Enéada VI, 7, 25 — O Bem é o que se encontra no topo do real

25. En esto estaba Platón cuando hablaba del placer mezclado al fin y cuando escribía en el Filebo que el bien no es simple ni radica exclusivamente en la inteligencia. Se apartaba de la opinión de que el Bien es el placer y tenía razón al hacerlo, pero no pensaba por ello que habría de admitir una inteligencia privada de placer, ya que no veía así nada que pudiese movernos1.

Posiblemente estimase Platón que el Bien es necesariamente motivo de alegría porque tiene en sí una naturaleza como la del placer; y creería justamente que un objeto deseado proporciona siempre alegría a quien lo alcanza. De ello resulta que para quien no hay alegría tampoco hay bien, y, por consiguiente, sí aquélla existe sólo en el ser que desea, no existirá entonces en el ser primero. Y no podríamos hablar del Bien tal como hablábamos.

No es nada ilógico lo que se dice; porque el propio Platón buscaba, no el Bien primero, sino nuestro bien; son ambos cosas completamente diferentes, pues nuestro bien es un bien defectuoso y aun posiblemente compuesto. De ahí que el Bien aislado y único no necesite para nada de este bien, siendo como es un bien muy distinto y superior. Conviene, sin duda, que el Bien sea objeto de deseo, pero esto no quiere decir que sea el Bien porque es algo deseable. Lo contrario es más cierto: es deseable porque es el Bien. Para el ser que ocupa el puesto primero en la escala de los seres, el Bien es lo que se encuentra antes que él. Se da siempre una gradación ascendente, de tal modo qué cada realidad sea el bien para lo que se encuentra por debajo de ella; y suponemos, desde luego, que esta subida gradual no pierde en modo alguno su paso, sino que se encamina siempre hacia algo superior. Pero si es así, se hallará un término extremo por encima del cual no cabe ascender: es éste el término primero, o lo que es lo mismo, la verdadera realidad, causa de los restantes términos. Para la materia, su bien es la forma (no cabe duda que si la materia sintiese, se complacería con la forma); para el cuerpo lo es el alma, sin la cual el cuerpo no podría existir ni conservarse. Para el alma el bien es la virtud. Y ya en un plano más elevado tenemos la Inteligencia, por encima de la cual decimos que se encuentra la naturaleza primera. Cada una de estas realidades actúa de alguna manera sobre esos seres de los que es bien, y una, por ejemplo, produce el orden armónico, en tanto otra produce la vida, una tercera el pensamiento y la felicidad y, en fin, el Bien concede a la Inteligencia lo que nosotros decimos que ella tiene de EL. Porque la Inteligencia es un acto del Bien, con el que aquélla recibe lo que llamamos su luz. Comprobaremos más adelante lo que es esta luz.


  1. Cf. Filebo, 21 c, y 65 a. 

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