Enéada IV, 3, 8 – Dificuldades relativas à unidade e à multiplicidade da alma

8. Quedan así resueltas las dificultades que se habían planteado. Y tampoco constituye una dificultad la simpatía existente entre las almas, porque es claro que las almas simpatizan entre sí por derivar todas ellas de una misma alma, de la cual proviene también el alma del universo.

Se ha dicho, en efecto, que hay un alma única y muchas otras almas. Se ha afirmado igualmente que hay virtual diferencia entre las partes y el todo, y se ha hablado, en general, de la diferencia que comportan las almas. Pero debe añadirse ahora que las diferencias que manifiestan las almas en sus caracteres y en sus actos de pensamiento provienen realmente de sus cuerpos y de las vidas que han tenido anteriormente. Dice (Platón) que la elección de las almas se verifica de acuerdo con sus vidas anteriores1. Ahora bien; si se considera la naturaleza del alma en general, se advierten entra las almas las diferencias de segundo y tercer rango de que ya se ha hablado; porque todas las almas abarcan todas las cosas, pero cada una de ellas se adapta a su privativa actividad. Así, por su misma acción, un alma aparece unida al mundo inteligible, pero otra lo está por el conocimiento, y una tercera por el deseo; cada una de ellas, aun contemplando cosas diferentes, es y se vuelve lo que ella misma contempla.

Advirtamos, además, que la plenitud y la perfección no son algo idéntico para todas las almas. Pero, si componen un conjunto lleno de variedad —no olvidemos que hay una razón múltiple y variada, como un ser múltiple que contiene muchas formas—, si esto ocurre así y los seres guardan un cierto orden que no permite su violenta separación, el azar no tiene entonces asiento entre ellos, ya que tampoco domina sobre los cuerpos. Consiguientemente, habrá también un número determinado de seres; pero convendrá que éstos sean estables y que, al menos los inteligibles, permanezcan idénticos a sí mismos y formando cada uno de ellos un número. En eso consiste su determinación.

En lo que respecta a los caracteres de los cuerpos diremos que son fluyentes por naturaleza, dado que su forma les viene de fuera y su realidad específica imita siempre la de los seres verdaderos. En cambio, los seres que no resultan de una composición de materia y forma apoyan su realidad en algo numéricamente uno, que ya es tal desde el principio y no será nunca lo que no era ni dejará de ser lo que es. Si suponemos una causa que los produzca, es claro que no contará para ello con la materia; así, pues, les ofrecerá algo de su propia sustancia, con lo que en esa misma causa se originará un cambio adecuado a su producción actual, mayor o menor. Pero, ¿por qué habrá de producir así, ahora, y no siempre del mismo modo? El ser engendrado no es, por otra parte, eterno, ya que tiene más o menos ser; cosa que no acontece con el alma, que permanece siempre tal cual es.

¿Cómo puede ser (el alma) infinita, si realmente es estable? Hablamos aquí de lo infinito en potencia, porque la potencia puede ser ilimitada sin que tenga que dividirse hasta el infinito. Dios, desde luego, no es un ser finito, y las almas, a su vez, son todas ellas lo que son sin necesidad de limitaciones extrañas. Cada una de ellas tiene su cantidad propia, pero sólo ciertamente la que desea. No le ocurre, pues, que deba salir alguna vez fuera de sí, sino que, por el contrario, penetra por doquier en los cuerpos, allí donde por su naturaleza debe hacerlo. El alma no se separa nunca de sí misma, ya se encuentre en el dedo o en el pie. Cubre verdaderamente todo el cuerpo que ella penetra y la hallamos en todas y cada una de las partes de la planta, e incluso en la parte desgajada de ésta. De modo que no sólo se encuentra en la planta original sino en la que surge de aquí por trasplante; porque el cuerpo de toda la planta es uno y el alma se encuentra también en todas sus partes como en un cuerpo uno.

Cuando un ser animado se corrompe y de él se originan muchos otros seres, el alma de aquél no se encuentra ya en el cuerpo, porque el cuerpo carece de disposición para recibirla; de otro modo, no habría conocido la muerte. Si las partes del cuerpo bien dispuestas por la corrupción para producir otros seres tienen realmente un alma, es que no hay ningún ser del que el alma universal este ausente; pero un ser podrá recibirla y otro, en cambio, no. Los seres animados así nacidos no aumentan el número de las almas, sino que dependen del alma única, que permanece también en su unidad. Lo mismo acontece en nosotros cuando nos vemos mutilados en algunas partes de nuestro cuerpo; ciertamente, otras partes sustituirán a aquéllas, pero el alma que desaparezca de las primeras se unirá necesariamente a las segundas en tanto un alma única subsista en nuestro cuerpo. En el universo subsiste siempre un alma única; sin embargo, algunas de las cosas que hay en él cuentan con un alma, y otras, por el contrario, la rechazan, sin que esto afecte para nada al alma misma, que permanece tal cual es.


  1. Cf. el libro X de La República, especialmente 620a|620 a.