Enéada VI, 7, 1 — As sensações e o raciocínio

1. Dios, o el dios que envía las almas a este mundo, ha colocado en el rostro ojos relucientes y ha dado a cada sensación sus órganos previendo que así se conservaría el ser, experimentando con antelación por la vista, el oído y el tacto, las cosas de que debe huir o a que debe tender. Pero, ¿cómo explicar esta previsión?1 Porque, ciertamente, no se han producido con anterioridad otros seres que luego hayan perecido por carencia de sensaciones y diesen con ello pretexto para que Dios hubiese de otorgar al fin al hombre y a los demás animales esos órganos que habrían de preservarles del sufrimiento. Diríase, si acaso, que sabía que estos seres quedarían expuestos al calor, al frío y a las demás acciones que sufren los cuerpos, y que, por saberlo, para evitar que pereciesen con facilidad, dio a las almas la sensación y los órganos por la que ésta se ejerce. Pero aquí cabe distinguir: y o bien otorgó a las almas los órganos de la sensación cuando ellas tenían la potencia sensitiva, o bien dio unos y otra a la vez. Si les dio la facultad, las almas, antes de que ello ocurriese, no serían capaces de sensación alguna; y si esa facultad existía en las almas antes de que naciesen, y precisamente en vista de su aparición en este mundo, connatural les sería a ellas el acceso a esta existencia. Parece, pues, contra naturaleza que existan tales facultades fuera de nuestro; mundo y en la región de lo inteligible; han sido hechas para que las almas puedan desenvolverse en otro lugar, esto es, en un lugar malo. La providencia actuó así para preservar a las almas en este lugar; no otro puede ser el razonamiento divino y, en general, cualquier clase de razonamiento.

Vengamos a los principios de los razonamientos: ¿cuáles son en realidad? Porque si proceden de otros razonamientos, convendrá remontarse a algo que sea absolutamente anterior al razonamiento. ¿Cuáles son, por tanto, los principios de los razonamientos? No podemos menos de afirmar: o la sensación o la inteligencia. Pero si no contamos todavía con la sensación ha de serlo la inteligencia. Si partimos, pues, de la inteligencia, tendremos a la ciencia como conclusión. No podrá recaer entonces sobre nada sensible. Surge así la pregunta: ¿cómo podría estar en disposición de pensar lo sensible una facultad que comienza por lo inteligible y termina también con lo inteligible? No parece entonces tomar principio de un razonamiento la providencia que recae sobre el animal y sobre el universo. Con lo cual queda desechado el razonamiento para el mundo inteligible, y cuando empleamos esa palabra lo hacemos en el sentido de que un sabio haría esas mismas cosas por medio de razonamiento o acudiendo a la previsión. Es realmente útil el razonamiento en los seres que no pueden acceder al estadio anterior, porque estos seres carecen de una potencia superior al razonamiento; lo es la previsión, porque tampoco hay posibilidad para los seres que la poseen de poder prescindir de ella. La previsión atiende a que no ocurra un hecho determinado, sino otro; teme, sin embargo, que tal hecho acontezca. Si sólo puede darse un hecho, la previsión carece de sentido. El razonamiento, por su parte, plantea uno de los dos términos; pero, y si no hay más que uno, ¿a qué razonar entonces? ¿Cómo lo que es único y se desenvuelve únicamente en un sentido podría exigir la elección de otro término? Porque, en este caso, debe existir un término, si el otro no existe, y se aparecerá como útil y saludable una vez que llegue a la existencia. Quedan así comprendidos la previsión y el razonamiento.

Hablábamos al principio, sin embargo, de un dios que hizo donación al animal de las sensaciones y de las facultades. Cuestión ésta que juzgamos extraordinariamente difícil de explicar. Porque si todos los actos divinos han de resultar perfectos, y si no es justo suponer en la divinidad alga que no sea ya un todo acabado, convendrá que todas las cosas que provengan de Dios contengan todo lo necesario, desde siempre; e incluso que lo que hayan de ser esté presente en ellas. Con esto queda rechazado cualquier añadido, y lo que ya en el mundo inteligible se encontraba presente llega luego a la existencia en otra cosa. Si, pues, algo que debe pertenecer a una cosa está presente en ella, necesariamente ha de estar presente en la forma que ha sido previsto para el futuro; y existe, desde luego, para que la cosa no carezca entonces de nada y no experimente a la vez privación alguna. Todo, por tanto, existe en el ser, desde siempre y como ha sido siempre, pero existe también de modo que podamos advertir una sucesión de las partes; porque es claro que al desplegarse, y al desplegarse de una determinada manera, el ser puede mostrar sucesivamente unas y otras propiedades, aunque las contenga a un tiempo a todas ellas; esto es, puede mostrar que encierra en sí mismo la causa de esas propiedades.


  1. Plotino acaba de comenzar con una referencia clara al Timeo, 45 a-b. Es una imagen de Platón la de los dioses preocupados por los peligros a que se verán expuestos los hombres en este mundo si no cuentan con los órganos de los sentidos y con los sentidos mismos. 

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