Teeteto 202c-203d: primeira dificuldade

Sócrates. Y bien, ¿opinas que se debe definir la ciencia como un juicio verdadero acompañado de explicación?

Teeteto. Sí.

Sócrates. ¡Pero qué, Teeteto! ¿Habremos, nosotros, descubierto en un día lo que muchos sabios han intentado, ha largo tiempo, habiendo llegado a la vejez sin haber encontrado la solución?

Teeteto. A mí, Sócrates, me parece que esta definición es buena.

Sócrates. Es probable, en efecto, que lo sea, porque ¿qué ciencia puede concebirse, fuera de un juicio recto bien explicado? Hay, sin embargo, en lo que acaba de decirse un punto que me desagrada.

Teeteto. ¿Cuál es?

Sócrates. El que parece mejor expuesto, a saber. que los elementos no pueden ser conocidos y que los compuestos pueden serlo.

Teeteto. ¿No es exacto esto?

Sócrates. Es necesario verlo, y tenemos como garantía de la verdad de esta opinión los ejemplos sobre que el autor apoya todo lo que sienta.

Teeteto. ¿Qué ejemplos?

Sócrates. Los elementos de las letras y de las sílabas. ¿Piensas tú que el autor de esta opinión tuvo presente otra cosa, cuando decía lo que acabamos de referir?

Teeteto. No, sino eso mismo.

Sócrates. Atengámonos a este ejemplo y examinémosle, o más bien, veamos si es así o de otra manera, como nosotros mismos hemos aprendido las letras. Y por lo pronto, ¿tienen las sílabas una definición, y los elementos, no?

Teetetes. Probablemente.

Sócrates. Pienso lo mismo que tú. Si alguno te preguntase sobre la primera sílaba de mi nombre de esta manera. Teeteto, dime, ¿qué cosa es “Sol”? ¿Qué responderías?

Teeteto. Que es una “S” y una “O”.

Sócrates. ¿No es ésa la explicación de esta sílaba?

Teeteto. Sí.

Sócrates, Dime, ¿cuál es la de la “S”?

Teeteto. ¿Cómo pueden nombrarse los elementos de un elemento? La “S”, Sócrates, es una letra muda y un sonido simple, que forma la lengua silbando. La “B” no es una vocal, ni un sonido, lo mismo que la mayor parte de los elementos; de suerte que se puede decir fundamentalmente, que son inexplicables los elementos, puesto que los más sonoros de ellos, hasta el número siete, no tienen más que sonido, y no admiten absolutamente ninguna explicación.

Sócrates. Hemos conseguido, mi querido amigo, aclarar un punto relativo a la ciencia.

Teeteto. Así me parece.

Sócrates. ¡Qué! ¿Hemos demostrado bien que el elemento no puede ser conocido, y que la sílaba puede serlo?

Teeteto. Creo que sí.

Sócrates. Dime, ¿entendemos por sílaba los dos elementos que la componen, o todos, si son más de dos. ¿O bien, una cierta forma que resulta de su unión?

Teeteto. Me parece que entendemos por sílaba todos los elementos de que una sílaba se compone.

Sócrates. Veamos lo que es con relación a dos; “S” y “O” forman juntas la primera sílaba de mi nombre. ¿No es cierto que el que conoce esta sílaba conoce estos dos elementos?

Teeteto. Sin duda.

Sócrates. ¿Por consiguiente, conoce la “S” y “O”?

Teeteto. Sí.

Sócrates. ¿Qué sucedería si, no conociendo la una ni la otra, las conociese ambas?

Teeteto. Eso sería un prodigio y un absurdo, Sócrates.

Sócrates. Sin embargo, si es indispensable conocer la una y la otra, para conocer ambas, es de toda necesidad para el que intente conocer una sílaba, conocer antes los elementos; y siendo esto así, nuestro bello razonamiento se desvanece y se escapa de nuestras manos.

Teeteto. Verdaderamente, sí, y de repente.