Enéada V, 5, 8 — A luz do Uno está por toda parte

8. No debe, pues, preguntarse de dónde viene, porque hay lugar de donde pueda venir. Ciertamente, ni viene marcha a ningún lado, sino que se presenta y deja de presentarse. Por lo que no conviene perseguirla, sino esperar tranquilamente a que aparezca, lo mismo que se prepara el ojo en espera de la salida del sol; pues, el sol que se eleva en el horizonte — o que sale del Océano —, como dicen los se ofrece a nuestros ojos como objeto de contemplación. Pero, ¿de dónde se elevará Aquel a quien imita el sol? ¿Y a qué punto podrá adelantarse para hacerse realmente presente? Sin duda deberá elevarse por encima de la Inteligencia que lo contempla, y la Inteligencia, a su vez, permanecerá inmóvil en su contemplación, sin atender a otra cosa que a lo Bello. Ella misma se volverá hacia El y se le entregará por entero. Y, así dispuesta y saciada de EL, se verá taimen hermosa y resplandeciente en razón a su proximidad con el Primero. Pero El no vendrá, como podría esperarse. Vendrá, si acaso, como si no viniese. Y se hará presente sin estarlo realmente, ya que se encuentra por delante de todas las cosas, e incluso de la Inteligencia. Es la Inteligencia, precisamente, la que ha de ir y venir, porque desconoce dónde debe permanecer y dónde se encuentra el Primero, que no está verdaderamente en ninguna parte. Si fuese posible a la Inteligencia no permanecer en ninguna parte — no quiero decir en ningún lugar, porque la Inteligencia no ocupa ningún lugar y no se encuentra en absoluto en ninguna parte de él —, no dejaría de ver al Primero. Mejor dicho, no lo vería, sino que formaría una misma cosa con El. Pero, siendo como es Inteligencia, lo contempla, y lo contempla justamente por su parte no inteligente.

He aquí algo digno de admiración. Porque no ha venido y se encuentra presente, y, no estando en ninguna parte, no hay lugar en el que no se encuentre. Es cosa, en verdad, que justifica la admiración. Pero, para aquel que le conoce, más sorpresa causaría lo contrario. Porque, para que alguien se admire, a El más que a nadie le es imposible hacerlo. Veamos las razones.