Igal: Tratado I,3 (I,6,3) — Exame das belezas sensíveis

Retirado de Plotino, Enéada I

3 Ahora bien, el cuerpo bello es conocido por la facultad destinada a presidirlo. Ninguna más autorizada que ella para juzgar de sus propios objetos siempre que ratifique sus juicios el alma restante y, aun tal vez, que ésta se pronuncie ajustando el objeto con la forma adjunta a ella y valiéndose de aquella forma para su dictamen cual de una regla para el dictamen de lo rectilíneo1.

Pero ¿cómo es que lo inherente a un cuerpo es acorde con lo incorpóreo? ¿Cómo es que el arquitecto dictamina que la casa exterior es bella tras haberla ajustado con la forma interior de casa?

Es que la forma exterior, si haces abstracción de las piedras, es la forma interior dividida por la masa exterior de la materia, una forma que es indivisa aunque aparezca en una multiplicidad. Así pues, cuando la percepción observa que la forma inmanente en los cuerpos ha atado consigo y ha dominado la naturaleza contraria, que es informe; cuando avista una conformación montada triunfalmente sobre otras conformaciones2, congrega y apiña aquella forma desparramada, la reenvía y la mete dentro, ya indivisa, y se la entrega acorde, ajustada y amiga, a la forma interior. Es como cuando a un varón virtuoso le es grato el vislumbre de virtud que aflora en un joven porque es acorde con su propia y verdadera virtud interior.

La belleza del color es simple debido a la conformación y a su predominio sobre la tenebrosidad de la materia por la presencia de la luz, que es incorpórea y es razón y forma3. De ahí que el fuego mismo sobrepase en belleza a los demás cuerpos, porque tiene rango de forma frente a los demás elementos: por posición, está arriba, y es el más sutil de todos los cuerpos, cual colindando con lo incorpóreo; y él es el único que no recibe dentro de sí a los demás, mientras que los demás lo reciben a él, pues aquéllos se calientan, mientras que él no se enfría, y está coloreado primariamente, mientras que los demás reciben de él la forma del color. Por eso refulge y resplandece cual si fuera una forma. Pero si el fuego no predomina4, al disminuir en luz, deja de ser bello, cual si no participara del todo en la forma del color.

Por otra parte, las armonías sonoras, puesto que son las ocultas las que producen las manifiestas, hacen que el alma logre aun por esta vía una comprensión de la belleza, mostrando lo mismo en un medio distinto. Ahora bien, las armonías sensibles se caracterizan por la medida numérica, mas no en cualquier proporción, sino en la que sirva para producir una forma que predomine.

Y baste lo dicho sobre las bellezas sensibles, que no siendo más que fantasmas y como sombras evanescentes, adentrándose en la materia, la ornamentan y, apareciéndosenos, nos conmocionan.


  1. Plotino analiza aquí el juicio estético, en el ámbito de la belleza sensible, caracterizándolo con tres notas: 1) el sujeto inmediato del juicio es la facultad sensitiva, i. e., la propiamente dicha, aquella cuyo acto es la percepción de formas depuradas de materia (cf. I 1, 7, 9-14); 2) este juicio debe ir avalado por otro juicio del alma restante, i. e., de la intelectiva (el «tal vez» no indica duda; es una forma de expresarse modestamente); 3) este juicio del alma intelectiva es un juicio de conformidad («ajustamiento») de la forma captada por la percepción con la forma sita en el alma intelectiva. Añádase que el juicio estético no es obra del raciocinio, sino de la intuición (cf. 2, 2-3: «a la primera ojeada»). 

  2. La materia yace oculta bajo una serie de formas superpuestas (V 8, 7, 19-22). Cuando ya todos los componentes de la cosa sensible han quedado reducidos a unidad, aparece la belleza como forma cimera (2, 22-24). 

  3. La luz es la actividad incorpórea de un cuerpo primariamente luminoso (i. e., poseedor de luz propia). Cf. IV 5, 7, 33-37

  4. Es decir, si no predomina sobre el material que le sirve de combustible. Sobre la cuasi-incorporalidad del fuego, cf. II 1, 3, 13 y III 6, 6, 40

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