Enéada VI, 6, 15 — Números numerados e números numerantes

15. De nuevo convendrá volver al punto de partida y afirmar que el ser universal, el ser verdadero, es no sólo ser sino inteligencia y vida perfectas. Reúne en sí todos los seres y toda vida, y esa unidad de vida que es nuestro universo le imita de la manera que le es posible. Porque es evidente que la naturaleza de lo sensible escapa al uno inteligible por el hecho de que debe ser naturaleza sensible. Conviene que el número encierre la totalidad de perfección, ya que si el número no fuese perfecto, se quedaría atrás en algo. Y, por otra parte, si no encerrase en sí el número total de seres vivos, no sería el ser vivo total. He aquí pues, que el número ha de ser anterior a todo ser vivo, e incluso al ser vivo total. El hombre y todos los demás seres vivos se dan necesariamente en lo inteligible, por cuanto ese ser inteligible da razón de ellos. Porque también el hombre de aquí abajo es partícipe del universo y de la vida; y cada ser vivo, sea el que sea, queda igualmente incluido en el ser vivo total.

En la inteligencia como tal inteligencia se dan todas las inteligencias, y cada una de ellas, a la vez, constituye una parte de aquélla; el número se aplica por tanto a estas inteligencias. Pero el número, con todo, no se ofrece primitivamente en la inteligencia; considerémoslo, si acaso, como los sucesivos actos de la inteligencia, como esos actos que son nada menos que la justicia, la prudencia, las restantes virtudes, la ciencia misma y cuantas cosas debe poseer realmente la inteligencia. Alguien preguntaría: ¿Cómo, entonces? ¿La ciencia no se da en otra cosa”? Contestaríamos que en el universo inteligible son lo mismo y se ofrecen simultáneamente el término sabio, la cosa sabida y la ciencia; y otro tanto ocurre con todo lo demás. Cada uno de los inteligibles se encuentra primitivamente en la inteligencia y no, por tanto, en calidad de accidente; sólo para el alma, como tal alma, la justicia constituye un accidente. Las virtudes están en ella en potencia las más de las veces, y únicamente en acto si el alma se dirige a la inteligencia y tiende a unirse a ella. Después de esto viene ya el Ser y en El se da el número, con el cual Aquél engendra los seres según el número. La existencia de los números queda puesta antes que la de los seres, y la misma unidad del ser refiere el Ser al Primero. Los números no son encargados de relacionar los demás inteligibles con el Primero; basta en este caso con la referencia del Ser.

El Ser vuelto número reúne a los demás seres consigo mismo; y se divide, no en tanto que unidad, puesto que su propia unidad permanece. Se divide según su naturaleza en tantas partes como quiere, ve en cuántas se divide y. engendra así el número que, por tanto, ya se daba en él. Se divide gracias a las potencias del número y engendra tantos seres cuantos permite el número. De ahí que el principio y la fuente de la existencia de los seres sea el número, pero el número primero y verdadero. Por ello también, en este mundo, la generación se produce de acuerdo con el número; y según el número que cada uno toma, así engendra otras cosas o no engendra nada. Hablamos ahora de los primeros números, de los números que se consideran generadores. Los números que se dan en las otras cosas reúnen dos propiedades: como números que vienen de aquéllos, son números que pueden ser contados; y por su conformidad con ellos, miden a su vez las otras cosas y pasan a ser de este modo números que cuentan relativamente a lo que puede ser contado. ¿Cómo se diría diez sin una referencia a los números en sí mismos?

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