Ptolomeo, por el contrario, se basa en cálculos. No toma solamente en cuenta la proximidad y la distancia de las esferas, sino que relaciona también los tonos y los signos del Zodíaco. Con los modernos, atribuye a los cuerpos que se mueven más rápidamente, y, por tanto, a las esferas más alejadas, los tonos más altos. Al argumento mecánico de Arquitas añade una consideración psico-fisiológica: las notas altas son cantadas con la cabeza, los bajos vienen de la garganta y, por así decir, de las profundidades del pecho.
Sobre estos fundamentos construye un sistema de analogías mágico-místicas, en las que tampoco el alma es olvidada. El logikon tiene siete virtudes, como la octava tiene siete sonidos; (346) el thymikon tiene cuatro, y se parece, pues, a la quinta; el epithymétikon tiene solamente tres, y es como la cuarta con sus tres intervalos. La armonía moral del alma nace, pues, de la colaboración de todas las virtudes que adornan las “partes” del alma 10.
En el alma, cuya actividad es descrita según la doctrina estoica, se basa, pues, el ethos de Ptolomeo de los siete modos y los tres géneros de tono. El tetracorde consta de cuatro cuerdas: las dos extremas están tensadas de tal manera, que forman una cuarta; las dos centrales son flexibles, y permiten, por tanto, intervalos más amplios o más reducidos, pudiendo tensarse más o menos firmemente. Fuertemente tensas, permiten distinguir claramente diversos intervalos; débilmente tensas, diferencias apenas notables.
(DE BRUYNE, Edgar. Historia de la Estética I)