Sócrates. Por lo pronto, hará valer todo lo que hemos dicho en su favor; y en seguida, estrechando el terreno, creo yo que nos dirá, en tono desdeñoso. el buen Sócrates me ha puesto en ridículo en sus discursos, porque un joven, aterrado con la pregunta que le hizo, de si es posible que un hombre se acuerde de una cosa y que, al mismo tiempo, tenga conocimiento de ella, le respondió, temblando, que no, por no alcanzársele más. Pero, cobarde Sócrates, escucha lo que hay en esta materia. Cuando examinas, por medio de preguntas, algunas de mis opiniones, si al que interrogas le confundes, respondiendo él lo que yo mismo respondería, yo soy el vencido; pero si dice una cosa distinta de la que yo diría, lo será él, y no yo. Y entrando ya en materia, ¿crees tú que se te haya de conceder que se conserva la memoria de las cosas que se han sentido, cuando la impresión no subsiste, y que esta memoria sea de la misma naturaleza que la sensación que experimentaba y que ya no se experimenta? De ninguna manera. ¿Crees que hay inconveniente en confesar que el mismo hombre puede saber y no saber la misma cosa? Si se teme semejante confesión, ¿crees tú que se te conceda que el que se ha hecho diferente, sea el mismo que era antes de este cambio; o más bien, que este hombre sea uno y no muchos, y que estos muchos no se multipliquen al infinito, puesto que si los cambios se producen sin cesar, si se han de descartar de una y otra parte los lazos que se pueden tender con las palabras? Pero, querido mío, proseguirá, ataca mi sistema de una manera más noble y pruébame, si puedes, que cada uno de nosotros no tiene sensaciones que le son propias, o si lo son, que no se sigue de aquí que aquello que parece a cada uno, deviene, o si es preciso valerse de la palabra SER, es tal por sí solo. Además, cuando hablas de cerdos y de cinocéfalos, no sólo demuestras, respecto a mis escritos, la estupidez de un cerdo, sino que comprometes a los que te escuchan a hacer otro tanto, y esto no es decoroso. Con respecto a mí, sostengo que la verdad es tal como la he escrito, y que cada uno de nosotros es la medida de lo que es y de lo que no es; que hay, sin embargo, una diferencia infinita entre un hombre y otro hombre, en cuanto las cosas son y parecen unas a éste, y otras, a aquél, y lejos de no reconocer la sabiduría, ni los hombres sabios, digo, por el contrario, que uno es sabio cuando, mudando la faz de los objetos, los hace parecer y ser buenos a aquél para quien parecían y eran malos antes. Por lo demás, no es una novedad que se me ataque sólo sobre palabras, pero penetrarás más duramente mi pensamiento con lo que voy a decir.
Recuerda lo que ya se dijo antes. que los alimentos parecen y son amargos al enfermo, y que son y parecen agradables al hombre sano. No debe conducirse de aquí que el uno es más sabio que el otro, porque esto no puede ser; ni tampoco intentar probar que el enfermo es un ignorante porque tiene esta opinión, y que el hombre sano es sabio porque tiene una opinión contraria, sino que es preciso hacer pasar el enfermo al otro estado, que es preferible al suyo.