Sócrates. ¿Consigue siempre toda ciudad este objeto, o no lo consigue en algunos puntos?
Teodoro. Me parece lo segundo.
Sócrates. Todo el mundo convendrá fácilmente en ello, si la cuestión se propone con relación a la especie entera a que pertenece lo útil. Lo útil mira el porvenir, porque cuando hacemos leyes es con la esperanza de que serán provechosas para el tiempo que seguirá, es decir, para lo futuro.
Teodoro. Es cierto.
Sócrates. Interroguemos ahora a Protágoras o a cualquiera de sus partidarios. El hombre, dices tú, Protágoras, es la medida de todas las cosas blancas, negras, pesadas, ligeras, y otras semejantes; porque, teniendo en sí la regla para juzgarlas, y representándosele tales como las siente, su opinión es siempre verdadera y real con relación a sí mismo. ¿No es así?
Teodoro. Sí.
Sócrates. ¿Diremos nosotros igualmente, Protágoras, que el hombre tiene en sí mismo la regla propia para juzgar las cosas del porvenir, y que ellas se hacen para cada uno tales como se figura que serán? En punto a calor, por ejemplo, cuando un hombre piensa que le sobrevendrá una fiebre y que habrá de experimentar esta especie de calor, si un médico piensa lo contrario, ¿a cuál de estas dos opiniones nos atendremos para decir lo que sucederá?, ¿o bien sucederán ambas cosas, de manera que para el médico este hombre no tendrá calor ni fiebre, y para éste habrá ambas cosas?
Teodoro. Eso sería un absurdo.
Sócrates. Respecto a la dulzura y aspereza que habrá de tener el vino, es, a mi parecer, preciso referirse a la opinión del cosechero y no a la de un tocador de lira.
Teodoro. Sin duda.
Sócrates. El maestro de gimnasia tampoco puede ser mejor juez que el músico, acerca de la armonía, y, entonces, ¿es posible que ambos estén de acuerdo en este punto?
Teodoro. No, seguramente.
Sócrates. El parecer del que da una comida y no entiende de cocina, sobre el gusto que tendrán los convidados, es menos segura que el del cocinero. Porque no disfrutamos sobre el placer que cada uno siente actualmente o ha sentido, sino sobre el que ha de sentir, y preguntamos si cada cual es, en este punto, el mejor juez con relación a sí mismo. Tú mismo, Protágoras, ¿no juzgarás, de antemano, mejor que un cualquiera de lo que convendrá decir para triunfar ante un tribunal?
Teodoro. Es muy cierto, Sócrates, y precisamente de esto se alababa Protágoras, en primer término, suponiéndose superior a todos los demás.