Enéada IV, 4, 10 — Zeus enquanto alma do mundo (1)

10. Mas como el principio que ordena el mundo es doble, y le llamamos demiurgo en un sentido y en otro alma del universo, parecerá que el nombre de Zeus se refiere unas veces al demiurgo y otras al alma que conduce el mundo. Sea lo que sea, hemos de despojar por completo al demiurgo de toda idea de pasado y de futuro, para atribuirle, en cambio, una vida inmutable e intemporal. La cuestión se plantea cuando pensamos esta vida como vida del universo, con su principio rector en ella misma. Pues hay que suponer que no tiene que pararse a pensar ni a buscar lo que debe hacer. Conviene que lo ya descubierto y ordenado sean realmente cosas hechas, pero no en el tiempo, porque el autor de ellas no es otro que el orden; esto es, el acto de un alma que depende de una sabiduría inteligible y cuya imagen se da en su propio orden. Como esta sabiduría no cambia, tampoco es necesario que cambie el alma, ya que nunca cesa de contemplarla. Si dejase de hacerlo, se encontraría llena de perplejidad, porque el alma es verdaderamente una y una es también su obra.

El principio rector del mundo ejerce siempre su dominio, pero no es dominado por ninguna cosa. ¿Podríamos sospechar acaso de dónde le vendría la multiplicidad, origen de la lucha y de la incertidumbre? Porque el principio que dirige el universo quiere siempre lo mismo; ¿cómo, pues, iba a transformarse para hallarse perplejo a través de lo múltiple? Pero, si aun siendo una su voluntad, tuviese el poder de transformarlo, no por ello caería en la incertidumbre. Pues, aunque el universo contenga múltiples formas y, asimismo, múltiples partes que se oponen unas a otras, no por esto su voluntad va a mantener dudas sobre lo que debe hacer. Porque es claro que no comienza por los seres últimos y más pormenorizados, sino por los seres primeros. Sin obstáculos que se opongan a su marcha, va del ser primero al último, ordenándolo y dominándolo todo por su persistencia invariable a través de una misma obra. Y en el supuesto de que ahora quisiese unas cosas y luego otras, ¿de dónde ese cambio de sus propósitos? Dudaría entonces en lo que tiene que hacer y su acción se debilitaría con la misma ambigüedad de sus pensamientos.