34. No nos admiraremos en verdad de ver privado de toda forma, incluso de la forma inteligible, ese. objeto que produce tan arrebatados deseos. Porque cuando el alma cobra un intenso amor por El, se desprende ya de toda forma, incluida la forma inteligible que pudiera haber en ella. No puede realmente poseer ese objeto ni actuar conforme a lo que El es, si ve y se preocupa de cualquier otra cosa. Conviene que no tenga a su alcance ni bien ni mal alguno para que lo reciba en completa soledad. Y cuando al alma le cabe en suerte que ese objeto venga hacia ella, o simplemente que se le manifieste cuando ella se ha sustraído a las cosas presentes y se ha preparado para esto haciéndose más bella y más semejante al objeto, preparación y embellecimiento íntimos que son bien claros a los que los practican, entonces el alma lo ve aparecer de repente en ella, sin que medie nada entre ambos, pues no son ya dos en ese momento sino dos que forman unidad (la distinción entre ambos no tendría sentido en tanto él se halla presente, cosa que confirman aquí los amantes que desean ser uno con el ser amado), y el alma misma pierde la sensación de su cuerpo, porque El está en ella. No dirá, pues, el alma que es otra cosa, un hombre, un ser vivo, o sencillamente un ser, cualquiera que sea éste; la contemplación de estos objetos resultaría algo anómalo para ella, ya que para este acto no dispone de ocio ni de disposición voluntaria.
He aquí que el alma busca ese ser y le sale al encuentro cuando El aparece; le ve a El en lugar de verse a sí misma. Lo que es entonces el alma no podría ser para ella objeto de consideración. Por nada del mundo se cambiaría, aunque se le prometiese la totalidad del cielo, pues sabe de cierto que no encontrará nada mejor ni que supere a Aquél. Ya el alma no puede ascender más arriba y todas las demás cosas, por altas que estén, la obligarán a descender. Juzgará y conocerá entonces que es eso precisamente lo que ella deseaba, y dará por hecho que nada hay mejor que ese estado. Ahí no cabe pensar en el error, ¿pues dónde se iba a encontrar algo más verdadero que lo verdadero? Lo que ella dice existe con toda realidad; y existe aunque ella lo diga más tarde o lo diga tan sólo de una manera tácita. Ese estado de felicidad no le engaña, y afirmará por ello sin lugar a dudas que no es debido a un halago del cuerpo, sino a la vuelta a su condición de dicha anterior. Todo lo que antes producía placer al alma, cargos, poder, riqueza, belleza o ciencia, es ahora objeto de desprecio y el alma misma no se oculta de decirlo; no lo diría ciertamente ni no hubiese hallado cosas mejores que éstas. No teme ni experimenta nada malo en tanto permanece con El y viéndolo en plenitud.
Y aun más, sí todo a su alrededor pereciese, ella lo vería llena de gozo porque esto le permitiría quedar a solas con El. Tal es el grado de su felicidad1.
Plotino nos ofrece en este capítulo su concepción de la unión mística. La experiencia del alma amorosa queda elevada al nivel del Bien, en una unidad sin distinción en la que el alma misma pierde la noción de toda otra realidad que no sea el Bien. ↩