MEN. —Pues, ¿qué otra cosa que el ser capaz de gobernar a los hombres?, ya que buscas algo único en todos los casos.
SÓC. — Eso es lo que estoy buscando, precisamente. Pero, ¿es acaso la misma virtud, Menón, la del niño y la del esclavo, es decir, ser capaz de gobernar al amo? ¿Y te parece que sigue siendo esclavo el que gobierna?
MEN. — Me parece que no, en modo alguno, Sócrates. b
SÓC. — En efecto, no es probable, mi distinguido amigo; porque considera todavía esto: tú afirmas «ser capaz de gobernar». ¿No añadiremos a eso un «justamente y no de otra manera»?
MEN. — Creo que sí, porque la justicia, Sócrates, es una virtud. e
SÓC. —¿Es la virtud, Menón, o una virtud?
MEN. —¿Qué dices?
SÓC. — Como de cualquier otra cosa. De la redondez, supongamos, por ejemplo, yo diría que es una cierta figura y no simplemente que es la figura. Y diría así, porque hay también otras figuras.
MEN. — Y dices bien tú, porque yo también digo que no sólo existe la justicia sino también otras virtudes.
SÓC. —¿Y cuáles son ésas? Dilas. Así como yo podría decirte, si me lo pidieras, también otras figuras, dime tú también otras virtudes.
MEN. — Pues a mí me parece que la valentía es una virtud, y la sensatez, el saber, la magnificencia y muchísimas otras.
SÓC. — Otra vez, Menón, nos ha sucedido lo mismo: de nuevo hemos encontrado muchas virtudes buscando una sola, aunque lo hemos hecho ahora de otra manera. Pero aquella única, que está en todas ellas, b no logramos encontrarla.
MEN. — Es que, en cierto modo, aún no logro concebir, Sócrates, tal como tú lo pretendes, una única virtud en todos los casos, así como lo logro en los otros ejemplos.
Sócrates indica a via para a busca
SÓC. — Y es natural. Pero yo pondré todo el empeño del que soy capaz para que progresemos. Te das cuenta, por cierto, que lo que sirve para un caso, sirve para todos. Si alguien te preguntase lo que, hace un momento, decía: «¿Qué es la figura, Menón?», y si tú le contestaras que es la redondez, y si él te volviera a preguntar, como yo: «¿Es la redondez la figura o bien una figura?», dirías, sin duda, que es una figura.
MEN. —Por supuesto. c
SÓC. —¿Y no será porque hay además otras figuras?
MEN— Sí.
SÓC. —Y si él te continuara preguntando cuáles, ¿se las dirías?
MEN. — Claro.
SÓC. — Y si de nuevo, ahora acerca del color, te preguntara del mismo modo, qué es, y al responderle tú que es blanco, el que te pregunta agregase, después de eso: «¿Es el blanco un color o el color?», ¿le contestarías tú que es un color, puesto que hay además otros?
MEN. — Claro.
SÓC. — Y si te pidiera que nombrases otros colores, ¿le dirías otros d colores que lo son tanto como el blanco lo es?
MEN. — Sí.
SÓC. — Y si, como yo, continuara el razonamiento y dijese: «Llegamos siempre a una multiplicidad, y no es el tipo de respuesta que quiero, sino que, puesto que a esa multiplicidad la designas con un único nombre —y afirmas que ninguna de ellas deja de ser figura, aunque sean también contrarias entre sí—, ¿qué es eso que incluye no menos lo e redondo que lo recto, y que llamas figuras, afirmando que no es menos figura lo ‘redondo’1 que lo ‘recto’?» ¿O no dices así?
MEN. — En efecto.
SÓC. — Entonces, cuando dices así, ¿afirmas acaso que lo ‘redondo’ no es más redondo que lo recto y lo ‘recto’ no es más recto que lo redondo?
MEN. — Por supuesto que no, Sócrates.
SÓC. — Pero afirmas que lo ‘redondo’ no es menos figura que lo ‘recto’.
MEN. — Es verdad.
