Igal
Una vez, pues, que el alma se ha purificado, se hace forma y razón, se vuelve totalmente incorpórea e intelectiva y se integra toda ella en lo divino, de donde nacen la fuente de lo bello y todas las cosas de la misma estirpe parecidas a lo bello. Un alma subida a la inteligencia realza, por tanto, su belleza. Ahora bien, la inteligencia y las cosas derivadas de la inteligencia son la belleza propia, que no ajena, del alma, ya que entonces es realmente sólo alma. Y por eso se dice con razón que, para el alma, el hacerse buena y bella consiste en asemejarse a Dios, porque de él nacen la Belleza y la otra porción de los seres. Mejor dicho, los Seres son la Beldad, y la otra naturaleza la fealdad, que es lo mismo que el mal primario; luego también en Dios son la misma cosa bondad y beldad, o mejor, el Bien y la Beldad.
Y, por tanto, la investigación de lo bello debe ir paralela a la de lo bueno; y la de lo feo, a la de lo malo. Y así, lo primero de todo hay que colocar a la Beldad, que es lo mismo que el Bien. De éste procede inmediatamente la Inteligencia en calidad de lo bello. El Alma, en cambio, es bella por la Inteligencia, mientras que las demás cosas son ya bellas por obra del Alma, porque las conforma, tanto las que entran en el ámbito de las acciones como las que entran en el de las ocupaciones. E incluso los cuerpos, cuantos son calificados de bellos, es ya el Alma quien los hace tales. Porque como el Alma es cosa divina y una como porción de lo bello, cuantas cosas toca y somete las hace bellas en la medida en que son capaces de participar. ()
7. Hay que volver, pues, a subir hasta el Bien, que es el objeto de los deseos de toda alma. Si alguno lo ha visto, sabe lo que digo; sabe cuán bello es. Es deseable, en efecto, por ser bueno, y el deseo apunta al Bien; mas la consecución del Bien es para los que suben hacia lo alto, para los que se han convertido y se despojan de las vestiduras que nos hemos puesto al bajar (como a los que suben hasta el sanctasanctórum de los templos les aguardan las purificaciones, los despojamientos de las vestiduras de antes y el subir desnudos), hasta que, pasando de largo en la subida todo cuanto sea ajeno a Dios, vea uno por sí solo a él solo incontaminado, simple y puro, de quien todas las cosas están suspendidas, a quien todas miran, por quien existen y viven y piensan, pues es causa de vida, de inteligencia y de ser.
Si, pues, uno lograra verlo, ¡qué amores sentiría!, ¡qué anhelos, deseando fundirse con él!, ¡qué sacudida tan deleitosa! Porque lo propio de quien no lo ha visto todavía, es el desearlo como Bien; pero lo propio de quien lo ha visto, es el maravillarse por su belleza, el llenarse de un asombro placentero, el sentir una sacudida inofensiva, el amarlo con amor verdadero y con punzantes anhelos, el reírse de los demás amores y el menospreciar las cosas que anteriormente reputara por bellas. Le sucede como a los que toparon con figuras de dioses o démones: que ya no acogerían del mismo modo bellezas de otros cuerpos. «¿Qué pensar si uno contemplara la Belleza en sí autosubsistente y pura, que no está inficionada de carnes ni de cuerpo y no reside ni en la tierra ni en el cielo», para poder ser pura? Porque todas estas bellezas de acá son adventicias, están mezcladas y no son primarias, sino que proceden de aquél.
