Platão (Menon 71a-71d) – Prólogo

MENÓN. — Me puedes decir, Sócrates: ¿es enseñable la virtud?, ¿o no es enseñable, sino que sólo se alcanza con la práctica?, ¿o ni se alcanza con la práctica ni puede aprenderse, sino que se da en los hombres naturalmente o de algún otro modo?

SÓCRATES. — ¡Ah… Menón! Antes eran los tesalios famosos entre los griegos tanto por su destreza en la equitación como por su riqueza; pero ahora, por lo que me parece, lo son también por su saber, especialmente los conciudadanos de tu amigo Aristipo1, los de Larisa. Pero esto se lo debéis a Gorgias: porque al llegar a vuestra ciudad conquistó, por su saber, la admiración de los principales de los Alévadas2 —entre los que está tu enamorado Aristipo— y la de los demás tesalios. Y, en particular, os ha inculcado este hábito de responder, si alguien os pregunta algo, con la confianza y magnificencia propias de quien sabe, precisamente como él mismo lo hace, ofreciéndose a que cualquier griego que quiera lo interrogue sobre cualquier cosa, sin que haya nadie a quien no dé respuesta3. En cambio, aquí4, querido Menón, ha sucedido lo contrario. Se ha producido como una sequedad del saber y se corre el riesgo de que haya emigrado de estos lugares hacia los vuestros. Sólo sé, en fin, que si quieres hacer una pregunta semejante a alguno de los de aquí, no habrá nadie que no se ría y te conteste: « Forastero, por lo visto me consideras un ser dichoso —que conoce, en efecto, que la virtud es enseñable o que se da de alguna otra manera—; en cambio, yo tan lejos estoy de conocer si es enseñable o no, que ni siquiera conozco qué es en sí la virtud. »

También yo, Menón, me encuentro en ese caso: comparto la pobreza de mis conciudadanos en este asunto y me reprocho el no tener por completo ningún conocimiento sobre la virtud. Y, de lo que ignoro qué es, ¿de qué manera podría conocer precisamente cómo es5? ¿O te parece que pueda haber alguien que no conozca por completo quién es Menón y sea capaz de conocer si es bello, rico y también noble, o lo contrario de estas cosas? ¿Te parece que es posible?

MEN. — A mí no, por cierto. Pero tú, Sócrates, ¿no conoces en verdad qué es la virtud? ¿Es esto lo que tendremos que referir de ti también en mi patria?

SÓC. — Y no sólo eso, amigo, sino que aún no creo haber encontrado tampoco alguien que la conozca.

MEN. — ¿Cómo? ¿No encontraste a Gorgias cuando estuvo aquí6?

SÓC. — Sí.

MEN. — ¿Y te parecía entonces que no lo conocías?

SÓC. — No me acuerdo bien, Menón, y no te puedo decir en este momento qué me parecía entonces. Es posible que él lo conociera, y d que tú sepas lo que decía. En ese caso, hazme recordar qué es lo que decía. Y, si prefieres, habla por ti mismo. Seguramente eres de igual parecer que él.

MEN. — Yo sí.

SÓC. — Dejémoslo, pues, a él, ya que, además, está ausente. Y tú mismo Menón, ¡por los dioses!, ¿qué afirmas que es la virtud? Dilo y no te rehúses, para que resulte mi error el más feliz de los errores, si se muestra que tú y Gorgias conocéis el tema, habiendo yo sostenido que no he encontrado a nadie que lo conozca. e

PLATÓN. Diálogos II: Gorgias, Menéxeno, Eutidemo, Menón, Crátilo. Tradução: Tradução: J.C. Ruiz et al. Madrid: Gredos, 2016.

  1. No se trata de Aristipo de Cirene, discípulo de Sócrates, sino seguramente de aquel que menciona JENOFONTE en su Anábasis (I 1, 10). 

  2. Una de las familias gobernantes de la ciudad de Larisa, en Tesalia. Larisa era la principal de las ciudades tesálicas, y estaba ubicada junto al río Peneo, dominando una vasta y fértil llanura. 

  3. Cf., sobre este modo de proceder de Gorgias, lo que PLATÓN pone en boca de Calicles en Gorgias 447c. 

  4. La escena es en Atenas. 

  5. La distinción se establece entre conocer qué es (ti estin) es decir, la naturaleza o esencia de algo, y conocer cómo es (poion estin), o sea la cualidad o cualidades (propiedades o atributos) de algo. Esta importantísima distinción platónica constituye uno de los antecedentes más inmediatos de la que hará después Aristóteles entre sustancia y accidente. 

  6. Gorgias estuvo por primera vez en Atenas muy posiblemente en el 427 a. C. (DIODORO, XII 53), pero no sabemos con certeza cuántas veces lo hizo después.