SÓC. — ¿Qué es entonces eso que tiene este nombre de figura? Trata de decirlo. Si al que te pregunta de esa manera sobre la figura o el color contestas: «Pero no comprendo, hombre, lo que quieres, ni entiendo lo que dices», éste quizás se asombraría y diría: «¿No comprendes que estoy buscando lo que es lo mismo en todas esas cosas?» O tampoco, a propósito de esas cosas, podrías contestar, Menón, si alguien te preguntase: «¿Qué hay en lo “redondo’, lo ‘recto’, y en las otras cosas que llamas figuras, que es lo mismo en todas?» Trata de decirlo, para que te b sirva, además, como ejercicio para responder sobre la virtud.
MEN. — No; dilo tú, Sócrates.
SÓC. — ¿Quieres que te haga el favor?
MEN. — Por cierto.
SÓC. — ¿Y me contestarás tú, a tu vez, sobre la virtud?
MEN. — Yo sí
SÓC. — Entonces pongamos todo el empeño. Vale la pena.
MEN. — ¡Y mucho!
Controvérsia erística e busca dialética. Exemplos: a) a figura
SÓC. — Pues bien; tratemos de decirte qué es la figura. Fíjate si aceptas esto: que la figura sea para nosotros aquella única cosa que acompaña siempre al color. ¿Te es suficiente, o lo prefieres de otra manera? Por mi parte, me daría por satisfecho si me hablaras así acerca de la virtud.
MEN. — Pero eso es algo simple, Sócrates.
SÓC. — ¿Cómo dices?
MEN. — Si entiendo, figura es, en tu explicación, aquello que acompaña siempre al color2. Bien. Pero si alguien afirmase que no conoce el color y tuviera así dificultades como con respecto de la figura, ¿qué crees que le habrías contestado?
SÓC. — La verdad, pienso yo. Y si el que pregunta fuese uno de los sabios, de esos erísticos o de esos que buscan las controversias, le con-d testaría: «Ésa es mi respuesta, y si no digo bien, es tarea tuya examinar el argumento y refutarme.» Y si, en cambio, como ahora tú y yo, fuesen amigos los que quieren discutir entre sí, sería necesario entonces contestar de manera más calma y conducente a la discusión3. Pero tal vez, lo más conducente a la discusión consista no sólo en contestar la vere dad, sino también con palabras que quien pregunta admita conocer. Yo trataré de proceder así. Dime, pues: ¿llamas a algo «fin»? Me refiero a algo como límite o extremo —y con todas estas palabras indico lo mismo—. Tal vez Pródico4 disentiría de nosotros, pero tú, por lo menos, hablas de algo como limitado y terminado. Esto es lo que quiero decir, nada complicado.
MEN. — Así hablo, y creo entender lo que dices.
76a SÓC. —¿Y entonces? ¿Llamas a algo «plano» y a otra cosa, a su vez, «sólido», como se hace, por ejemplo, en los problemas geométricos?
MEN. — Así hago.
SÓC. — Entonces ya puedes comprender, a partir de eso, lo que yo entiendo por figura. De toda figura digo, en efecto, esto: que ella es aquello que limita lo sólido, o, más brevemente, diría que la figura es el límite de un sólido5.
b) a cor (Empédocles)
MEN. —¿Y del color, Sócrates, qué dices?
SÓC. — ¡Eres un desconsiderado, Menón! Sometes a un anciano a que te conteste estas cuestiones y tú no quieres recordar y decir qué afirmó Gorgias que es la virtud.
MEN. — Pero no bien me hayas contestado eso, Sócrates, te lo diré.
SÓC. — Aun con los ojos vendados, Menón, cualquiera sabría, al dialogar contigo, que eres bello y que también tienes tus enamorados.
MEN. — ¿Por qué?
SÓC. — Porque cuando hablas no haces otra cosa que mandar, como los niños consentidos, que proceden cual tiranos mientras les dura su encanto; y al mismo tiempo, habrás notado seguramente en mí que no resisto a los guapos. Te daré, pues, ese gusto y te contestaré.
MEN. — Hazlo, por favor.
SÓC. — ¿Quieres que te conteste a la manera de Gorgias, de modo que puedas seguirme mejor?
MEN. — Lo quiero, ¿por qué no?
SÓC. —¿No admitís vosotros, de acuerdo con Empédocles6, que hay ciertas emanaciones de las cosas?
