Porfírio: Sentenças 32

Unas son las virtudes del político y otras las de quien se eleva mediante la contemplación, que, por esto, es llamado contemplativo. Unas son las de quien ya es un perfecto contemplativo y vive contemplando, y otras las del Intelecto puro separado del Alma.

Las del político consisten en la moderación de las pasiones, es decir en adoptar y en acomodarse al razonamiento del deber en lo que a las acciones respecta. Se las llama políticas puesto que se concentran en la comunidad sin perjuicio entre vecinos basada en la asamblea y en el bien común. La prudencia corresponde a la parte racional del alma, la valentía a la parte irascible, la moderación consiste en la conformidad y en la concordia entre lo desiderativo y lo racional y la justicia en atender a cada cosa por igual tanto al gobernar como al ser gobernado.

Las virtudes del contemplativo que avanza hacia la contemplación consisten en separarse de los asuntos de este mundo. Por esto se las denomina también purificaciones, porque se considera que consisten en la abstinencia de las acciones con el cuerpo y de las conexiones con él. Estas son propias del alma que huye hacia el ser verdadero, mientras que las virtudes políticas ordenan al hombre mortal; aunque las políticas son también punto de partida para las purificaciones. Es necesario, de hecho, haber sido ordenado por aquéllas en primer lugar para abstenerse de actuar con el cuerpo. Por tanto en el marco de las purificaciones el ser prudente se basa en no consentir al cuerpo y permitir que el alma opere en soledad: esto se logra a través del pensar puro. En cambio, el ser moderado consiste en no ser presa de las pasiones, y la valentía equivale a no temer que la separación del cuerpo sea una vía hacia el vacío y el no-ser. Por último, la justicia se logra cuando rigen la razón y el Intelecto sin que nada se les oponga. Si por una parte la adopción de las virtudes políticas se observaba en la moderación de las pasiones y tenía como fin el vivir como un hombre, de acuerdo con la naturaleza, la adopción de las virtudes contemplativas se observa en la impasibilidad, cuyo fin es la asimilación a Dios.

Dado que la catarsis tiene que ver ya sea con algo que se está purificando, o con algo que ha sido purificado, las virtudes catárticas se observan teniendo en cuenta ambos sentidos de la catarsis. Estas virtudes purifican el alma y, una vez purificada, quedan como inherentes a ella, pues el fin de purificar es que el objeto sea purificado; pero visto que tanto el purificar como el ser purificado consisten en una abstracción de todo lo que es ajeno al alma, el bien será diferente de lo que purifica. La catarsis resulta un éxito sua entidad que se purifica era ya buena antes de la impureza. Entonces la catarsis será exitosa y el resultado final será el bien y no la catarsis misma. Pero teniendo en cuenta que la naturaleza del alma no era el bien, sino que le era posible participar del bien, que poseía la forma del bien y que no había sido engendrada en el mal, para ella el bien consiste en existir junto con aquello que la ha generado, mientras que el vicio resulta de existir entre las cosas que le son posteriores. Además, el vicio es doble: existir entre estas cosas y con las pasiones hipertrofiadas. Por eso es que las virtudes políticas que liberan al alma de un solo vicio son bien estimadas por ser virtudes y por ser honorables, pero las virtudes catárticas son más honorables puesto que liberan al alma del vicio en general.

Es, por ende, necesario que el alma, una vez purificada, llegue a existir junto con aquello que la ha generado. Así, luego de la conversión su virtud consiste en la capacidad de conocer y de comprender el ser, lo cual no quiere decir que no poseyese ya esta virtud desde antes, sino que no la consigue ver sin asistencia de aquello que le es anterior.

De este modo existe un tercer género de virtudes luego de las catárticas y las políticas: las virtudes del alma que opera intelectualmente. La sabiduría y la prudencia consisten en la contemplación de lo que está en el Intelecto, la justicia consiste en ocuparse de cada cosa por sí misma en conformidad y operando de acuerdo con el Intelecto, la moderación es el repliegue hacia adentro del Intelecto y la valentía consiste en la impasibilidad por asimilación a aquello hacia lo que se mira, que es impasible por naturaleza. Estas virtudes se siguen la una a partir de la otra, como sucedía también con las anteriores.

La cuarta forma de las virtudes es la de las virtudes paradigmáticas que existen en el Intelecto. Son superiores a las que están en el Alma y son de éstas paradigma: las que están en el Alma son imágenes de ellas. El Intelecto es aquello en lo cual todo existe simultáneamente a la manera de paradigmas. La intelección es ciencia, el Intelecto al conocer es sabiduría, al dirigirse hacia sí mismo es moderación, al ocuparse de su actividad es justicia y su identidad y el permanecer puro en sí mismo gracias a la superioridad de su potencia es valentía.

