Cuando ahora me retrotraigo a esta etapa de mi acercamiento al secreto eleusino — pues ése fue mi objetivo desde el principio-, encuentro una parte de su valor en el hecho de que fue mi estudio el que llevó a Jung a una valoración psicológica de los misterios eleusinos y de los paralelos que presentaban con los hallazgos en Ceram, y que más tarde condujo ajensen, el etnólogo que compiló (junto a un colaborador) Hainuwele, a dilucidar esos paralelos desde su punto de vista, el del etnólogo histórico. Jensen atribuía a los misterios eleusinos el mismo papel que yo les atribuí en mi estudio: en su opinión, constituyen un ejemplo griego de la encarnación ritual de un mito que está también claramente encarnado en los ritos que han llegado hasta la actualidad en la remota isla indonesia de Ceram. El mito está relacionado con la alimentación humana basada en las plantas. El contexto se puede caracterizar de manera más su-gerente con ayuda de las palabras griegas: zoe significa no sólo la vida de los hombres y de todas las criaturas vivas, sino también lo que es comido. En la Odisea (XVI, 429), los pretendientes quieren «devorar» la zoe de Odiseo. El mismo significado corresponde a bios, la vida característica de los hombres. Los hombres extraen su sustento principalmente de las plantas, y las plantas nutritivas — no sólo cereales, sino también las plantas tuberosas y los frutos— son individualmente perecederas, destructibles, comestibles, pero consideradas en conjunto son la garantía eterna de la vida humana.


La postura que yo asumí independientemente de Jung en mi Niño Primordial y en mi Doncella Primordial me sigue pareciendo defendible. Desde ese punto de vista, no sería necesario desarrollar una terminología nueva. Por resumir al máximo, utilizo dos palabras, de una de las cuales se ha apropiado la psicología junguiana y de la otra la filosofía existencia-lista — hecho que atestigua su inteligibilidad en la esfera cultural occidental-, aunque ninguna de esas corrientes pueda pretender derechos exclusivos sobre ellas. Desde mi punto de vista, hablo de hechos arquetipicos de la existencia humana, de realidades que no pueden ser meras realidades de la psique y que, desde luego, tampoco son concretas a la manera de los objetos tangibles. Son concretas en el mismo sentido que bios, la existencia histórica del hombre individual. Un elemento arquetípico de bios, la existencia humana individual, es en primer lugar la misma existencia humana; otro es la vida, zoe, que en la lengua griega se distingue de bios y que es propia no sólo del ser humano, sino de todas las especies. Por eso, el primer volumen de esta serie trata de Prometeo, considerado como una imagen arquetípica de la existencia humana, y el otro, de Dioniso, la imagen arquetípica de la vida indestructible.


Esta es la tendencia habitual expresada en las historias sobre transformación en plantas, lo que representa un estrato no olímpico y probablemente prehelénico de la mitología griega: primero la forma humana y el sufrimiento humano, luego una forma de planta y un estado divino sin sufrimiento y sin muerte: la forma no individualizada de zoe, de la vida indestructible. Dioniso y Perséfone rompen con esta tendencia. No sólo garantizan el alimento vegetal para los hombres y la poción de origen vegetal con su éxtasis; a través de ellos, la forma vegetal de zoe — y a través de Dioniso también la forma animal- aparece dotada, por decirlo así, de un rostro humano divino. Una peculiar estatuilla de terracota del final del (155) período clásico (o poco después) muestra una granada cortada en dos como base de una epifanía. En la mitad de la fruta se arrodilla una doncella con vestido corto, remangado alrededor de la cintura. Sostiene su manto en la forma que conviene a una epifanía: descubriéndose. Sobre el hombro, un pequeño Eros mira hacia fuera, elevando la escena de revelación a una esfera superior donde los revelados son dioses, como Afrodita, o, en el caso presente, Perséfone reaparecida.