MEN. — Ciertamente.
SÓC. — ¿Y que hay poros hacia los cuales y a través de los cuales pasan las emanaciones?
MEN. — Exacto.
SÓC. — ¿Y que, de las emanaciones, algunas se adaptan a ciertos poros, mientras que otras son menores o mayores?
MEN. — Eso es.
SÓC. —¿Y no es así que hay también algo que llamas vista?
MEN. — Sí.
SÓC. —A partir de esto, entonces, «comprende lo que te digo», como decía Píndaro7; el color es una emanación de las figuras, proporcionado a la vista y, por tanto, perceptible.
MEN. — Excelente me ha parecido, Sócrates, esta respuesta que has dado.
SÓC. — Seguramente porque la he formulado de una manera a la cual estás habituado; además, creo, te has dado cuenta que a partir de ella, podrías también decir qué es el sonido, el olor y otras cosa similares.
MEN. —Así es.
SÓC. — Es una respuesta, en efecto, de alto vuelo8, y por eso te agrada más que la relativa a la figura.
MEN. — A mí sí.
SÓC. — Pero ésta no me convence, hijo de Alexidemo, sino que aquélla9 es mejor. Y creo que tampoco a ti te lo parecería, si no tuvieras necesidad de partir, como me decías ayer, antes de los misterios, y pudieras quedarte y ser iniciado10.
MEN. — Pues me quedaría, Sócrates, si me dijeras muchas cosas de esta índole.
Platón utiliza aquí strongylon (redondo) como equivalente de redondez (strongylotes). Cf. 73e y 746. He colocado comillas simples en éste como en el caso de recto a la palabra cuando tiene el significado abstracto. ↩
Menón emplea aquí chróa para color; Sócrates había usado siempre hasta ahora chroma. No parece haber cambio de significado. ↩
Más dialécticamente dice el texto, pero no tiene aquí todavía el significado técnico que adquirirá posteriormente en Platón: En cambio, P. NATORP (Platos Ideenlehre, Leipzig, 1903, pág. 38) y H. GAUSS (Handkommentar zu den Dialogen Platos, vol. II, 1, Berna, 1956, pág. 115) piensan que éste sería el primer lugar en que el término está usado técnicamente. ↩
Esta definición es, probablemente, de origen pitagórico (cf. ARISTÓTELES, Metafísica 1090b5). ↩
PLUTARCO (Quaest. nat. 19, 916d) transmite las siguientes palabras de Empédocles: «Has de saber que hay emanaciones de todas las cosas que se generan» (fr. 89 DIELS-KRANZ = 419 y 558 B. C. G.). Este pasaje del Menón es recogido, además, como testimonio para Empédocles por DIELS-KRANZ (véase 31A92 = 420 B. C. G.). ↩
Fr. 121 (TURYN) = 94 (BOWRA) = 105 (SNELL). ↩
Tragiké dice el texto. Acerca de la manera de traducir el término, véase R. S. BLUCK, On tragiké, Plato, Meno 76e» Mnemosyne 14 (1961), 289-295. ↩
Cf. 76a6. ↩
Se trata, a primera vista, de una alusión a los famosos ritos de iniciación en los misterios eleusinos que se celebraban en Atenas en lo que seria para nosotros el mes de fe -brero (véase P. BOYANCÉ, «Sur les mystéres d’Éleusis», Revue des Études Grecques 75 [1962], especialmente págs. 460-474). Pero ya, entre otros, K. HILDEBRAND (Platon = Platone [trad. ital. COLLI], Turín, 1947, pág. 195), E. GRIMAL («A propós d’un passage du Ménon: une définition tragique de la couleur», Revue des Etudes Grecques 55 [1942], 12) y K. GAISER(«Platons Menon und die Akademie», Archiv f. Geschichte der Philosophie 46 [1964], 255-6) observaron que se trata, seguramente, de una alusión más precisa a la «consagración» a la filosofía y a las enseñanzas de la Academia. Y para el papel de la «iniciación» en el filosofar, véanse en PLATÓN, Gorgias 497c, Banquete 209e, Teeteto 155e y Eutidenio 277d-e. ↩