Sócrates. Nunca llagaré a ser distinto, mientras me vea afectado de esta manera, porque una sensación diferente supone que el sujeto no es ya el mismo, y hace al que la experimenta diferente y distinto de lo que él era. Tampoco es de temer que lo que me afecta, afectando también a otro sujeto, produzca un mismo efecto, puesto que, produciendo otro efecto por su unión con otro sujeto, se hará distinto.
Teetetes. Es cierto.
Sócrates. Por lo tanto. yo no llegaré a ser lo que soy, a causa de mí mismo, ni tampoco la causa en razón de sí misma.
Teetetes. No, sin duda.
Sócrates. ¿No es indispensable que, cuando yo siento, sea en razón de alguna cosa, puesto que es imposible que se experimente una sensación sin causa? Y, en igual forma, lo que se hace dulce, amargo o recibe cualquiera otra casualidad semejante, ¿no es indispensable que se haga tal, con relación a alguno, puesto que no es menos imposible que lo que se hace dulce no sea tal para nadie?
Teetetes. Seguramente.
Sócrates. Resulta, pues, que a mi parecer, el sujeto que siente y el objeto sentido, ya se los suponga en estado de existencia o en vía de generación, tienen una existencia o una generación relativas, puesto que es una necesidad que su manera de ser sea una relación, pero una relación que no es de ellos a otra cosa, ni de cada uno de ellos a sí mismo. Resulta, por consiguiente, que tiene que ser una relación recíproca, de uno respecto del otro; de manera que ya se diga de una cosa que existe o ya que deviene, es preciso decir que siempre es a causa de alguna cosa, o de alguna cosa o hacia alguna cosa; y no se debe decir, ni consentir que se diga que existe o se hace cosa alguna en sí y por sí. Esto es lo que resulta de la opinión que hemos expuesto.
Teetetes. Nada más verdadero, Sócrates.
Sócrates. Por consiguiente, lo que obra sobre mí es relativo a mí y no a otro; yo lo siento, y otro no lo siente.
Teetetes. Sin dificultad.
Sócrates. Mi sensación, par lo tanto, es verdadera con relación a mí porque afecta siempre a mi manera de ser y, según Protágoras, a mí me toca juzgar de la existencia de lo que me afecta y de la no existencia de lo que no me afecta.
Teetetes. Así me parece.
Sócrates. Puesto que no engaño, ni me extravío, en el juicio que formo sobre lo que existe o deviene, ¿cómo puedo verme privado de la ciencia de los objetos cuya sensación experimento?
Teetetes. Eso es posible.
Sócrates. Así pues, tú has definido bien la ciencia, diciendo que no es más que la sensación, y ya se sostenga con Homero, Heráclito, y los demás que piensan como ellos, que todo está en movimiento y flujo continuo; o ya con el muy sabio Protágoras, que el hombre es la medida de todas las casas; o ya con Teetetes, que, siendo esto así, la sensación es la ciencia; todas estas opiniones significan lo mismo. Y bien, Teetetes, ¿diremos que, hasta cierto punto, es este el hijo recién nacido que, gracias a mis cuidados, acabas de dar a luz? ¿Qué piensas de esto?
Teetetes. Es preciso conocerlo, Sócrates.