Si, pues, uno viera a aquel que surte a todos pero que da permaneciendo en sí mismo y no recibe nada en sí mismo, si perseverara en la contemplación de semejante espectáculo y gustara de él asemejándose a él, ¿de qué otra belleza tendría ya necesidad? Y es que, como ésta misma es la Belleza en sí por excelencia y la primaria, transforma en bellos a sus enamorados y los hace dignos de ser amados. «Y aquí es donde las almas se enfrentan con su lucha suprema y final», y ése es el motivo de todo nuestro esfuerzo por no quedamos sin tener parte en la contemplación más eximia. El que la consiguió es bienaventurado porque ha contemplado una «visión bienaventurada», pero desdichado aquel que no la consiguió. Porque no es desdichado el que no consiguió colores o cuerpos bellos ni el que no consiguió poderío, ni mandos ni un reino, sino el que no consiguió eso y sólo eso por cuya consecución es menester desechar reinos y mandos sobre la tierra entera, el mar y el cielo, por si, tras abandonar y desdeñar estas cosas y volverse a aquello, lograra uno verlo. ()
8. —¿Y cuál es el modo? ¿Cuál es el medio? ¿Cómo va uno a contemplar una «Belleza imponente» que se queda allá dentro, diríamos, en su sanctasanctórum, y no se adelanta al exterior de suerte que pueda uno verla, aunque sea profano?.
—Que vaya el que pueda y la acompañe adentro tras dejar fuera la vista de los ojos y sin volverse a los anteriores reverberos de los cuerpos. Porque, al ver las bellezas corpóreas, en modo alguno hay que correr tras ellas, sino, sabiendo que son imágenes y rastros y sombras, huir hacia aquella de la que éstas son imágenes. Porque si alguien corriera en pos de ellas queriendo atraparlas como cosa real, le pasará como al que quiso atrapar una imagen bella que bogaba sobre el agua, como con misterioso sentido, a mi entender, relata cierto mito: que se hundió en lo profundo de la corriente y desapareció. De ese mismo modo, el que se aferre a los cuerpos bellos y no los suelte, se anegará no en cuerpo, sino en alma, en las profundidades tenebrosas y desapacibles para el espíritu, donde, permaneciendo ciego en el Hades, estará acá y allá en compañía de las sombras. «Huyamos, pues, a la patria querida», podría exhortamos alguien con mayor verdad.
—¿Y qué huida es ésa? ¿Y cómo es?
—Zarparemos como cuenta el poeta (con enigmática expresión, creo yo) que lo hizo Ulises abandonando a la maga Circe o a Calipso, disgustado de haberse quedado pese a los placeres de que disfrutaba a través de la vista y a la gran belleza sensible con que se unía, pues bien, la patria nuestra es aquella de la que partimos, y nuestro Padre está allá.
—¿Y qué viaje es ése? ¿Qué huida es ésa?
—No hay que realizarla a pie: los pies nos llevan siempre de una tierra a otra. Tampoco debes aprestarte un carruaje de caballos o una embarcación, sino que debes prescindir de todos esos medios y no poner la mirada en ellos, antes bien, como cerrando los ojos, debes trocar esta vista por otra y despertar la que todos tienen pero pocos usan. ()
9. —¿Y qué es lo que ve aquella vista interior?
—Recién despierta, no puede mirar del todo las cosas brillantes. Hay que acostumbrar, pues, al alma a mirar por sí misma, primero las ocupaciones bellas; después cuantas obras bellas realizan no las artes, sino los llamados varones buenos; a continuación, pon la vista en el alma de los que realizan las obras bellas. ¿Que cómo puedes ver la clase de belleza que posee un alma buena? Retírate a ti mismo y mira. Y si no te ves aún bello, entonces, como el escultor de una estatua que debe salir bella quita aquí, raspa allá, pule esto y limpia lo otro hasta que saca un rostro bello coronando la estatua, así tú también quita todo lo superfluo, alinea todo lo torcido, limpia y abrillanta todo lo oscuro y no ceses de «labrar» tu propia estatua hasta que se encienda en ti el divinal esplendor de la virtud, hasta que veas «a la morigeración asentada en un santo pedestal».
