En cuanto a los que alaban la nobleza y dicen que es de buena casa, porque puede contar siete abuelos ricos, cree que semejantes elogios proceden de gentes que tienen la vista baja y corta, a quienes la ignorancia impide fijar sus miradas sobre el género humano todo entero, y que no ven, con el pensamiento, que carla uno de nosotros tenemos millares de abuelos y antepasados, entre quienes se encuentran muchas veces una infinidad de ricos y pobres, de reyes y esclavos, de helenos y bárbaros, y mira como una pequeñez de espíritu el gloriarse de una procedencia de veinticinco antepasados, hasta remontar a Heracles, hijo de Anfitrión. Se ríe porque ve que no se reflexiona, que el vigésimoquinto antepasado de Anfitrión y el quincuagésimo con relación a sí mismo, ha sido como lo ha querido la Fortuna, y se ríe al pensar que no puede verse libre de ideas tan disparatadas. En todas estas ocasiones, el vulgo se burla del filósofo, a quien, en cierto concepto, supone lleno de orgullo e ignorante, por otra parte, de las cosas más comunes, y además inútil para todo.
Teodoro. Lo que dices, Sócrates, se ve todos los días.
Sócrates. Pero, querido mío, cuando el filósofo puede, a su vez, atraer a alguno de estos hombres hacia la región superior, y el atraído se aviene a prescindir de estas cuestiones. ¿qué mal te hago yo? ¿Qué mal me haces tú? Para pasar a la consideración de la justicia y de la injusticia, de su naturaleza y de lo que distingue la una de la otra, y de todo lo demás, o prescindir de la cuestión de si un rey o tal hombre, que tiene grandes tesoros, son dichosos, y pasa al examen de la institución real y, en general a lo que constituye la felicidad o la desgracia del hombre, para ver en qué consisten la una y la otra, y de qué manera nos conviene aspirar a aquélla y huir de ésta; cuando es preciso que este hombre de alma pequeña, rudo y ejercitado en la cizaña, se explique sobre todo esto, entonces, rinde las armas al filósofo y, suspendido en el aire y poco acostumbrado a contemplar de tan alto los objetos, se le va la cabeza, se aturde, pierde el sentido, no sabe lo que dice y se ríen de él, no las sirvientas de Tracia, ni los ignorantes (porque no se dan cuenta de nada), sino aquellos cuya educación no ha sido la de los esclavos.
Tales, Teodoro, el carácter de uno y otro. El primero, que tú llamas filósofo, educado en el seno de la libertad y del ocio, no tiene a deshonra pasar por un hombre cándido e inútil para todo, cuando se trata de llenar ciertos ministerios serviles, por ejemplo, arreglar una maleta, sazonar viandas o hacer discursos. El otro, por el contrario, desempeña perfectamente todas estas comisiones con destreza y prontitud, pero no sabe llevar su capa cual conviene a una persona libre, no tiene ninguna idea de la armonía del discurso y es incapaz de ser el cantor de la verdadera vida de los dioses y de los hombres bienaventurados.
Teodoro. Si llegases a convencer a todos los demás, como a mí, de la verdad de lo que dices, Sócrates, habría más paz y menos males entre los hombres.