10. Si consideramos el ser como inmóvil y en su multiplicidad, es número; pero cuando se despierta adquiere una disposición hacia los seres y se convierte en un modelo de ellos. Pasa a ser algo así como las unidades que ocupan un lugar en relación con las cosas que se construirán sobre ellas. Porque ahora mismo podemos decir: “quiero tal cantidad de oro o tantas casas”. El oro es una unidad y lo que se pretende decir no es que el número se haga oro, sino que el oro es un número. Al poseer ya el número, de lo que se trata es de buscarle aplicación al oro, de manera que acontezca al oro el encerrar tal cantidad.
Si los seres tuviesen realidad antes que el número y el número se advirtiese en ellos como algo añadido, siendo así que se da un movimiento del ser que cuenta según los objetos que hay que contar, advertiríamos como providencial, y no como preconcebido, el hecho de su realidad cuantitativa. Pero si lo casual no entra aquí para nada, será porque el número marche delante como causa de la cantidad, esto es, porque en virtud de la existencia del número las cosas participan de él. Cada cosa, para ser una, tendrá que participar en la unidad. El ser lo recibe del ser, puesto que el ser tiene esa propiedad de sí mismo y no de otro. Del uno igualmente tiene la propiedad de ser una, pues cada cosa, si el uno que se da en elle es a la vez múltiple, es una al modo como lo es la tríada y lo son también todos los seres. Pero entiéndase bien que no hablamos aquí del uno en el sentido de la unidad, sino en el sentido en que puede ser uno la miríada o cualquier otro número.
Afirmamos de las cosas que constituyen una miríada sí hemos procedido a contar una miríada, esto es si no la formulamos por sí misma y admitimos en cambio que los objetos nos la hacen manifiesta, lo mismo que los colores; y ello aunque sea el pensamiento el que afirme la cantidad, porque si el pensamiento no la formulase, no llegaríamos a comprender todo lo que encierra la multiplicidad. ¿Cómo, pues, la formulará? Sin duda porque sabe contar; pero sabe porque conoce el número, y lo conoce porque existe. Resultaría absurdo desconocer una naturaleza como la de la multiplicidad. Es el mismo caso que cuando hablamos de los bienes, porque, o se trata de bienes que lo son por sí f mismos, o se toma el bien como un accidente de los objetos. Hablar de los bienes primeros, es formular la primera realidad; hablar en cambio de las cosas a las que el bien pertenece como accidente, es admitir una naturaleza del bien en el sentido de que se da como accidente en las demás cosas. Esta es la verdadera causa del bien en otra cosa, el bien en sí mismo, el bien que origina el bien en una naturaleza adecuada. Así, pues, el que afirma el número de los seres, como por ejemplo la década, o bien habla de la década que existe en sí misma, o si quiere referirse a las cosas a las que la década pertenece como accidente, se ve obligado a admitir una década que existe en sí misma y que es, en su esencia, una década.
Habrá que reconocer de un modo general que todo lo que se afirma de una cosa, o bien le viene a esa cosa de otra o bien es el acto de ella. Si es de tal naturaleza qué unas veces está presente en la cosa y otras no, y si la cosa misma es una sustancia, también la atribución ha de ser una sustancia y en la misma medida que la cosa. Si no le concedemos la sustancialidad, será al menos un ser entre los demás seres. Supongamos que la cosa puede ser pensada sin su acto; concederemos, no obstante, que el acto se da al mismo tiempo que la cosa y que no le es inferior, salvo que nosotros lo pensemos y lo ordenemos así. Si no podemos concebir la cosa prescindiendo de esa atribución, esto es, hombre, dando de lado a la unidad, ocurrirá o bien que la atribución no es posterior, sino que coexiste con la cosa, o bien que es anterior, para que la cosa tenga de ella su existencia. Esto es lo que nosotros diremos del uno: que es anterior, y lo mismo el número.