Sócrates. Muy bien, ¿pero es otro problema que el que nos propusieron al principio los antiguos, cubriéndolo con el velo de la poesía, para el vulgo, a saber, que Océano y Tetis, principios de todo lo demás, son emanaciones y que nada es estable? Después los modernos, como más sabios, lo han presentado al descubierto, a fin de que todos, hasta los zapateros, aprendiesen la sabiduría sólo con oírles una sola vez, y cesasen de creer neciamente que una parte de los seres está en reposo, y otra, en movimiento, y que, aprendiendo que todo se mueve, se sintiesen, por esta enseñanza, llenos de respeto hacia sus maestros. Casi he olvidado, Teodoro, que otros han sostenido el sistema opuesto, diciendo que el nombre del universo es lo inmóvil. Los Melisos y los Parmenides, abrazando esta opinión contraria, tienen por cierto, por ejemplo, que todo es uno y que este uno es estable en sí mismo, no teniendo espacio donde moverse. ¿Qué partido tomaremos, mi querido amigo, en frente de todos estos? Avanzando poco a poco, henos aquí cogidos en medio de los unos y de los otros, sin caer en la cuenta. Si nos sacudimos de ellos, por medio de una vigorosa defensa, se vengarán de nosotros y nos sucederá lo que a aquellos que, peleando en la lid sin salir de la línea que separa los partidos, son cogidos por ambos y arrojados a uno y otro lado. Me parece que es mejor comenzar por los que han sido para nosotros objeto de examen, y que dicen que todo pasa. Si creemos que tienen razón, nos uniremos a ellos y procuraremos librarnos de los otros. Si, por el contrario, nos parece que la verdad está de parte de aquellos que sostienen que todo está en reposo en el universo, nos pondremos de su lado, huyendo de los que suponen en movimiento hasta las cosas inmóviles. En fin, si nos parece que ni los unos ni los otros sostienen nada razonable, nos pondremos en ridículo si, pequeños como somos, creyéramos estar en posesión de la verdad, después de haber desechado la antigua doctrina, sostenida por hombres respetables por su antigüedad y su sabiduría. Mira, Teodoro, si es prudente exponernos a tan gran peligro.
Teodoro. No sería perdonable, Sócrates, el dejar de discutir lo que dicen los unos y los otros.
Sócrates. Puesto que manifiestas tanto deseo, es preciso entrar en esta discusión. Es natural comenzar por el movimiento y ver cómo lo defienden los que sostienen que todo se mueve; lo que deseo saber es si no admite más que una especie de movimiento o si admiten dos, como a mi juicio debe hacerse. Pero no basta que yo solo lo crea así; es preciso que te pongas de mi parte, a fin de que, suceda lo que quiera, lo experimentemos en común. Dime. cuando una cosa pasa de un lugar a otro o gira sobre sí misma, sin mudar de lugar, ¿llamas a esto movimiento?
Teodoro. Sí.
Sócrates. Sea, pues, ésta una especie de movimiento. Y cuando, permaneciendo la cosa en el mismo lugar, envejece, o de blanca se hace negra, o de blanda, dura, o experimenta cualquiera otra alteración, ¿no debe decirse que ésta es una segunda especie de movimiento?
Teodoro. Me parece que sí.
Sócrates. No es posible desconocerlo. Cuento, pues, con dos clases de movimiento; el uno de alteración, el otro de traslación.
Teodoro. Es cierto.