Si has llegado a ser esto, si has visto esto, si te juntaste limpio contigo mismo sin tener nada que te estorbe para llegar a ser uno de ese modo y sin tener cosa ajena dentro de ti mezclada contigo, sino siendo tú mismo todo entero solamente luz verdadera no mensurada por una magnitud, ni circunscrita por una figura que la aminore ni, a la inversa, acrecentada en magnitud por ilimitación, sino absolutamente carente de toda medida como mayor que toda medida y superior a toda cuantidad; si te vieras a ti mismo transformado en esto, entonces, hecho ya visión, confiando en ti mismo y no teniendo ya necesidad del que te guiaba una vez subido ya aquí arriba, mira de hito en hito y ve. Éste es, en efecto, el único ojo que mira a la gran Belleza, pero si el ojo se acerca a la contemplación legañoso de vicios y no purificado, o bien endeble, no pudiendo por falta de energía mirar las cosas muy brillantes, no ve nada aun cuando otro le muestre presente lo que puede ser visto. Porque el vidente debe aplicarse a la contemplación no sin antes haberse hecho afín y parecido al objeto de la visión. Porque jamás todavía ojo alguno habría visto el sol, si no hubiera nacido parecido al sol. Pues tampoco puede un alma ver la Belleza sin haberse hecho bella.
Hágase, pues, primero todo deiforme y todo bello quien se disponga a contemplar a Dios y a la Belleza. Porque, en su subida, llegará primero a la Inteligencia, y allá sabrá que todas las Formas son bellas y dirá que la Belleza es esto: las Ideas, fundándose en que todas las cosas son bellas por éstas, por la progenie y sustancia de la Inteligencia. Mas a lo que está más allá de ésta, lo llamamos la naturaleza del Bien, que tiene antepuesta la Belleza por delante de ella. Así que, si se expresa imprecisamente, dirá que es la Belleza primaria; pero si distingue bien los inteligibles, dirá que la Belleza inteligible es la región de las Formas, pero que el Bien es lo que está más allá, fuente y principio de la Belleza, so pena de identificar el Bien con la Belleza primaria. En todo caso, la Belleza está allá. (
Bréhier
Donc l’âme réduite à l’intelligence est d’autant plus belle. Mais l’intelligence et ce qui en vient, c’est, pour l’âme, une beauté propre et non pas étrangère, parce que l’âme est alors réellement isolée. C’est pourquoi l’on dit avec raison que le bien et la beauté de l’âme consistent à se rendre semblable à Dieu, parce que de Dieu viennent le Beau et toute ce qui constitue le domaine de la réalité. Mais la beauté est une réalité vraie, et la laideur une nature différente de cette réalité. C’est la même chose qui, primitivement, est bonne et belle, ou qui est le bien et la beauté. Il faut donc rechercher, par des moyens analogues, le beau et le bien, le laid et le mal. Il faut poser d’abord que la beauté est aussi le bien ; de ce bien, l’intelligence tire immédiatement sa beauté ; et l’âme est belle par l’intelligence : les autres beautés, celles des actions et des occupations, viennent de ce que l’âme l’imprime sa forme ; l’âme fait aussi tout ce qu’on appelle les corps ; et, étant un être divin et comme une part de la beauté, elle rend belles toutes les choses qu’elle touche et qu’elle domine, pour autant qu’il leur est possible de participer à la beauté.