Existen entonces cuatro géneros de virtudes: las paradigmáticas, que son del Intelecto y coinciden con su esencia; las del Alma que mira fijamente al Intelecto y que está repleta de él; las del alma humana que se purifica del cuerpo y de las pasiones irracionales; y las del alma humana que ordena al hombre por medio de la mesura acabando con lo irracional y ejercitando la moderación en las pasiones. Quien tiene las virtudes superiores tiene también, necesariamente, las inferiores, pero esto no se da a la inversa. Sin embargo, quien posee las virtudes superiores nunca actuará antes de acuerdo con las inferiores sólo por el hecho de tenerlas, sino únicamente dependiendo de las circunstancias de lo generado. Tal y como se ha dicho, los objetivos son diversos y difieren de acuerdo con los géneros. El objetivo de las virtudes políticas reside en imponer medida sobre las pasiones en las acciones que se dan por naturaleza. El objetivo de las catárticas es liberarse completamente de las pasiones en cuanto estén éstas ya dominadas. El de las del Alma que actúa de acuerdo con el Intelecto es dirigirse hacia la visión última, ya liberada de las pasiones. Finalmente el de las virtudes que no aspiran al Intelecto pues ya han alcanzado la coincidencia con su propia esencia (…).

Por lo tanto es un hombre circunspecto quien actúa de acuerdo con las virtudes prácticas; es un hombre venerable, un daimon bueno, quien lo hace siguiendo las catárticas; quien lo hace sólo según las que apuntan hacia el Intelecto es un dios, y quien actúa siguiendo las virtudes paradigmáticas es el Padre de los dioses.

Nosotros debemos ocuparnos especialmente de observar las virtudes catárticas pues la adquisición de ellas se da en esta vida y porque el camino de ascenso hacia las virtudes más venerables es a través de ellas. Por lo tanto hay que ver hasta dónde y cuánto se puede recibir la catarsis, dado que se trata en efecto de una separación del cuerpo y del movimiento irracional pasional. Es preciso decir cómo y hasta dónde se produce. En primer lugar, la raíz y fundamento de la catarsis está en el saber que uno es un alma que existe en algo ajeno y atado a algo que es en esencia diferente. En segundo lugar, partiendo de esta convicción, conducirse lejos del cuerpo y de los espacios para ubicarse en un estado de total impasibilidad frente al cuerpo. Quien opera guiado por la sensación, aunque no lo haga con pasión o gozando de los placeres, vive aún disperso por el cuerpo y atado a él por la sensación, ya que al experimentar los placeres y los dolores propios de lo sensible comparte sus afecciones con ardor e inclinación. De esta situación sobre todo hay que purificar al alma. Y esto se puede lograr sólo si uno admite lo necesario de los placeres y las sensaciones como curaciones o como modos de liberación de las penas, a fin de que no resulten obstáculos. Es necesario también eliminar los dolores y, si esto no fuese posible, al menos sobrellevarlos y amainarlos sin quedar atado a ellos. La cólera también debe ser eliminada en la medida de lo posible y, si se puede, totalmente. Pero en caso de que no, es menester que no intervenga a la hora de elegir el curso de acción, pues lo involuntario es diferente, es débil y pequeño.

El miedo, por su parte, debe ser totalmente eliminado, pues no se debe tener miedo de nada -también esto es irracional- sino que la cólera y el miedo deben servir de advertencia. Se debe desterrar el deseo de todo lo que es vil. Se comerá y se beberá en la medida de lo necesario y los placeres amorosos se medirán con la vara de lo natural, antes que de lo instintivo; ¡en todo caso uno podrá contentarse con algún sueño de arrebatadas fantasías! En resumidas cuentas, el alma intelectiva de quien se purifica deberá quedar totalmente purificada de toda pasión. El hombre querrá que aquella parte suya que se mueve hacia la irracionalidad de las pasiones corpóreas se mueva sin involucrarse con ellas, desentendiéndose de ellas de modo que estos movimientos súbitos se liberen por la cercanía con el elemento racional.

Una vez que se haya logrado la catarsis, ya no habrá lucha, la razón presente gobernará en adelante y la parte peor del alma estará sometida a ella, de modo tal que la parte peor ya no tolerará ser movida violentamente y despreciará su propia debilidad puesto que no le será ya indiferente la presencia de su amo. Éstas son aún pasiones moderadas que avanzan con esfuerzo hacia la impasibilidad. Cuando el elemento sujeto a las pasiones haya sido completamente purificado, se instalará en el alma la impasibilidad, pues la pasión se pone en movimiento cuando el alma racional le ofrece la posibilidad a través de la inclinación.