Teeteto 194

Sócrates. Por consiguiente, cuando teniendo la sensación de los signos del uno y no de los signos del otro, se aplica a la sensación presente lo que pertenece a la sensación ausente, el pensamiento en este caso yerra absolutamente. En una palabra, si lo que decimos aquí es racional, no parece que pueda caber engaño ni formar un juicio falso sobre lo que jamás ha sido conocido ni sentido; y el juicio falso o verdadero gira y se mueve en cierta manera en los límites de las que sabemos y de los que sentimos; es juicio verdadero, cuando aplica e imprime a cada objeto directamente las señales que le son propias; y tales, cuando las aplica de soslayo y oblicuamente.

Teetetes. Dices bien, Sócrates.

Sócrates. Aún estarías más conforme después de haber oído lo que sigue. Porque es muy bueno formar juicios verdaderos, y vergonzoso formarlos tales.

Teetetes. Sin duda.

Sócrates. He aquí cuál es la causa. Cuando la cera que se tiene en el alma, es profunda, grande en cantidad, bien unida y bien preparada, las objetos que entran por los sentidos y se graban en este “corazón del alma”, como lo ha llamado Homero, designando así, de una manera simulada, su semejanza con la cera, dejan allí huellas distintas de una profundidad suficiente, y que se conservan largo tiempo. Los que están en este caso tienen las ventajas, en primer lugar, de aprender fácilmente; en segundo, de retener lo que han aprendido, y en fin, la de no confundir las signos de las sensaciones y formar juicios verdaderos. Porque, como estos signos son claros y están colocados en un lugar espacioso, aplican, con prontitud, cada uno a su sello, es decir, a los objetos reales; y a éstos se da el nombre de sabios. ¿No eres de este parecer?

Teetetes. Sí.

Sócrates. Por el contrario, cuando este corazón está cubierto de pelo (lo cual alaba el muy sabio Homero), o la cera es muy impura o llena de suciedad, o es demasiado blanda o demasiado dura; por de pronto, los que la tienen demasiado blanda aprenden fácilmente, pero olvidan lo mismo, que es lo contrario de lo que sucede a los que la tienen demasiado dura. En cuanto a las personas cuya cera está cubierta de pelo, es áspera y en cierta manera petrosa, mezclada de tierra y cieno, el signo de los objetos no es limpio en ellas; tampoco lo es en aquellos que tienen la cera demasiado dura, porque no hay profundidad; ni en aquellos que la tienen demasiado blanda, porque, confundiéndose las huellas, se hacen bien pronto oscuras. Menos claro son, cuando además de esto se tiene un alma pequeñita, pues que, siendo estrecho el local, los signos se mezclan los unos con los otros. Todos éstos están en situación de formar juicios falsos. Porque, cuando ven, oyen o imaginan alguna cosa, no pudiendo aplicar, en el acto, cada objeto a su signo, son lentos, atribuyen a un objeto lo que corresponde a otro, y generalmente ven, oyen y conciben caprichosamente. Y así se dice de ellos que se engañan y que son unos ignorantes.

Teetetes. No es posible hablar mejor, Sócrates.