7. Il faut donc encore remonter vers le Bien, vers qui tendent toutes les âmes. Si on l’a vu, on sait ce que je veux dire et en quel sens il est beau. Comme Bien, il est désiré et le désir tend vers lui ; mais seuls l’obtiennent ceux qui montent vers la région supérieure, se tournent vers lui et se dépouillent des vêtements qu’ils ont revêtus dans leur descente, comme ceux qui montent vers les sanctuaires des temples doivent se purifier, quitter leurs anciens vêtements, et l’remonter dévêtus ; jusqu’à ce que, ayant abandonné, dans cette montée, tout ce qui était étranger à Dieu, on voie seul à seul dans son isolement, sa simplicité et sa pureté, l’être dont tout dépend, vers qui tout regarde, par qui l’être, la vie et la pensée ; car il est cause de la vie, de l’intelligence et de l’être. Si on le voit, cet être, quel amour et quels désirs ressentira-t-on, en voulant s’unir à lui ! Quel étonnement accompagné de quel plaisir ! Car celui qui ne l’a pas encore vu peut tendre vers lui comme vers un bien : mais à celui qui l’a vu il appartient de l’aimer pour sa beauté, d’en être empli d’effroi et de plaisir, d’être en une stupeur bienfaisante, de l’aimer d’un véritable amour avec des désirs ardents, de se moquer des autres amours et de mépriser les prétendues beautés d’auparavant ; c’est ce qu’éprouvent tous ceux qui ont rencontré des formes divines ou démoniaques et n’admettent plus désormais la beauté des autres corps. Que croyons-nous qu’ils éprouveraient s’ils voyaient le Beau en soi dans toute sa pureté, non pas celui qui est chargé de chair et de corps, mais celui qui, pour être tout à fait pur, est au-dessus de la terre et du ciel. Toutes les autres beautés sont acquises, mélangées et non pas primitives ; et elles viennent de lui. Si donc on le voyait, lui qui fournit la beauté à toutes choses, mais qui la donne en restant en lui-même et qui ne reçoit rien en lui, si on restait dans cette contemplation en jouissant de lui, quelle beauté manquerait encore ? Car c’est lui, le véritable et la première beauté, qui embellit ses propres amants et les rend dignes d’êtres aimés. Ici s’impose à l’âme la plus grande et la suprême lutte pour laquelle elle donne tout son effort, afin de ne pas être sans part à la meilleure des visions ; si elle l’arrive, elle est heureuse grâce à cette vision de bonheur ; celui qui ne la rencontre pas est le vrai malheureux. Car celui qui ne rencontre pas de belles couleurs ou de beaux corps n’est pas plus malheureux que celui qui n’a pas le pouvoir, les magistratures ou la royauté ; le malheureux, c’est celui qui ne rencontre pas le Beau, et lui seul ; pour l’obtenir, il faut laisser là les royaumes et la domination de la terre entière, de la mer et du ciel, si, grâce à cet abandon et à ce mépris, on peut se tourner vers lui pour le voir.
8. Quel est donc ce mode de vision ? Quel en est le moyen ? Comment verra-t-on cette beauté immense qui reste en quelque sorte à l’intérieur des sanctuaires et qui ne s’avance pas au dehors pour se faire voir des profanes ? Que celui qui le peut aille donc et la suive jusque dans son intimité ; qu’il abandonne la vision des yeux et ne se retourne pas vers l’éclat des corps qu’il admirait avant. Car si on voit les beautés corporelles, il ne faut pas courir à elles, mais savoir qu’elles sont des images, des traces et de sombres ; il faut s’enfuir vers cette beauté dont elles sont les images. Si on courait à elles pour les saisir comme si elles étaient réelles, on serait comme l’homme qui voulut saisir sa belle image portée sur les eaux (ainsi qu’une fable, je crois, le fait entendre) ; ayant plongé dans le profond courant, il disparut ; il en est de même de celui qui s’attache à la beauté des corps et ne l’abandonne pas ; ce n’est pas son corps, mais son âme qui plongera dans des profondeurs obscures et funestes à l’intelligence, il l’vivra avec des ombres, aveugle séjournant dans l’Hadès. Enfuyons-nous donc dans notre chère patrie, voilà le vrai conseil qu’on pourrait nous donner. Mais qu’est cette fuite ? Comment remonter ? Comme Ulysse, qui échappa, dit-on à Circé la magicienne et à Calypso, c’est-à-dire qui ne consentit pas à rester près d’elles, malgré les plaisirs des yeux et toutes les beautés sensibles qu’il l’trouvait. Notre patrie est le lieu d’où nous venons, et note père est là-bas. Que sont donc ce voyage et cette fuite ? Ce n’est pas avec nos pieds qu’il faut l’accomplir ; car nos pas nous portent toujours d’une terre à une autre ; il ne faut pas non plus préparer un attelage ni quelque navire, mais il faut cesser de regarder et, fermant les yeux, échanger cette manière de voir pour une autre, et réveiller cette faculté que tout le monde possède, mais dont peu font usage.
