Teeteto 172

Sócrates.  Y en materias políticas, ¿no convendrá igualmente en que lo honesto y lo deshonesto, lo justo y lo injusto, lo sacro y lo sacrílego, son para cada ciudad tales como aparecen en sus instituciones y en sus leyes, y que, en todo esto, no es un particular más sabio que otro particular, ni una ciudad más que otra ciudad; pero que en el discernimiento de las leyes útiles o dañosas es donde principalmente un consejero supera a otro consejero, y la opinión de una ciudad a la de otra ciudad? No se atreverá a decir que las leyes, que en un Estado se dan, creyendo que son útiles, lo sean infaliblemente. Pero ahora, con respecto a lo justo y lo injusto, a lo sacro y lo sacrílego, sus partidarios aseguran que nada de todo esto tiene, por su naturaleza, una esencia que le sea propia, y que la opinión que toda una ciudad se forme, se hace verdadera por este solo hecho y solo por el tiempo que dure. Aquellos mismos que no participan en lo demás de la opinión de Protágoras, siguen, en este punto, su filosofía. Pero, Teodoro, un discurso sucede a otro discurso, y uno, más importante, a otro, que lo es menos.

Teodoro. ¿No estamos por despacio, Sócrates?

Sócrates. Así parece. en varias ocasiones, y en especial hoy, he reflexionado, querido mío, cuán natural es que los que han pasado mucho tiempo en el estudio de la filosofía, parezcan oradores ridículos, cuando se presentan ante los tribunales.

Teodoro. ¿Cómo entiendes eso?

Sócrates. Me parece que los hombres educados desde su juventud en el foro y en los negocios, comparados con las personas consagradas a la filosofía y a estudios de esta naturaleza, son como esclavos, frente a frente de hombres libres.

Teodoro. ¿Por qué?

Sócrates. Porque, como acabas de decir, los unos siempre tienen tiempo y conversan juntos, en paz y con desahogo. Y lo mismo que, ahora, mudamos de conversación por tercera vez, ellos hacen otro tanto, cuando la cuestión que se suscita les agrada más que la que se estaba tratando, como nos ha sucedido a nosotros, y les es indiferente tratar una materia con extensión o en pocas palabras, con tal que descubran la verdad. Los otros, por el contrario, no quieren perder el tiempo cuando hablan; el agua que corre les obliga a apresurarse y no les es permitido hablar de lo que sería más de su gusto. Allí está presente la parte contraria, que les da la ley, con la fórmula de la acusación que ellos llaman automosia, que se lee, y de cuyo contenido está prohibido separarse. Sus alegaciones son en pro o en contra de un esclavo, como ellos, y se dirigen a un señor sentado que tiene en su mano la justicia.