Retorno à unidade

El retorno a la unidad (epistrophe) — a) El fin de la Dialéctica de Plotino es el retorno a la unidad, que se realiza, sobre todo, a través del hombre. El alma del hombre es el centro de todo el proceso descendente y ascendente. El alma, unida al cuerpo material, se halla en un estado violento. Pero en ella permanece el recuerdo de su estado anterior y un deseo ardiente (odis, eros) de libertarse de su prisión y de retornar al Uno, que es su primer principio y el Bien por excelencia. La «purificación» (katharsis) comienza bajo este impulso interior latente en la misma alma.

« ¿Cuál es el arte, cuál es el método, cuál es la práctica que nos conducen a donde es preciso llegar? Al Bien y al primer principio. He aquí lo que nosotros consideramos como concedido y demostrado de mil maneras, y las demostraciones que se dan son también medios para elevarse hasta él».

El proceso del retorno es a la vez intelectual y volitivo. Pero la «purificación» no afecta al alma en su ser íntimo, porque su misma esencia es la unidad. Ni el pecado ni la virtud afectan propiamente a la esencia del alma, por lo menos a su parte superior. «Ni la virtud ni el vicio añaden nada al alma». El «pecado» viene a reducirse a la adición extrínseca de elementos diferenciales que apartan al alma de la unidad. Y la virtud no constituye tampoco una perfección intrínseca del alma, sino que consiste en una actividad esencialmente negativa de separación y de supresión de diferencias para retornar a la unidad (apostenai, chorizein, aphaireseis).

La técnica de la «purificación» plotiniana es esencialmente dialéctica. Es una empresa filosófica, o mejor dicho, matemática, realizada more geométrico, mediante la sustracción o la supresión implacable de las «diferencias» materiales, sensitivas, racionales e intelectivas, hasta volver al Uno, que es el principio que está en nosotros mismos y que hace posible la purificación.

Plotino concibe la «purificación» y, por lo tanto, el retorno a la unidad, como un esfuerzo que el hombre puede realizar con sus propias fuerzas. La salvación no requiere ninguna ayuda extrínseca, sino que es un resultado del propio esfuerzo individual. El Uno está presente en todas las cosas, y, por lo tanto, en el mismo hombre. Basta querer llegar a él para poderlo conseguir.

El proceso y el orden de la «purificación» está claramente marcado con sólo considerar la serie de diferencias que separan al hombre de la unidad. El hombre está compuesto de materia, de alma sensitiva (aisthetike), de alma racional (dianoia) y de alma intelectiva (noûs). Por lo tanto, «es preciso contemplar el alma y lo que hay de más divino en el alma para saber lo que es la inteligencia. Tú llegarás a ello si suprimes del hombre, es decir, de ti mismo, primeramente, el cuerpo; después, el alma que lo informa, y ante todo la sensación, los deseos, las irritaciones y las otras pasiones malsanas que te inclinan hacia el mundo mortal». Lo mismo aparece en el orden plotiniano de los bienes: «El bien de la materia es la forma; si la materia sintiera, amaría la forma. El bien del cuerpo es el alma, sin la cual no podría existir ni conservarse. El bien del alma es la virtud. Más alta todavía es la inteligencia, y por encima de ella, la naturaleza que llamamos primera. Cada una de estas realidades produce un efecto en la realidad de la cual es bien: la una produce el orden y la armonía; la otra, la vida; otra el pensar y el vivir bien».

Todo el proceso plotiniano de la purificación se hace de abajo hacia arriba, desde la multiplicidad a la Unidad. El primero procede de las cosas sensibles hasta llegar a las inteligibles. El segundo arranca de más arriba y es propio de los que ya han llegado a las cosas inteligibles, los cuales recorren las distintas etapas del mundo inteligible hasta llegar a la Inteligencia misma. Pero el fin del camino sólo se alcanza cuando se llega a la cumbre de lo inteligible, que es la identidad con el Uno, la cual se logra en el éxtasis. Es de notar que, tanto el ascenso como el descenso, son un proceso unívoco y homogéneo. «Es preciso que la cosa engendrada sea del mismo género que su generador. Solamente es más débil, porque los rasgos del género se debilitan en el descenso». Por esta razón el hombre es capaz por sus propias fuerzas no sólo de conocer el Uno, sino también de llegar a poseerlo, incluso en esta vida de manera transitoria por el éxtasis, que es un contacto suprasensible y suprainteligible con Dios1. Y éste es el fin de la purificación: «El verdadero fin del alma es adherirse a esta luz y contemplarla ella misma por sí misma y no por medio de la luz de otro ser, sino esta luz misma a causa de la cual ella ve, porque aquello que la ilumina es lo que ella debe contemplar, lo mismo que no se contempla el sol a la luz de otro astro extraño. ¿Cómo podrá ella hacerse esta luz?» ¡Suprímelo todo! (aphele panta).


  1. V 1,1. Plotino no emplea la palabra éxtasis, sino otras equivalentes a contacto inmediato