Sócrates. Dime qué significa la palabra “explicación”. En mi juicio, significa una de estas tres cosas.
Teeteto. ¿Qué cosa?
Sócrates. La primera, el acto de hacer el pensamiento sensible por la voz, por medio de los nombres y de los verbos, de suerte que se le grabe en la palabra que sale de la boca, como en un espejo o en el agua. ¿No te parece que esto es lo que quiere decir explicación?
Teeteto. Sí, y decimos que él que hace esto se explica.
Sócrates. ¿No es todo el mundo capaz de hacerlo y de expresar, más o menos pronto, lo que piensa acerca de cada cosa, salvo que sea mudo o sordo de nacimiento? En este sentido, el juicio verdadero irá siempre acompañado de explicación en todos aquellos que piensan con exactitud sobre cualquier objeto, y jamás se dará el juicio verdadero sin la ciencia.
Teeteto. Tienes razón.
Sócrates. Así pues, no acusaremos a la ligera al autor de la definición de la ciencia, que examinamos, de que no ha dicho nada de provecho. Quizá esta definición no explica la ciencia, y acaso ha querido su autor significar con ella la posibilidad de dar razón de cada cosa, por los elementos que la componen, cuando se nos pregunta sobre su naturaleza.
Teeteto.Pon un ejemplo, Sócrates.
Sócrates. Por ejemplo, Hesíodo dice que el carro se compone de cien piezas. Yo no podría enumerarlas, y creo que tú tampoco. Y si se nos preguntase lo que es un carro, creeríamos haber dicho mucho, respondiendo que son las ruedas, el eje, las alas, las llantas y la lanza.
Teeteto. Seguramente.
Sócrates. –Pero, respondiendo así, pareceríamos al que nos hiciese esta pregunta tan ridículos, como si preguntándonos tu nombre le respondiéramos sílaba por sílaba, y nos imagináramos, creyendo formar un juicio exacto y bien enunciado, que éramos gramáticos y que conocíamos y explicábamos, conforme a las reglas de la gramática, el nombre de “Teeteto”; cuando no sería responder como un hombre que sabe, a no ser que, con el juicio verdadero, se diera razón exacta de cada cosa par sus elementos, como se ha dicho precedentemente.
Teeteto. Así lo hemos dicho, en efecto.
Sócrates. Es cierto que nosotros formemos un juicio exacto respecto al carro; pero el que puede descubrir su naturaleza, recorriendo una a una las cien piezas, y une este conocimiento al otro, además de formar un juicio verdadero sobre el carro, es dueño de la explicación; y en lugar de formar un mero juicio arbitrario, habla como hombre inteligente y que conoce la naturaleza del carro; porque puede hacer la descripción del todo por sus elementos.
Teeteto. ¿No crees que tendría razón, Sócrates?
Sócrates. Sí, mi querido amigo, si tú crees y concedes que la descripción de una cosa, en sus elementos, es la explicación, y que la que se hace mediante las sílabas u otras partes mayores no explican nada; dime tu opinión sobre esto, a fin de que lo examinemos.
Teeteto. Pues bien, estoy conforme.
Sócrates. ¿Piensas que uno sabe cualquier objeto, sea el que sea, cuando juzga que una misma cosa pertenece tan pronto al mismo objeto como a otro diferente, o que sobre un mismo objeto forma tan pronto un juicio como otro?
Teeteto. No, ciertamente, no lo pienso así.
Sócrates. ¿Y no recuerdas que es precisamente lo que tú y los demás hacíais, cuando comenzabais a aprender las letras?
Teeteto. ¿Quieres decir que nosotros creíamos que tal letra pertenecía tan pronto a la misma sílaba como a otra, y que colocábamos la misma letra tan pronto en la sílaba que la correspondía como en otra?
Sócrates. Sí, eso mismo.
Teeteto. Pues bien, no lo he olvidado, y no tengo por sabios a los que son capaces de incurrir en estas equivocaciones.
Sócrates. ¿Pero que, cuando un niño, encontrándose en el mismo caso en que estabais vosotros al escribir el nombre de “Teeteto” con una “t” y una “e”, cree deber escribirle así, y así le escribe, y que queriendo escribir el de “Teodoro”, cree deber escribirle y le escribe también con una “t” y una “e”, ¿diremos que sabe la primera sílaba de vuestros nombres?
