Teetetes. En cuanto a los números intermedios, tales como el tres, el cinco, y los demás, que no pueden dividirse en filas iguales de números iguales, según acabamos de decir, y que se componen de un número de más menor o mayor que el de las unidades de cada una de ellas, de donde resulta que la superficie que la representa está siempre comprendida entre lados desiguales, a estos números los hemos llamado oblongos, asimilándolos a superficies oblongas.
Sócrates. Perfectamente. ¿Qué habéis hecho después de esto?
Teetetes. Hemos comprendido, bajo el nombre de longitud, a las líneas que cuadran el número plano y equilátero, y, bajo el nombre de raíz, las que cuadran el número oblongo, que no son conmensurables por sí mismas en longitud con relación a las primeras, sino sólo por las superficies que producen. La misma operación hemos hecho respecto a los sólidos.
Sócrates. Perfectamente, hijos míos, y veo claramente que Teodoro no es culpable de falso testimonio.
Teetetes. Pero, Sócrates, no me considero con fuerzas para responder a lo que me preguntas sobre la ciencia, como he podido hacerlo sobre la longitud y la raíz, aunque tu pregunta me parece de la misma naturaleza que aquélla. Así es posible que Teodoro se haya equivocado al hablar de mí.
Sócrates. ¿Cómo no? Si, alabando tu agilidad en la carrera, hubiese dicho que nunca había visto a joven que mejor corriese y, en seguida, fueses vencido por otro corredor que estuviese en la fuerza de la edad y dotado de una ligereza extraordinaria, ¿crees tú que sería por esto menos verdadero el elogio de Teodoro?
Teetetes. No.
Sócrates. ¿Y crees que, como antes manifesté, sea cosa de poca importancia el descubrir la naturaleza de la ciencia o, por el contrario, crees que es una de las cuestiones más arduas?
Teetetes. La tengo ciertamente por una de las más difíciles.
Sócrates. Así, pues, no desesperes de ti mismo, persuádete de que Teodoro ha dicho verdad, y fija toda tu atención en comprender la naturaleza y esencia de las demás casas y, en particular, de la ciencia.
Teetetes. Si sólo dependiera de esfuerzos, Sócrates, es seguro que yo llegaría a conseguirlo.
Sócrates. Pues, adelante y, puesto que tú mismo te pones en el camino, toma por ejemplo la preciosa respuesta de las raíces, y así como las has abarcado todas bajo una idea general, trata de comprender en igual forma todas las ciencias en una sola definición.
Teetetes. Sabrás, Sócrates, que he ensayado más de una vez aclarar este punto, cuando oía hablar de ciertas cuestiones que se decía que procedían de ti, y hasta ahora no puedo lisonjearme de haber encontrado una solución satisfactoria, ni he hallado a nadie que responda a esta cuestión como deseas. A pesar de eso, no renuncio a la esperanza de resolverla.
Sócrates. Esto consiste en que experimentas los dolores del parto, mi querido
Teetetes, porque tu alma no está vacía, sino preñada.
Teetetes. Yo no lo sé, Sócrates, y sólo puedo decir lo que en mí pasa.