debamos usar de un doble razonamiento si hemos de dirigirnos a los que se encuentran en esta disposición con el deseo de que retornen al lugar contrario y de que asciendan hacia los seres primitivos para alcanzar así el ser más alto, que es el Uno o el Primero. ¿Qué significa cada una de estas dos cosas? La una nos muestra la infamia de lo que ahora es honrado por el alma, según tendremos ocasión de probar más adelante; la otra alecciona al alma y le recuerda en cierto modo cuál es su linaje y su dignidad. Esta cuestión es, naturalmente, anterior a la primera y por su misma luz se obtiene la iluminación de la otra. Tratémosla, pues, ya que se encuentra próxima al objeto de la búsqueda y ha de ser muy útil a él. Porque quien busca, en definitiva, es el alma y lo que ha de conocer es qué clase de ser ella es para poder, antes de nada, conocerse a sí misma y saber igualmente si tiene posibilidad de realizar esa búsqueda y si cuenta con un ojo capaz de ello, o lo que es lo mismo, si le conviene tal investigación. Ya que si lo que busca, en realidad, es algo extraño, ¿qué provecho sacará de aquí? En tanto si lo que sea es algo afín a ella, no hay duda de que le convendrá buscarlo y que incluso podrá encontrarlo. ENÉADA: V 1 (10) 5

Conviene, pues, que al contemplar el Uno que se da a sí mismo como en el interior de un santuario – el Uno que permanece inmóvil más allá de todas las cosas – , contemplemos también esas imágenes estables que se vuelven hacia afuera, y mejor aún la imagen que primero apareció y que se hizo manifiesta del modo siguiente: para todo lo que se mueve conviene que haya un término hacia el cual se mueva; más, como nada semejante cabe decir del Uno, puesto que no podemos afirmar que se mueve, diremos, entonces, que, si alguna cosa proviene de El, habrá de venir a la existencia si El está vuelto desde siempre hacia sí mismo. (La generación en el tiempo no deberá constituir para nosotros una dificultad cuando nos referimos a los seres eternos; porque les atribuimos de palabra la generación para concederles de algún modo la relación causal y el orden). De hecho, sin embargo, hemos de afirmar que lo que proviene del Uno no es debido al movimiento de éste. Ya que si algo se originase por su movimiento, este término así engendrado sería el tercero, después del movimiento, y no ya el segundo. Conviene, por tanto, que, si ha de existir un segundo término después de él, se dé realmente sin que el Uno se mueva, sin que se incline o lo desee, sin que, en general, tenga que moverse de algún modo. ¿Cómo, entonces? Pues, ¿qué podremos imaginar alrededor del Uno, si éste permanece inmóvil? Imaginemos una viva luz proveniente de El – de El que permanece inmóvil -, cual la luz resplandeciente que rodea al sol y nace de él, aunque el sol mismo permanezca siempre inmóvil. Por lo demás, todos los seres que existen producen necesariamente alrededor de ellos, como saliendo de su propia esencia, una realidad que mira hacia afuera y depende de su poder actual. Esta realidad es como una imagen de los seres de que proviene. Tal ocurre, por ejemplo, con el fuego, que hace nacer de sí mismo el calor, o también con la nieve, que no retiene en su interior todo su frío. Y mayor prueba nos dan todavía los objetos olorosos, los cuales, en tanto que existen, producen alrededor de ellos una verdadera emanación, de la que disfrutan los seres que están próximos. A mayor abundamiento, todos los seres que han llegado al estado de perfección producen necesariamente algo; con más razón, pues, producirá siempre el ser que ya es eternamente perfecto, el cual producirá de suyo un ser eterno, pero de menor importancia que él. ¿Qué convendrá decir, entonces, del ser que es más perfecto que ninguno? Sin duda, que de él no puede provenir otra cosa que lo que hay de más grande después de él. Pero lo que hay de más grande después de él es, precisamente, la Inteligencia, que constituye el segundo término. Porque, efectivamente, la Inteligencia ve el Uno y de ninguna otra cosa tiene necesidad. El Uno, sin embargo, no tiene necesidad de ella. Lo que nace, pues, del término superior a la Inteligencia es la Inteligencia misma, la cual es superior a todas las cosas porque todas las demás cosas vienen después de ella. Así, el alma es la palabra y el acto de la Inteligencia, lo mismo que ésta es la palabra y el acto del Uno. Pero la palabra del alma es oscura, porque, como tal imagen de la Inteligencia, debe mirar hacia ella, lo mismo que la Inteligencia ha de mirar hacia el Uno para conservarse como tal Inteligencia. Y lo ve, ciertamente, sin estar separada de El, porque nada hay que se encuentre entre ambos, como nada hay tampoco entre el alma y la Inteligencia. Todo ser que ha sido engendrado desea y ama al ser que lo engendró, sobre todo cuando sólo existen realmente estos dos seres. Lo cual quiere decir que cuando el ser productor de algo es el ser mejor que hay, el ser que ha sido engendrado convivirá necesariamente con él, sin que ya les separe otra cosa que su misma alteridad. ENÉADA: V 1 (10) 5