Teeteto. Acabamos de convenir en que el que está en este caso está lejos de saber.
Sócrates. Y no puede pensar lo mismo con relación a la segunda, a la tercera o a la cuarta sílabas?
Teeteto. Sí puede.
Sócrates. Cuando escriba. de seguido. el nombre de “Teeteto”, ¿no tendrá un juicio verdadero, con el pormenor de los elementos que le componen?
Teeteto. –Es evidente.
Sócrates. Y aunque juzga bien, ¿no está desprovisto aún de ciencia, según hemos dicho?
Teeteto. Sí.
Sócrates. Por lo tanto, tiene la explicación de tu nombre y un juicio verdadero; porque le ha escrito, conociendo el orden de los elementos, que, según hemos reconocido, es la explicación del nombre.
Teeteto. Es cierto.
Sócrates. –Hay, pues, mi querido amigo, un juicio recto acompañado de explicación, que aún no se puede llamar ciencia.
Teeteto. Parece que sí.
Sócrates. Según todas las apariencias, nosotros hemos soñado, cuando hemos creído tener la verdadera definición de la ciencia. Pero no la condenemos aún. Quizá no es esto lo que se entiende por la palabra “explicación”, sino que será el tercero y último sentido el que ha tenido a la vista, como hemos dicho, el que ha definido la ciencia como un juicio verdadero acompañado de su explicación.
Teeteto. Me lo has recordado muy a tiempo y, en efecto, aún queda un sentido que examinar. según el primero, era la ciencia la imagen del pensamiento expresada por la palabra, según el segundo de que se acaba de hablar, la determinación del todo por los elementos, y el tercero, ¿cuál es, según tú?
Sócrates. El mismo que muchos otros designarían, como yo, y que consiste en poder decir en que la cosa, acerca de la que se nos interroga, difiere de todo lo demás.
Teeteto. ¿Podrías explicarme, de esta manera, algún objeto?
Sócrates. Si, el sol, por ejemplo. Creo designártelo suficientemente, diciendo que es el más brillante de todos los cuerpos celestes, que giran alrededor de la tierra.
Teeteto. Es cierto.
Sócrates. Escucha por qué he dicho esto. Acabamos de decir que, según algunos, si fijas, respecto de cada objeto, la diferencia que los separa de todos los demás, tendrás la explicación del mismo; mientras que si sólo te fijas en una cualidad común, tendrás la explicación de los objetos a quienes esta cualidad es común.
Teeteto. Comprendo, y me parece oportuno llamar a esto la explicación de las cosas.
Sócrates. De este modo, cuando, mediante un juicio recto acerca de un objeto cualquiera, se conozca en qué se diferencia de todos los demás, se tendrá la ciencia del objeto, así como antes sólo se tenía la opinión del mismo.
Teeteto. No temamos asegurarlo.
Sócrates. Ahora, Teeteto, que veo más de cerca esta definición, a la manera de lo que sucede con el bosquejo de un cuadro, todo se me oculta, siendo así que, cuando estaba lejano, creía ver alguna cosa.
Teeteto. ¿Cómo? ¿Por qué hablas así?
Sócrates. Te lo diré, si puedo. Cuando yo formo, sobre ti, un juicio verdadero, y tengo, además, la explicación de lo que tú eres, yo te conozco, si no, no tengo más que una mera opinión.
Teeteto. Sí.
Sócrates. Dar la explicación de lo que tú eres es determinar en lo que te diferencias de los demás.
Teeteto. Sin duda.
Sócrates. Cuando no tenía, de ti, más que una mera opinión, ¿no es cierto que yo no había penetrado, con el pensamiento, ninguno de los rasgos que te distinguen de todos los demás?
Teeteto. Así parece.
Sócrates. No tenía presentes, en el espíritu, otras cualidades que las comunes, que tanto son tuyas como de cualquier otro hombre.
Teetetes. Necesariamente.
