Siempre que hablamos de los comienzos de la filosofía europea pensamos en los griegos; y todo intento de rastrear los orígenes de la teología natural o filosófica tiene que comenzar igualmente por ellos. La idea de la theologia naturalis la debe nuestro mundo a una obra que hace mucho que es clásica para el Occidente cristiano, la obra De civitate Dei de San Agustín. Después de atacar la fe en los dioses paganos como un engaño a lo largo de sus cinco primeros libros, procede San Agustín en el sexto a exponer la doctrina cristiana del Dios único, tratando de demostrar su perfecta concordancia con las ideas más profundas de la filosofía griega. Esta manera de ver la teología cristiana como una doctrina que confirma y redondea las verdades del pensamiento precristiano pone muy bien de manifiesto el lado positivo de las relaciones entre la nueva religión y la antigüedad pagana. Ahora bien, para San Agustín, como para todo neoplatónico típico de su siglo, el único representante supremo de la filosofía griega era Platón; los otros pensadores eran simplemente figuras menores en torno a la basa del gran monumento de Platón. Durante la edad media fué esta posición dominante conquistada gradualmente por Aristóteles, y sólo desde el Renacimiento volvió Platón a ser el poderoso rival de su discípulo. Pero a lo largo de aquel período fué la filosofía griega — platónica o aristotélica —, junto con una cierta suma paulatinamente creciente de ciencia griega en traducción latina, todo lo que quedó de la cultura griega en Occidente en tiempos en que el conocimiento de la lengua griega se había evaporado en medio de la decadencia general de la cultura. Si la continuidad de la antigua tradición griega nunca se rompió por completo en Europa, se debe al hecho de haberse mantenido viva la filosofía griega. Pero esto nb habría sido posible si esta misma filosofía no hubiera servido, como theologia naturalis, de base a la theologia supernaturalis del cristianismo.
En sus orígenes, sin embargo, el concepto de teología natural no brotó en oposición a la teología sobrenatural, idea ésta desconocida del mundo antiguo. Si queremos entender lo que quería decir teología natural para los primeros que concibieron la idea, necesitamos ver ésta en su contorno genético. El concepto de teología natural era un concepto tomado por San Agustín, como dice él mismo, de las Antiquitates rerum humanorum et divinarum de M. Terencio Varrón, el prolífico escritor y docto enciclopedista romano de los últimos días de la República (116-27 a. c). En la segunda parte de esta voluminosa obra, titulada Antiquitates rerum divinarum, había edificado Varrón una teoría de los dioses romanos con perfecta coherencia y sorprendente erudición arqueológica. Según San Agustín distinguía Varrón tres géneros de teología (genera, theologiae): la mítica, la política y la natural. La teología mítica tenía por dominio el mundo de los dioses tal como se encuentra descrito por los poetas; la teología política abarcaba la religión oficial del estado y sus instituciones y culto; la teología natural era el campo de los filósofos, era la teoría de la naturaleza de lo divino tal como se revela en la naturaleza de la realidad. Sólo la teología natural podía llamarse religión en su verdadero sentido, dado que una verdadera religión quería decir para San Agustín una religión verdadera; la teología mítica de los poetas representaba simplemente un mundo de bellas seudocreencias. En tiempo de Varrón, la religión del estado había empezado ya a declinar; Varrón esperaba salvarla sosteniendo que la religión recibe su propia validez de la autoridad del estado, por ser éste la más antigua de las dos instituciones. La religión es para Varrón ante todo una de las formas básicas de la vida social de la comunidad humana. A esta tesis se opone San Agustín encarnizadamente. San Agustín no ve en los dioses de estado de Varrón nada mejor ni más verdadero que en los mitos infames de los poetas. Disculpa la actitud reaccionaria y radicalmente falsa — como a él le parece — de Varrón frente al problema entero de la religión de estado, señalando que Varrón vivía en un tiempo de escasa libertad política, en que el viejo orden caía hecho polvo en torno a él, de suerte que su propio conservadurismo le impelía a defender la religión nacional de Roma como el alma misma de la República romana. Pero de haber algo de verdad en esta observación, por la misma razón era la vieja religión romana, incluso en su forma más reciente, fuertemente helenizada, incapaz de convertirse en la religión del imperio en que estaban unidas tantas y tan diversas naciones. Para San Agustín es inconcebible que ninguna religión verdadera deba restringirse a una sola nación. Dios es esencialmente universal y debe ser adorado universalmente. Ésta es realmente una doctrina cristiana fundamental, pero es en el universalismo de la filosofía griega donde encuentra San Agustín el principal apoyo de ella. La filosofía griega es auténtica teología natural, porque está basada en la comprensión racional de la naturaleza misma de la realidad; las teologías del mito y del estado no tienen, por el contrario, nada que ver con la naturaleza, sino que se limitan a ser convenciones artificiales, productos exclusivos del hombre. El propio San Agustín dice que esta oposición es la base misma del concepto de teología natural. Evidente es que tiene presente la vieja antítesis de physei y thesei. Hasta Antístenes, el discípulo de Sócrates, cuya influencia fué profunda sobre la filosofía estoica, había distinguido el único physei theos de los muchos — thesei theoi, entre los cuales no incluía menos los dioses de los poetas que los del culto oficial. Así, pues, bajo el punto de vista de la teología natural, estaban los dioses de los poetas y los del estado exactamente sobre el mismo pie. Es éste un punto que San Agustín aduce muy certeramente contra Varrón. Es evidente que la triple división de Varrón tendía a embotar la agudeza de esta antítesis a fin de que los dioses de estado pudieran salvarse del general repudio de los thesei theoi y conservar así sus derechos de nacimiento. La división era en realidad un compromiso. No sabemos quién fué el primero que la introdujo. En todo caso, tiene que haber sido algún filósofo helenístico (probablemente estoico), puesto que Varrón usaba aún para sus tres genera theolagia los adjetivos griegos mythicon, politicon y physicon. San Agustín fué uno de los primeros en sustituir la palabra griega physicos por la latina naturalis.