Excertos de Diálogos Platônicos, Ed. Gredos
El planteamiento diversificador más elemental en el diálogo es la pregunta que busca justificar un término o un concepto. Son centenares las preguntas socráticas sobre modelos como : «Contesta Sócrates, qué es la retórica en tu opinión» (Gorgias 262b); «Qué dirías Hipias que es la ley , ¿un bien o un mal para las ciudades?» (Hipias Mayor 284d); «El poder de la opinión ¿es análogo o distinto al de la ciencia?» (Rep. 477b), etc.
Desde la masa del lenguaje se va formando, entre los meandros del diálogo, una pregunta que se expresa en un ¿qué es? La formulación de tal incertidumbre, paralizadora del fluir del discurso, viene preparada por un lenguaje que busca saltar al otro lado de su propia inseguridad. Hay un dominio más o menos indefinido de problematicidad que, necesitando situarse en un terreno más firme, remansa su cauce indeciso en el dique de una interrogación. Cada pregunta marca, pues, un estadio en el diálogo y, desde el momento que se plantea el qué es, se va camino de una respuesta que sature la interrogación, disparada desde el diálogo previo, hacia todo lo que aún se va a hablar. Sumergida la pregunta en la respuesta integradora, se va perfiIando, otra vez, la nueva incertidumbre. Pero, ¿cuál es el criterio unificador de pregunta y respuesta? ¿Con qué se contrasta la pregunta para su repudio, o asimilación en el discurso posterior?
En una interpretación clásica de la filosofía platónica diríamos que hay en el lenguaje dos niveles: el nivel real de las opiniones, de los criterios que no han sido contrastados ni verificados, y el nivel ideal, el nivel del eidos, que preside al lenguaje y que, articulado en un espacio indiscutible, constituye la norma y, en defin itiva, la verdad ante la que se mide la realidad, en este caso el lenguaje de las opiniones. En el mismo lenguaje tiene que habitar, de algún modo, este destello del mundo ideal que es, al fin y al cabo, metalíngüístico , para que toda pregunta pueda , en cierto sentido, contestarse, y todo problema solucionarse. Es posible que estas respuestas o soluciones no sean definitivas, no lo sean plenamente, pero el que llegue a formularse una pregunta , enunciada con un ¿qué es?, implica que es esperada una respuesta y que es posible contestarla dentro de los mismos presupuestos del lenguaje. [Diálogos de Platón, Ed. Gredos]
Las respuestas pueden ser de dos tipos: la descriptiva y la lógica. La descriptiva se construye sobre el siguiente esquema: a) Pregunta que alude a un sistema conceptual ya establecido, y dentro del cual esperaríamos la respuesta , p . ej. , ¿qué es un número irracional?, ¿qué es el movimiento?, ¿qué es un juicio sintético a priori? b ) Respuesta que, desde un sistema con ceptual, asume la pregunta y la disuelve y explicita en un lenguaje dentro del que ya no es necesario volver a plantearla. c) Teoría que sus tenta ese lenguaje; que tal vez no captamos en toda su amplitud; pero que hace coherente la pregunta con la respuesta. Esta teoría desempeña un papel parecido al del mundo ideal platónico. Su existencia permite, precisamente, el que tenga sentido la pregunta, cuyo momento de incertidumbre queda, automáticamente, superado en el esquema teórico de la respuesta.
La respuesta lógica, no quiere decir sino que se desenvuelve en el mismo nivel del Logos, sin que haya un tercer nivel teórico, constituido ya con anterioridad a la pregunta y que predetermine el ámbito de la explicación. El esquema sería, por tanto: a ) Pregunta que, en principio, no espera respuesta desde ningún nivel conceptual preestablecido, p. ej., ¿qué es la verdad?, ¿qué es la belleza?, etc. b ) Respuesta que, desde la misma lengua, desde su mismo código natural, configura una explicación subje tivizada por la peculiar perspectiva con que el interlocutor ve el mundo y ha construido en él su personalidad. Este tipo de respuestas pueblan los diálogos de Platón, y su posible verdad consiste en la cantidad de asentimiento que puedan provocar en los interrogadores.