Sócrates. En nombre de Zeus, dime ¿cómo, en este caso, eres tú objeto de mi juicio, más bien que otro? Supón, en efecto, que yo me represento a Teeteto, bajo la imagen de un hombre que tiene nariz, ojos, boca y las demás partes del cuerpo, ¿esta imagen me obligará a pensar antes en Teeteto que en Teodoro o, como suele decirse, que en el último de los misios?
Teeteto. No, ciertamente.
Sócrates. Si no sólo me figuro un hombre con nariz y ojos, sino que además me represento esta nariz roma y estos ojos saltones, ¿tendré, en el espíritu, tu imagen más bien que la mía o que la de todos aquellos que se nos parecen en esto?
Teeteto. De ninguna manera.
Sócrates. A mi entender, no formaré la imagen de Teeteto, sino cuando su nariz roma deje, en mí, huellas que sean diferentes de todas las especies de narices romas que yo he visto, y lo mismo de todas las demás partes de que te compones; de suerte que si te encuentro mañana, mediante la nariz roma, te recuerda mi espíritu, y me hace formar, de ti, un juicio verdadero.
Teeteto. Es incontestable.
Sócrates. De igual modo, el juicio verdadero comprende la diferencia de cada objeto.
Teeteto. Parece que sí.
Sócrates. ¿Qué significa, pues, unir la de un objeto al juicio recto que ya se tiene? Porque si se quiere decir que es preciso juzgar, además, los que distingue un objeto de los otros, esto es, prescribirnos una cosa completamente impertinente.
Teeteto. ¿Por qué?
Sócrates. Porque se nos ordena que formemos un juicio verdadero de los objetos con relación a su diferencia, cuando ya tenemos este recto juicio con relación a esta diferencia; así que es más absurdo semejante consejo que el mandar girar una escítala, un mortero o cualquiera otra cosa parecida. Más razón habría para llamarle consejo de ciego, pues no hay cosa que más se parezca a una ceguera completa que mandar tomor lo que ya se tiene, a fin de saber lo que se sabe ya por el juicio.
Teeteto. ¿Dime qué querías decir antes de interrogarme?
Sócrates. Hijo mío, si por explicar un objeto se entiende conocer su diferencia y no simplemente juzgarla, la explicación en este caso es lo más bello que hay en la ciencia. Porque conocer es tener la ciencia, ¿no es así?
Teeteto. Sí.
Sócrates. Y si se pregunta al autor de la definición qué es la ciencia, responderá, al parecer, que es un juicio exacto sobre un objeto con el conocimiento de su diferencia, puesto que, según él, añadir la explicación al juicio no es más que esto.
Teeteto. Al parecer.
Sócrates. Es responder bastante neciamente, cuando, preguntando lo que es la ciencia, se nos dice que es un juicio exacto unido a la ciencia, ya de la diferencia, ya de cualquier otra cosa. Así, Teeteto, la ciencia no es la sensación, ni el juicio verdadero, ni el mismo juicio acompañado de explicación.
Teeteto. Parece que no.
Sócrates. Ahora bien, mi querido amigo, veo que sigue aún nuestra preñez y sentimos todavía los dolores de parto respecto de la ciencia. ¿O hemos dado ya a luz todas nuestras concepciones?
Teeteto. Seguramente, Sócrates; he dicho, con tu auxilio, muchas más cosas que las que tenía en mi alma.
Sócrates. ¿No te ha hecho ver mi arte de comadrón que todas estas concepciones son frívolas e indignas de que se las alimente y sostenga?
Teeteto. Sí, verdaderamente.
Sócrates. Si en lo sucesivo, Teeteto, quieres producir y, en efecto, produces frutos, serán mejores gracias a esta discusión; y si permaneces estéril, no te harás pesado a los que conversen contigo, porque seréis más tratable y más modesto, y no creerás saber lo que no sabes. Es todo lo que mi arte puede hacer y nada más. Yo no sé nada de o lo que saben los grandes y admirables personajes de estos tiempos y de los tiempos pasados, pero, en cuanto al oficio de partear, mi madre y yo lo hemos recibido de manos del dios, ella para las mujeres y yo para los jóvenes de bellas formas y nobles sentimientos. Ahora necesito ir al pórtico del rey, para responder a la acusación de Melito contra mí; pero te aplazo, Teodoro, para mañana, en este mismo sitio.