Teeteto 167

Lo mismo sucede respecto a la educación. debe hacerse que los hombres pasen del estado malo a otro bueno. EI médico emplea para esto los remedios, y el sofista, los discursos. Nunca ha obligado nadie a tener opiniones verdaderas al que antes las tenía falsas, puesto que no es posible tener una opinión sobre lo que no existe, ni sobre otros objetos, que aquellos que nos afectan, objetos que son siempre verdaderos; pero se hacen las cosas, en este punto de tal manera, a mi parecer, que el que con una alma mal dispuesta tenía opiniones en relación con su disposición, pase a un estado mejor y a opiniones conformes con este nuevo estado. Algunos, por ignorancia, llaman a estas opiniones imágenes verdaderas; en cuanto a mí, convengo en que las unas son mejores que las otras, pero no más verdaderas. Distante estoy de llamar ranas a los sabios, mi querido Sócrates; por el contrario, tengo a los médicos por sabios, en lo que concierne al cuerpo, y a los labradores, en lo que toca a las plantas. Porque, en mi opinión, los labradores, cuando las plantas están enfermas, en lugar de sensaciones malas, las procuran buenas, saludables y verdaderas; y los oradores sabios y virtuosos hacen, respecto de los Estados, que las cosas buenas sean justas, y no las malas. En efecto, lo que parece bueno y justo a cada ciudad, es tal para ella, mientras forma este juicio; y el sabio hace que el bien, y no el mal, sea y parezca tal a cada ciudadano. Por la misma razón, el sofista, capaz de formar de este modo a sus discípulos, es sabio, y merece que ellos le den un gran salario. Así es como los unos son más sabios que los otros, sin tener, por esto, nadie opiniones falsas; y quieras o no, es preciso que reconozcas que tú eres la medida de todas las cosas, porque todo cuanto llevamos dicho supone este principio. Si tienes algo que oponerle, hazlo, refutando mi discurso con otro, y si te gusta más interrogar, hazlo en buena hora, porque no digo que haya de desecharse este método; por el contrario, el hombre de buen sentido debe preferirlo a cualquiera otro, pero usa de él, de manera que no parezca que intentas engañar, interrogando. Habría una gran contradicción si, teniéndote por amante de la virtud, te condujeras siempre injustamente en la discusión. Es conducirse injustamente en la conversación el no hacer ninguna diferencia entre la disputa y la discusión; el no reservar para la disputa los chistes y travesuras, y, en la discusión, no tratar las materias seriamente, dirigiéndose a aquél con quien se conversa, y haciéndole únicamente percibir las faltas que él mismo hubiese reconocido, como resultado de las conversaciones anteriores.