9. Que voit donc cet oeil intérieur ? Dès son réveil, il ne peut bien voir les objets brillants. Il faut accoutumer l’âme elle-même à voir d’abord les belles occupations, puis les belles oeuvres, non pas celles que les arts exécutent, mais celles des hommes de bien. Puis il faut voir l’âme de ceux qui accomplissent de belles oeuvres. Comment peut-on voir cette beauté de l’âme bonne ? Reviens en toi-même et regarde : si tu ne vois pas encore la beauté en toi, fais comme le sculpteur d’une statue qui doit devenir belle ; il enlève une partie, il gratte, il polit, il essuie jusqu’à ce qu’il dégage de belles lignes dans le marbre ; comme lui, enlève le superflu, redresse ce qui est oblique, nettoie ce qui est sombre pour le rendre brillant, et ne cesse pas de sculpter ta propre statue, jusqu’à ce que l’éclat divin de la vertu se manifeste, jusqu’à ce que tu voies la tempérance siégeant sur un trône sacré. Es-tu devenu cela ? Est-ce que tu vois cela ? Est-ce que tu as avec toi-même un commerce pur, sans aucun obstacle à ton unification, sans que rien d’autre soit mélangé intérieurement avec toi-même ? Es-tu tout entier une lumière véritable, non pas une lumière de dimension ou de forme mesurables qui peut diminuer ou augmenter indéfiniment de grandeur, mais une lumière absolument sans mesure, parce qu’elle est supérieure à toute mesure et à toute quantité ? Te vois-tu dans cet état ? Tu es alors devenu une vision ; aie confiance en toi ; même en restant ici, tu as monté ; et tu n’as plus besoin de guide ; fixe ton regard et vois. Car c’est le seul oeil qui voit la grande beauté. Mais s’il vient à contempler avec les chassies du vice sans être nettoyé, ou s’il est faible, il a trop peu d’énergie pour voir les objets très brillants, et il ne voit rien, même si on le met en présence d’un objet qui peut être vu. Car il faut que l’oeil se rendre pareil et semblable à l’objet vu pour s’appliquer à le contempler. Jamais un oeil ne verrait le soleil sans être devenu semblable au soleil, ni une âme ne verrait le beau sans être belle. Que tout être devienne donc d’abord divin et beau, s’il veut contempler Dieu et le Beau. En remontant, il ira d’abord jusqu’à l’Intelligence, et il saura que, en elle, toutes les idées sont belles ; et il prononcera que c’est là la beauté (à savoir les idées. Par celles-ci, qui sont les produits et l’être même de l’intelligence, existent toutes les beautés). Ce qui est au-delà de la beauté, nous l’appelons la nature du Bien ; et le Beau est placé au devant d’elle. Ainsi, dans une formule d’ensemble, on dira que le premier principe est le Beau ; mais, si l’on veut diviser les intelligibles, il faudra distinguer le Beau, qui est le lieu des idées, du Bien qui et au-delà du Beau et qui en est la source et le principe. Sinon, on commencerait par faire du Bien et du Beau un seul et même principe. En tout cas, le Beau est dans l’intelligible.
Guthrie
THE SOUL’S WELFARE IS TO RESEMBLE THE DIVINITY.
