Macróbio: Geografia

Al tratar de geografía, Macrobio repite la doctrina de Cicerón de las cinco zonas. Hay razones para suponer que la zona templada del sur está habitada, como la nuestra, «pero nunca hemos tenido, ni tendremos, la posibilidad de descubrir por quién». Macrobio todavía considera necesario (para la edad Media no lo habría sido) disipar una mala interpretación infantil de lo que llamamos gravedad. No hay peligro de que los habitantes del hemisferio sur caigan en el cielo inferior; tanto en su caso como en el nuestro, la superficie de la Tierra está «abajo» (II, v). El océano ocupa la mayor parte de la zona tórrida; dos grandes brazos procedentes de él por el este y dos por el oeste fluyen, hacia el norte y hacia el sur, hasta los polos. A consecuencia del encuentro de sus corrientes se producen las mareas. Así, pues, la tierra firme cae dentro de cuatro grandes divisiones. Indudablemente, una de ellas es la gran porción de tierra firme de Europa, Asia y África (II, ix). Una versión gráfica simplificada de ese plan sobrevive en los «mapas circulares» posteriores. Así como, en el sentido del espacio, estamos incomunicados con respecto a los antípodas, así también estamos casi incomunicados, en el del tiempo, con respecto al pasado. Con frecuencia, la raza humana ha quedado casi destruida por grandes catástrofes globales; casi, porque siempre ha quedado un residuo. Egipto nunca ha resultado destruido; a ello se debe que los anales egipcios se remonten a una antigüedad desconocida en todos los demás sitios (II, X). Esa idea procede del Timeo de Platón (21a-23b), que, a su vez, pudo sugerir la deliciosa historia que cuenta Herodoto (II, 143): Hecateo el historiador, al visitar la Tebas egipcia, se jactó de que descendía de un dios de la decimosexta generación, lo que lo remontaba a un período anterior a cualquier testimonio griego. Entonces, los sacerdotes lo condujeron a un gran salón donde estaban colocadas las estatuas de quienes habían profesado el sacerdocio hereditario y siguieron la descendencia hacia atrás, de hijo a padre; cuando habían llegado a la 145a generación, todavía no habían visto ningún dios o semidiós siquiera. Eso refleja la diferencia real entre la historia griega y la egipcia.

Así, aunque en la mayoría de las partes de la Tierra la civilización es siempre relativamente reciente, el universo ha existido siempre (II, X). Aunque Macrobio describe su formación en términos que suponen la idea de tiempo, debemos considerarlo como una simple convención lingüística. Lo más puro y más limitado (liquidissimum) se alzó hasta el lugar más alto y recibió el nombre de éter. Lo que tenía menos pureza y menor peso se convirtió en el aire y se introdujo en el segundo nivel. Lo que todavía tenía cierta fluidez, pero también suficiente densidad (corpulentum) como para ofrecer resistencia al tacto, se acumuló en la corriente de agua. Por último, del desorden total de la materia se separó todo lo indómito (vastum) para purificar a los (demás) elementos (ex defaecatis abrasum elementis) y calló y se sentó en el punto más bajo, sumergido en un frío envolvente e inacabable (F XXII). En realidad, la Tierra constituye los «deshechos de la creación», el basurero cósmico. Este pasaje puede aclarar también uno de Milton. En Paradise Lost, VII, el Hijo acaba de señalar la zona esférica del universo con su compás de oro, cuando el espíritu de Dios

downward purg’d
The black tartareous cold infernal dregs
(237)

Hacia abajo purgó las escorias negras, tartáricas, frías e infernales.

La interpretación que da Verity es que Dios expulsó los desperdicios de la zona esférica, con lo que los precipitó «hacia abajo», en el Caos, el cual en la obra de Milton, en determinadas ocasiones, consta de un arriba y un abajo absolutos. Pero «hacia abajo» puede perfectamente significar hacia el centro de la esfera cósmica, y en ese caso dregs («escorias, desperdicios») coincidiría exactamente con la concepción de Macrobio.

[Excertos de C. S. Lewis, A Imagem do Mundo]