Sócrates. Hay, en la naturaleza de las cosas, dos modelos, mi querido amigo, uno divino y muy dichoso, y el otro enemigo de Dios y muy desgraciado. Pero ellos no ven así las cosas; su estupidez y su excesiva locura les impide conocer que su conducta llena de injusticia, los aproxima al segundo y los aleja del primero; así sufren la pena, llevando una vida conforme al modelo que se han propuesto imitar. En vano les diremos que si no renuncian a esa pretendida habilidad, serán excluidos, después de su muerte, de la estancia donde no se admite a los malos, y que, durante esta vida, no tendrán otra compañía que la de hombres tan malos como ellos, que es la que conviene a sus costumbres; considerarán estos discursos como extravagancias, y no por eso se creerán menos personajes hábiles.
Sócrates. Lo se bien, querido mío. Pero he aquí lo que hay para ellos de terrible y es que cuando se les apura en una conversación particular para que den razón del desprecio que hacen de ciertos objetos, y para que escuchen las razones de un competidor por poco que quieran sostener con entereza la conversación durante algún tiempo y no abandonar cobardemente el campo, se encuentran al fin, amigo mío, en el mayor apuro; nada de lo que dicen les satisface, toda su elocuencia se desvanece hasta el punto de podérseles tomar por chiquillos. Pero dejemos esto, que no es más que una digresión, porque si no, de unas en otras perderemos de vista el primer objeto de nuestra conversación. Volvamos atrás, si consientes en ello.
Teodoro. Esta digresión, Sócrates, no es la que con menos gusto he oído. A mi edad tienen buena acogida reflexiones de esta naturaleza. Sin embargo, respetando tu parecer, volvamos a nuestro primer asunto.
Sócrates. EI punto en que quedamos es, a mi parecer, aquél en que decíamos que los que pretenden que todo está en movimiento, y que toda cosa es siempre, para cada, uno tal como le parece, están resueltos a sostener en todo lo demás y, sobre todo, con relación a la justicia, que lo que una ciudad erige en ley, por parecerle justa, es tal para ella, mientras subsiste la ley; pero que respecto de lo útil, nadie es bastante atrevido para poder asegurar que toda institución adoptada por una ciudad que la ha juzgado ventajosa, lo sea, en efecto, durante el tiempo que esté en vigor; a no ser que se diga que lo es en el nombre, lo cual sería una burla tratándose de este asunto. ¿No es así?
Teodoro. Sí.
Sócrates. No hablemos del nombre, sino de la cosa que significa.
Teodoro. En efecto, no se trata del nombre.
Sócrates. No es el nombre, sino lo que él significa, lo que se propone toda ciudad, al darse leyes y al hacer que sean ventajosas, según su pensamiento y en cuanto está en su poder. ¿Crees tú que se proponga otro objeto en su legislación?
Teodoro. Ningún otro.