Enéada V, 1, 4: O Intelecto e as realidades inteligíveis nada mais são que “pensar” e “ser”

4. Podría comprobarse esto del modo siguiente: admiramos, en efecto, el mundo sensible en razón de su grandeza, de su belleza, del orden de su movimiento eterno, o considerando los dioses que hay en él -dioses visibles e invisibles-, los demonios que lo habitan, los animales y las plantas; y, sin embargo, deberíamos remontarnos a su modelo y a su realidad verdadera, elevando nuestra mirada a todos esos inteligibles que tienen en este modelo la eternidad, el conocimiento de sí mismos y la propia vida. Deberíamos contemplar, en definitiva, la pura Inteligencia que los conduce, la extraordinaria sabiduría, la verdadera vida bajo el dominio de Cronos o del dios que es saciedad e inteligencia1. Porque en él están contenidos todos los seres inmortales, toda inteligencia, toda divinidad, toda alma, como en algo que es siempre inmóvil. Si es, pues, realmente bueno, ¿por qué tratar de cambiarlo? ¿A dónde tendría que dirigirse si ya todo se encuentra en él? Ni siquiera cabría intentar aumentarlo siendo como es perfecto. Porque todo lo que hay en él es ya perfecto, para que él lo sea en su totalidad. No hay nada en él que no lo sea, ni hay nada en él que no piense. La Inteligencia piensa sin necesidad de búsqueda alguna, dado que posee en sí misma lo que piensa. Su felicidad no es algo adquirido, puesto que en ella se dan ya eternamente todas las cosas y ella misma es la verdadera eternidad, a la que imita el tiempo que rodea el alma y que abandona el pasado para alcanzar el porvenir2. Así, encontramos en el alma unos y otros seres, y, por ejemplo, unas veces se nos aparece como Sócrates, otras como un caballo, y siempre desde luego como un cierto ser particular. La Inteligencia, en cambio, es a un tiempo todas las cosas y contiene en sí misma todas las cosas, que permanecen inmóviles y en el mismo lugar. Basta decir de ella que es, y que es siempre, puesto que para ella no cuenta en modo alguno el futuro3. Aún entonces es, porque nunca puede dejar de ser. Y no se encuentra en el pasado, porque en ella nada transcurre y todos los seres que en ella se den habrán de estar siempre presentes, en identidad consigo mismos y como complaciéndose en este estado. Cada uno de ellos es también una inteligencia y un ser, y su conjunto constituye toda la Inteligencia y todo el Ser, la Inteligencia que pone el Ser con sólo pensarlo y el Ser que, al ser pensado, da a la Inteligencia su pensamiento y su misma existencia. Con todo, el pensamiento tiene una causa que le es extraña y que es igualmente la causa del ser. Lo cual quiere decir que uno y otro tienen una causa diferente de ellos mismos. Porque existen conjuntamente y no se rechazan el uno al otro, sino que ambos forman esa unidad a la que llamamos Inteligencia y Ser, pensamiento y cosa pensada, Inteligencia en razón a su pensamiento, Ser en razón a que es pensado. Ya que no podría haber pensamiento sin alteridad e identidad. Los términos primitivos habrán de ser, por tanto, la Inteligencia, el Ser, la Alteridad y la Identidad; si acaso, convendrá añadir a ellos el Movimiento y el Reposo, el Movimiento por la razón de que hay pensamiento, el Reposo para que el pensamiento permanezca tal cual es. En cuanto a la Alteridad resulta verdaderamente necesaria para que se den el ser que piensa y el objeto que es pensado; si se la suprime, nos quedaremos tan sólo con la unidad y el silencio. Tendrá que existir, pues, la Alteridad para que las cosas pensadas puedan distinguirse unas de otras. E, igualmente, habrá de existir la Identidad, porque todas las cosas constituyen una unidad y encierran en sí mismas algo que les es común: su diferencia específica es, precisamente, la Alteridad4. Toda esta variedad de términos da origen al Número y a la Cantidad, y, a su vez, el carácter propio de cada uno de los seres constituye la Cualidad. De todos estos términos, considerados como principios, vienen todas las demás cosas.


  1. Cf. Platón, Cratilo, 396 b. 

  2. Cf. Platón, Timeo, 37 d. 

  3. Cf. Platón, Timeo, 37 e. 

  4. La argumentación de Plotino es fundamentalmente platónica, inspirada por una parte en el Sofista, 254 d, y por otra en el Parménides, 145 e-l47 c. Digamos, sin embargo, que lo que Plotino llama la alteridad, es más bien la diferencia esencial o genérica en la terminología de Aristóteles