Restored to intelligence, the soul sees her own beauty increase; indeed, her own beauty consists of the intelligence with its ideas; only when united to intelligence is the soul really isolated from all the remainder. That is the reason that it is right to say that “the soul’s welfare and beauty lie in assimilating herself to the divinity,” because it is the principle of beauty and of the essences; or rather, being is beauty, while the other nature (non-being, matter), is ugliness. This is the First Evil, evil in itself, just as that one (the First Principle) is the good and the beautiful; for good and beauty are identical. Consequently, beauty or good, and evil or ugliness, are to be studied by the same methods. The first rank is to be assigned to beauty, which is identical with the good, and from which is derived the intelligence which is beautiful by itself. The soul is beautiful by intelligence, then, the other things, like actions, and studies, are beautiful by the soul which gives them a form. It is still the soul which beautifies the bodies to which is ascribed this perfection; being a divine essence, and participating in beauty, when she seizes an object, or subjects it to her dominion, she gives to it the beauty that the nature of this object enables it to receive.
APPROACH TO THE GOOD CONSISTS IN SIMPLIFICATION.
We must still ascend to the Good to which every soul aspires. Whoever has seen it knows what I still have to say, and knows the beauty of the Good. Indeed, the Good is desirable for its own sake; it is the goal of our desires. To attain it, we have to ascend to the higher regions, turn towards them, and lay aside the garment which we put on when descending here below; just as, in the (Eleusynian, or Isiac) mysteries, those who are admitted to penetrate into the recesses of the sanctuary, after having purified themselves, lay aside every garment, and advance stark naked.
THE SUPREME PURPOSE OF LIFE IS THE ECSTATICAL VISION OF GOD.
7. Thus, in her ascension towards divinity, the soul advances until, having risen above everything that is foreign to her, she alone with Him who is alone, beholds, in all His simplicity and purity, Him from whom all depends, to whom all aspires, from whom everything draws its existence, life and thought. He who beholds him is overwhelmed with love; with ardor desiring to unite himself with Him, entranced with ecstasy. Men who have not yet seen Him desire Him as the Good; those who have, admire Him as sovereign beauty, struck simultaneously with stupor and pleasure, thrilling in a painless orgasm, loving with a genuine emotion, with an ardor without equal, scorning all other affections, and disdaining those things which formerly they characterized as beautiful. This is the experience of those to whom divinities and guardians have appeared; they reck no longer of the beauty of other bodies. Imagine, if you can, the experiences of those who behold Beauty itself, the pure Beauty, which, because of its very purity, is fleshless and bodiless, outside of earth and heaven. All these things, indeed are contingent and composite, they are not principles, they are derived from Him. What beauty could one still wish to see after having arrived at vision of Him who gives perfection to all beings, though himself remains unmoved, without receiving anything; after finding rest in this contemplation, and enjoying it by becoming assimilated to Him? Being supreme beauty, and the first beauty, He beautifies those who love Him, and thereby they become worthy of love. This is the great, the supreme goal of souls; this is the goal which arouses all their efforts, if they do not wish to be disinherited of that sublime contemplation the enjoyment of which confers blessedness, and privation of which is the greatest of earthly misfortunes. Real misfortune is not to lack beautiful colors, nor beautiful bodies, nor power, nor domination, nor royalty. It is quite sufficient to see oneself excluded from no more than possession of beauty. This possession is precious enough to render worthless domination of a kingdom, if not of the whole earth, of the sea, or even of the heavens-if indeed it were possible, while abandoning and scorning all that (natural beauty), to succeed in contemplating beauty face to face.
THE METHOD TO ACHIEVE ECSTASY IS TO CLOSE THE EYES OF THE BODY.
8. How shall we start, and later arrive at the contemplation of this ineffable beauty which, like the divinity in the mysteries, remains hidden in the recesses of a sanctuary, and does not show itself outside, where it might be perceived by the profane? We must advance into this sanctuary, penetrating into it, if we have the strength to do so, closing our eyes to the spectacle of terrestrial things, without throwing a backward glance on the bodies whose graces formerly charmed us. If we do still see corporeal beauties, we must no longer rush at them, but, knowing that they are only images, traces and adumbrations of a superior principle, we will flee from them, to approach Him of whom they are merely the reflections. Whoever would let himself be misled by the pursuit of those vain shadows, mistaking them for realities, would grasp only an image as fugitive as the fluctuating form reflected by the waters, and would resemble that senseless (Narcissus) who, wishing to grasp that image himself, according to the fable, disappeared, carried away by the current. Likewise he would wish to embrace corporeal beauties, and not release them, would plunge, not his body, but his soul into the gloomy abysses, so repugnant to intelligence; he would be condemned to total blindness; and on this earth, as well as in hell, he would see naught but mendacious shades.