En el nivel descriptivo, el triángulo semántico, anteriormente aludido saturaría plenamente sus tres vértices siendo la cosa, de algún modo, la definición que, dentro de una teoría física, o filosófica, pudiera darse: así, la respuesta a ¿qué es la luz? en la física moderna, serían las distintas definiciones que ofrezca la física de partículas u ondas. La respuesta a ¿qué son los jucios sintéticos «a priori»? sería un par de lineas de la Critica de la razón pura. Porque, fuera de esta respuesta en cada uno de los códigos lingüísticos, ¿qué podría ser la cosa luz, la cosa juicio sintético a priori? En el supuesto nivel lógico, la cosa filosófica presen ta una mayor dificultad por lo que respecta a su grado de consistencia lingüística. El significado de las palabras «justicia» , «belleza» , «realidad» consiste en los campos semánticos establecidos en torno a ellas, en las resonancias con que se han enriquecido en su largo contraste con los más diversos contextos. Pero estos campos semánticos son amplios e imprecisos; su significado no responde de una manera tan clara como el de gato, al término castellano «gato», o al alemán Katze. Esta amplitud del significado hace que la posible «cosa teórica », del tercer vértice del triángulo, tenga que ceñir y concretar la vaguedad de la referencia, la imprecisión del significado. La respuesta que da el interlocutor socrático consiste en concretar, desde la lengua, los términos exactos en los que, como personaje del diálogo, la convierte en habla. Cada respuesta, en este nivel, son hitos del lenguaje, diversos estadios de concretización, en los que, por un proceso de parciales aciertos o totales errores, se va dibujando, en la trama de la lengua, el hilo del habla, en boca del determinado interlocutor.
En este punto se plantea una nueva cuestión : ¿cómo es esperada y desde dónde es esperada la respu esta ? Tiene que haber, de alguna manera, una conexión con el que pregunta, para que la respuesta sea aceptada. Ha de darse una especie de dominio trascendental, un campo intermedio en el que se extienda la pregunta hasta chocar con la respuesta que se aproxima. Si no hay este dominio común, esta frontera en una tierra de nadie, no puede darse la comunidad dialéctica. La respuesta descriptiva implica el clausurado universo de una teoría, por encima de la usual experiencia de la lengua. Ese universo es , en cierto sentido, metalingüístico, aunque se nos comunique bajo la ineludible forma de lenguaje. Está regido por códigos distintos o más limitados que el código que orienta los pasos esenciales del lenguaje natural. Las configuraciones de esos códigos son, además, paralingüísticas; se ciñen a las peculiares leyes del paradigma científico o filosófico que las constituyen.
Por el contrario, las respuestas lógicas, o sea, aquellas que no se levantan desde ningún cerrado dominio teórico, sino que van surgiendo de la matriz misma de la lengua hablada por los personajes de un diálogo, crean, con su mensaje, el código al que se ciñen. Estas respuestas, suponen que dentro del lenguaje existe una entidad que presta comunidad, continuidad y coherencia a lo dicho. En este momento la respuesta se despega del planteamiento concreto del logos, para realizarse abstractamente en el eidos. Pero, así como podemos aceptar las respuestas descriptivas en nombre de la claridad que comporta una teoría evidente, las respuestas lógicas las vamos aceptando desde un difuso campo de intereses, en el que las motivaciones vitales o ideológicas del que acepta una respuesta fraternizan, con idénticas motivaciones, en el interlocutor que las formula. En el terreno de las respuestas que no han sido previamente ya teorizadas en un sistema conceptual, PIatón intentaba mostrar la imposibilidad de que una de esas respuestas verificase plenamente la pregunta. En su época de madurez esta respuesta no podía hacerse totalmente en el lenguaje — de ahí sus contradicciones y su escepticismo lingüístico —, porque el lenguaje era doxa, opinión, y Platón pretendía ir más allá, hacia el lugar del eidos, de las ideas. Los diálogos platónicos no persiguen una respuesta positiva a los interrogantes que en ellos surgen. Las respuestas son momentos parciales que, en el mejor de los casos, van organizando el enfrentamiento final con el eidos, que no es sino silencio. Había, pues, que superar el lenguaje, pero pasando a través de él, tomándolo como campo de experimentación, como trasunto en la hístoria de las tensiones y luchas de la sociedad y de la misma vida.