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1. Naturaleza del diálogo
Quizás en ningún otro diálogo como en el Mentón. logró Platón concentrar, en un espacio tan reducido, y sin quitar soltura ni vivacidad al contenido, una formulación tan lúcida como ajustada de algunas de las que serán sus principales tesis.
Por el tema que trata ––el de si la virtud es enseñable o no–– y por el momento de su composición, se emparenta con el Protágoras, el Gorgias y el Eutidemo. Pero difiere de ellos, en lo que ahora nos interesa destacar, por el rigor casi ascético del tratamiento y el alcance programático de su propuesta. En efecto, por un lado, la sobriedad de la exposición llega a límites tales, que personajes y cuestiones irrumpen súbitamente sin presentación alguna ––lo que ha escandalizado a unos y llevado a otros a considerarlo un escrito temprano (A. E. Taylor)––; por el otro, el contenido doctrinario encierra una intención no del todo escondida, hasta entonces inédita en los diálogos anteriores de Platón, que le ha hecho pensar a Wilamowitz-Moellendorff que el Menón, en el fondo, no es otra cosa que el programa mismo de la Academia platónica.
Es justamente Wilamowitz quien ha señalado, con razón, que este diálogo constituye como un puente tendido entre los escritos anteriores y las grandes obras de la madurez. Con una mano ––la primera parte del Menón (70a––80d)––, Platón nos vuelve a poner en presencia de los caminos de la refutación, que ya tanto nos había hecho transitar y con los que estábamos familiarizados; con la otra ––todo el resto (80d-l00c)––, nos abre la vía al ejercicio nuevo, por ahora tímidamente dialéctico, de atrevernos a echar las bases sobre las que pueda ser posible, especulativamente, asentar una filosofía. Frente a ese nuevo horizonte, de naturaleza más arquitectónica, el de los primeros diálogos adquiere claramente su función propedéutica, indispensable, pero a la vez insuficiente.
El aspecto constructivo de la segunda parte está marcado por el recurso a dos herramientas que, si bien no son nuevas en él, están aquí, por primera vez, hábil y novedosamente entretejidas y complementadas, cual expedientes ineludibles de todo ascenso metafísico para el futuro Platón: el mito ––pero no empleado a la manera sofística–– y las «hipótesis», de cuyo manejo los geómetras ofrecen un modelo.