Teeteto 182

Sócrates. No es posible desconocerlo. Cuento, pues, con dos clases de movimiento; el uno de alteración, el otro de traslación.

Teodoro. Es cierto.

Sócrates. Hecha esta distinción, dirijamos ahora la palabra a los que sostienen que el todo se mueve y hagámosles esta pregunta. ¿decís que todas las cosas se mueven con este doble movimiento de traslación y de alteración o que algunas se mueven de estas dos maneras y otras sólo de una de ellas?

Teodoro. En verdad no sé qué responder; me parece, sin embargo, que dirán que todo está sujeto a este doble movimiento.

Sócrates. Si no lo dijesen, mi querido amigo, tendrían que reconocer precisamente que las mismas cosas están en movimiento y en reposo, y que no es más cierto decir que todo se mueve que decir que todo está en reposo.

Teodoro. Nada más exacto.

Sócrates. Puesto que es preciso que todo se mueva, no encontrándose la negación del movimiento en ninguna parte, todas las cosas están siempre moviéndose, en todos conceptos.

Teodoro. Necesariamente.

Sócrates. Fíjate, te suplico, en lo que te voy a decir, ¿No decimos que ellos explican la generación del calor, de la blancura y de las demás cualidades, diciendo, a saber, que cada una de éstas se mueve, con la sensación, en el espacio que media entre la causa activa y la pasiva; que la causa pasiva se hace sensible y no sensación, y la activa o el agente es afectado por tal o cual cualidad, sin llegar a su cualidad en sí? Quizá esta palabra “cualidad” te parecerá extraña y no concibes la cosa bajo esta expresión general. Te la diré al pormenor. La causa activa no se hace calor, ni blancura, sino caliente, y blanca, y así lo demás. Porque te acordaras, sin duda, de lo que se dijo antes, eso es, que nada es uno tomado en sí, ni lo que obra, ni lo que padece, sino que de su contacto mutuo nacen las sensaciones y las cualidades sensibles, de donde resulta, de un lado, lo que tiene tal o cual cualidad, y de otro, lo que experimenta tal o cual sensación.

Teodoro. –¿Cómo podía no acordarme?

Sócrates. Dejemos todo lo demás de su sistema, sin tomarnos el trabajo de saber de qué manera lo explican; atengámonos sólo al punto de que hablamos y preguntémosles. todo se mueve, decís, todo pasa, ¿no es así?

Teodoro. Sí.

Sócrates. Mediante el doble movimiento de traslación y de alteración que hemos distinguido.

Teodoro. Sin duda, si se pretende que todo se mueve plena y completamente.

Sócrates. Si las cosas fuesen simplemente transportadas de un punto a otro, y no se alterase, ¿podría decirse cuál es la naturaleza de lo que se mueve y muda de lugar. ¿No es cierto?

Teodoro. Sí.

Sócrates. –Pero, como esto no es una cosa estable, ni lo que aparece blanco subsiste blanco, sino que, por el contrario, hay un continuo cambio en este concepto, de suerte que la blancura misma pasa y se hace otro color, temerosa de que se la sorprenda en un estado fijo, ¿es posible dar nunca a color alguno un nombre conveniente, de modo que no sea posible el engaño?

Teodoro. ¿Qué medio hay, Sócrates, para determinar el color ni ninguna otra cualidad semejante, puesto que pasando sin cesar escapa a la palabra con que se la quiere coger y precisar?

Sócrates. ¿Y qué diremos de las sensaciones, por ejemplo, las de la vista y las del oído? ¿Aseguraremos que subsisten en el estado de visión y de audición?

Teodoro. De ninguna manera, si es cierto que todo se mueve.

Sócrates. Por consiguiente, estando todo en un movimiento absoluto, no debe decirse, cualquiera que sea el objeto de que se trate, que se ve o que no se ve, que se tiene tal sensación o que no se tiene.

Teodoro. No, sin duda.

Sócrates. Pero la sensación es la ciencia, hemos dicho Teetetes y yo.

Teodoro. Es cierto.

Sócrates. Cuando se nos ha preguntado qué es la ciencia, hemos respondido que es una cosa que no es ciencia ni deja de serlo.

Teodoro. Así parece.