CAYO MARIO VICTORINO (h.300-363).—Natural de Africa proconsular, de lo cual provino su sobrenombre de Afer. Enseñó retórica en Roma bajo el emperador Constancio (h.340). Fue primeramente adversario del cristianismo, pero después de estudiarlo terminó por convertirse ya en su edad madura (h.355). Cuando Juliano el Apóstata promulgó su edicto contra los cristianos en 362, Mario Victorino abandonó su cargo de maestro de retórica.
Antes de su conversión escribió varios tratados de gramática y dialéctica (Ars grammatica, De definitionibus, De syllogismis hypotheticis), tradujo y comentó la Isagoge de Porfirio, las Categorías y Perihermeneias de Aristóteles. Comentó los Tópicos y el De inventione de Cicerón (Explanationes in Ciceronis Rhetoricam). En estas primeras obras, algunas de las cuales se conservan, no aparece ninguna señal de neoplatonismo. Es posible que tradujera total o parcialmente las Ennéadas de Plotino Después de su conversión se entregó con ardor a la controversia contra los arríanos y maniqueos (Ad Iustinum manichaeum, Liber de generatione Verbi divini ad Candidum arianum, Adversus Arium), comentó las epístolas a los Gálatas, a los Filipenses y a los Efesios y compuso tres himnos a la Santísima Trinidad. En sus tratados de controversia es donde aparece de lleno como neoplatónico, inspirándose en la doctrina de Plotino, a quien cita algunas veces y cuyas teorías es fácil seguir en el desarrollo de su pensamiento, si bien siempre mezclado con un fondo de aristotelismo.
A través de las obras que conocemos es difícil imaginarse al gran maestro de retórica, tan admirado de San Agustín y que tanto influyó en su conversión y en su orientación filosófica. Sus tratados contra los arríanos abruman por la complicación del pensamiento y por su alambicada terminología, no superada ni en los mejores tiempos del nominalismo.
El arriano Cándido no era ciertamente un adversario despreciable. Con agudos argumentos, basados en el concepto aristotélico de la inmutabilidad del ser divino, había negado la posibilidad de la generación divina del Verbo. Dios es el ser supremo. El ser supremo no puede cambiar, ni, por lo tanto, engendrar ni ser engendrado. Si el Verbo divino es engendrado, no es el ser supremo, y si no es el ser supremo, no es Dios. «Si generatio motus, et motus mutatio; mutatio-nem autem in Deo esse, impossibile est intelligere: ergo nefas dicere necesse est, nonnihil a Deo gignibile: non igitur Iesus Dei generatione filius».
Para responder a Cándido trata Mario Victorino de remontarse a otro concepto del ser, inspirado en Plotino. No es posible seguirle en la espesa maraña de sus razonamientos, acumulados en páginas recargadas de repeticiones y palabras griegas. Nos limitaremos a señalar sus conceptos fundamentales. [Excertos de Guillermo Fraile, História da Filosofia]