Aún hoy, fácilmente se pudiera iniciar la historia de la teología filosófica con este período, como ha hecho Edward Caird en su excelente libro The Evolution of Theology in the Greek Philosophers, resultado de sus propias Conferencias Gifford en la Universidad de Glasgow. Análogamente, al escribir Paul Elmer More con la vista fija en los orígenes de la teología cristiana, — inició su larga serie de obras sobre The Greek Tradition con un volumen sobre The Religión of Plato”. Verdad es que en Platón encontramos la primera aproximación sistemática a este problema. Pero afirmaciones filosóficas sobre lo divino se encuentran en los pensadores preplatónicos desde un principio. Estas afirmaciones me llaman la atención como extremadamente significativas para las relaciones entre la religión y el pensamiento filosófico. Quien tenga presentes ciertos aspectos de la filosofía de los períodos helenístico e imperial, no tendrá el deseo de sostener que el valor y la originalidad de las ideas religiosas de una escuela filosófica son siempre necesaria y directamente proporcionales al grado de sus ambiciones sistemáticas. Me gustaría, por tanto, rastrear en estas conferencias los primeros comienzos de la teología dentro del pensamiento filosófico griego, sin intentar seguir su desarrollo ulterior. Lo que el epicúreo Veleyo trata de hacer en el libro primero De natura deorum de Cicerón y el estoico Lucilio Balbo en el libro segundo del mismo diálogo, y lo que hace San Agustín en De civitate Dei, donde el autor pone igualmente el punto de partida de la historia de la teología eri los pensadores de la escuela milesia, es lo que vamos a intentar una vez más sobre la base de un cuidadoso análisis filológico, sin dejarnos influir por ningún dogma filosófico. Y vamos a encontrar que el problema de lo Divino ocupa en las especulaciones de los primeros filósofos naturales un puesto mucho más amplio de lo que con frecuencia estamos dispuestos a reconocer y que en realidad recibe una parte de su atención mucho mayor de la que pudiera llevarnos a esperar el cuadro que trata Aristóteles del desarrollo de la filosofía en el libro primero de la Metafísica.
En la filosofía griega posterior, que está trabajada más sistemáticamente, se halla la teología tan claramente diferenciada de las demás ramas del pensamiento que es fácil tratarla por separado. Pero en el más antiguo pensamiento griego no hay tal diferenciación. De aquí brota una dificultad metodológica; pues si queremos realmente entender las sentencias aisladas de Anaximandro o de Heráclito sobre Dios o “lo Divino”, necesitamos tomar siempre su filosofía como un todo, como un organismo indivisible, sin considerar nunca los ingredientes teológicos aparte de los físicos u ontológicos. Por otra parte, son evidentes las razones por las cuales es imposible aquí desplegar todo el material de la tradición ante nosotros y entrar en todos los problemas especiales de la historia del más antiguo pensamiento griego. Como esto se ha hecho con bastante frecuencia, podemos suponer cierta familiaridad con el campo tradicional de investigación. Lo que nos incumbe ahora es volver la atención hacia un lado particular del pensamiento filosófico sin perder de vista el conjunto. En esta forma podemos acercarnos considerablemente a algunos de los testimonios más importantes y abordarlos en una interpretación directa. Pues en esto estriba, creo yo, nuestra única probabilidad de avanzar y descubrir allí donde ya se ha explorado tan cabalmente el terreno.
Ya desde los tiempos de Aristóteles viene siendo uno de — los convencionalismos de la historia de la filosofía fijar la vista en estos pensadores desde una perspectiva que hace resaltar sus logros como cultivadores de la ciencia natural. Aristóteles los llamaba los physikoi (en el sentido antiguo del término), lo que a su vez llevó a modernos intérpretes del siglo XIX a tomarlos por los primeros físicos (en el sentido moderno). A los adelantados de la ciencia natural bien podía perdonárseles, parecía, el haber mezclado sus grandes y nuevas intuiciones científicas con otros elementos, semimitológicos: era la tarea del espíritu histórico moderno separar estos rasgos unos de otros y seleccionar como verdaderamente importantes las ideas científicas que puedan considerarse como una anticipación de nuestra propia ciencia empírica. Los historiadores modernos de la filosofía griega que vivieron durante el período de los sistemas metafísicos de Hegel y demás idealistas alemanes, a saber, Zeller y su escuela, se detenían principalmente en Platón, Aristóteles y los filósofos especulativos. La edad positivista que siguió, con representantes como Burnet y Gomperz, destacó a su vez el carácter empírico y científico de los primeros pensadores. En su afán de probar la modernidad de los presocráticos, dichos representantes han menoscabado con frecuencia, y hasta olvidado, el aspecto de los primeros filósofos por el que se interesa este libro al acercarse a ellos dentro de la perspectiva del origen de la teología natural. Ésta es la perspectiva dentro de la cual vieron a estos filósofos los propios escritores antiguos. Cuando Cicerón en su De metiera deorum y San Agustín en De civitate Dei ven a los físicos que an de Tales a Anaxágoras como los primeros teólogos, se limitan a repetir lo que encuentran en sus fuentes griegas.