Pero la Inteligencia, semejante como es al Uno, produce lo mismo que El esparciendo su múltiple poder. Lo que produce es una imagen de sí misma, al desbordarse de sí igual que lo ha hecho el Uno, que es anterior a ella. Este acto que procede del ser es lo que llamamos el Alma, en cuya generación la Inteligencia permanece inmóvil, lo mismo que ha permanecido el Uno, que es anterior a la Inteligencia, al producir la Inteligencia. Pero el Alma, en cambio, no permanece inmóvil en su acto de producción, sino que se mueve verdaderamente para engendrar una imagen de ella. Al volverse hacia el ser del que proviene se sacia de él, y al avanzar con un movimiento diferente y contrario, engendra esa imagen de sí misma que es la sensación, no sólo en la naturaleza sino también en las plantas. Y, sin embargo, nada aparece separado o cortado con respecto a lo anterior. Por lo cual, el alma semeja adelantarse hasta las plantas, y lo hace en un cierto sentido puesto que le pertenece el principio vegetativo que se da en ellas. Pero no se entrega por entero a las plantas, sino que al descender a éstas lo que hace es producir otra existencia por su avance y buena disposición hacia el mundo que le es inferior; ahora bien, por su parte superior, que sigue dependiendo de la Inteligencia, le es permitido permanecer inmóvil en sí misma. ENÉADA: V 2 (11) 5

Dícese que hay que remontarse hacia el Uno porque es lo que subsiste como Primero e idéntico, aunque otros seres unos provengan de El. Así, en el caso de los números, contamos con una unidad que permanece en sí misma y con otro ser que los produce, surgiendo el número con arreglo a esta misma unidad. Con mayor razón todavía, si se trata del Uno anterior a los demás seres, éste deberá permanecer en sí mismo; pero, aunque eso ocurra, no será una cosa diferente de El la que produzca los seres, sino que bastará con que El exista para que los seres sean engendrados. Pero, lo mismo que, en el caso de los números, la forma de la unidad podía tomarse como primera o segunda, porque cada una de las unidades que sigue a la unidad primera no participa en ella de igual manera, así también en lo que hace a las cosas posteriores al Primero podrá decirse que tienen algo de El, algo que debe considerarse como una forma. Allí, en los números, la participación en la unidad producía la cantidad; aquí, en cambio, la huella del Uno produce la esencia, de modo que el ser no es otra cosa que la huella del Uno. Si se dice, pues, que la palabra ser deriva de la palabra uno, hay grandes posibilidades de alcanzar la verdad. Porque el ser que llamamos el primero, tan sólo un poco se alejó del Uno y no quiso ya ir más adelante, volviéndose, entonces, hacia dentro y convirtiéndose así en la esencia y en el hogar de todos los demás seres. De modo que, quien habla del Uno apoyándose en el sonido mismo las palabras parece dar a indicar lo que procede de El, expresando la palabra ser en la medida de lo posible. En tal sentido, lo que proviene del Uno, es decir, el ser, conserva la imagen de la potencia de la que ha nacido. Y el lenguaje, movido por esta visión y este espectáculo, conserva en su imagen, pronunciando las palabras “ser, esencia hogar.” Porque estas palabras quieren designar la existencia de lo que fue engendrado por el Uno, tratando de conservar así, en la medida de lo posible, la imagen de la generación del ser. ENÉADA: V 5 (32) 5

Porque es fácil la vida en esa región. La verdad es su madre, su nodriza, su sustancia y su alimento. Los seres que la habitan lo ven realmente todo, no sólo las cosas a las que conviene la generación, sino las cosas que poseen el ser y ellos mismos entre ellas. Porque todo es aquí diáfano y nada hay oscuro o resistente. Todo, por el contrario, es claro para todos, todo, incluso en su intimidad; es la luz para la luz. Cada uno tiene todo en sí mismo y ve todo en los demás, de manera que todo está en todas partes, todo es todo, cada uno es también todo y el resplandor de la luz no conoce límite. Cada uno es grande, porque lo pequeño es igualmente grande. El sol es aquí todos los astros y cada astro es, a su vez, el sol y todos los demás astros. Cada uno tiene algo sobresaliente, aunque haga manifiestas todas las cosas. El movimiento que aquí se da es movimiento puro, puesto que su motor no le confunde su marcha al no ser distinto de él. El reposo, por su ante, tampoco se ve turbado por el movimiento, porque no se mezcla con nada inestable. Y lo bello es absoluto, porque no se contiene en algo que no es bello. Cada uno no avanza sobre un suelo extraño, sino que, en el lugar donde se encuentra, es verdaderamente él mismo; y a la vez, cuando mina hacia lo alto reúne también en sí mismo el lugar donde proviene. El mismo y la región que habita no son, por tanto, dos cosas distintas; porque su sujeto es la Inteligencia y él mismo es inteligencia. Pensad por un momento que este cielo visible, que es luminoso, produce toda la luz que proviene de él. Aquí, ciertamente, de cada parte distinta proviene también una luz distinta, siendo cada una tan sólo una parte; allí, en cambio, es del todo de donde proviene siempre cada cosa, que es a la vez, e igualmente, el todo. Porque si bien es cierto que la imaginamos como una parte, también podremos verla como un todo si la miramos con agudeza. Ocurre con esta visión lo que con la de Linceo, que, según se dice, veía incluso lo que hay en el interior de la tierra; porque la fábula, al fin, quiere insinuarnos enigmáticamente cómo son los ojos en la región inteligible. No hay allí, en efecto, ni cansancio ni plenitud de contemplación que obliguen al reposo; porque tampoco tenemos un vacío que convenga llenar ni un fin que haya que cumplir. No distinguiremos allí un ser de otro ser, y ninguno de ellos se verá insatisfecho con lo que corresponda a otro, porque en esa región los seres no conocen el sufrimiento. ENÉADA: V 8 (31) 5