HOW TO FLY TO OUR FATHERLAND.
This indeed is the occasion to quote (from Homer) with peculiar force, “Let us fly unto our dear fatherland!” But how shall we fly? How escape from here? is the question Ulysses asks himself in that allegory which represents him trying to escape from the magic sway of Circe or Calypso, where neither the pleasure of the eyes, nor the view of fleshly beauty were able to hold him in those enchanted places. Our fatherland is the region whence we descend here below. It is there that dwells our Father. But how shall we return thither? What means shall be employed to return us thither? Not our feet, indeed; all they could do would be to move us from one place of the earth to another. Neither is it a chariot, nor ship which need be prepared. All these vain helps must be left aside, and not even considered. We must close the eyes of the body, to open another vision, which indeed all possess, but very few employ.
HOW TO TRAIN THIS INTERIOR VISION.
9. But how shall we train this interior vision? At the moment of its (first) awakening, it cannot contemplate beauties too dazzling. Your soul must then first be accustomed to contemplate the noblest occupations of man, and then the beautiful deeds, not indeed those performed by artists, but those (good deeds) done by virtuous men. Later contemplate the souls of those who perform these beautiful actions. Nevertheless, how will you discover the beauty which their excellent soul possesses? Withdraw within yourself, and examine yourself. If you do not yet therein discover beauty, do as the artist, who cuts off, polishes, purifies until he has adorned his statue with all the marks of beauty. Remove from your soul, therefore, all that is superfluous, straighten out all that is crooked, purify and illuminate what is obscure, and do not cease perfecting your statue until the divine resplendence of virtue shines forth upon your sight, until you see temperance in its holy purity seated in your breast. When you shall have acquired this perfection; when you will see it in yourself; when you will purely dwell within yourself; when you will cease to meet within yourself any obstacle to unity; when nothing foreign will any more, by its admixture, alter the simplicity of your interior essence; when within your whole being you will be a veritable light, immeasurable in size, uncircumscribed by any figure within narrow boundaries, unincreasable because reaching out to infinity, and entirely incommensurable because it transcends all measure and quantity; when you shall have become such, then, having become sight itself, you may have confidence in yourself, for you will no longer need any guide. Then must you observe carefully, for it is only by the eye that then will open itself within you that you will be able to perceive supreme Beauty. But if you try to fix on it an eye soiled by vice, an eye that is impure, or weak, so as not to be able to support the splendor of so brilliant an object, that eye will see nothing, not even if it were shown a sight easy to grasp. The organ of vision will first have to be rendered analogous and similar to the object it is to contemplate. Never would the eye have seen the sun unless first it had assumed its form; likewise, the soul could never see beauty, unless she herself first became beautiful. To obtain the view of the beautiful, and of the divinity, every man must begin by rendering himself beautiful and divine.
THE LANDMARKS OF THE PATH TO ECSTASY.
Thus he will first rise to intelligence, and he will there contemplate beauty, and declare that all this beauty resides in the Ideas. Indeed, in them everything is beautiful, because they are the daughters and the very essence of Intelligence.
Above intelligence, he will meet Him whom we call the nature of the Good, and who causes beauty to radiate around Him; so that, to repeat, the first thing that is met is beauty. If a distinction is to be established among the intelligibles, we might say that intelligible beauty is the locus of ideas, and that the Good, which is located above the Beautiful, is its source and principle. If, however, we desire to locate the Good and the Beautiful within one single principle, we might regard this one principle first as Good, and only afterwards, as Beauty.